Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
Es muy ambigua la vida y la única certeza que nos puede ofrecer es el cambio. Puede ser del entorno, de los otros, de nosotros, incluso todo junto. Esa certeza es un regalo o una maldición. Cuando te aferras a tus idealizaciones estáticas el sufrimiento llega sin cuidados paliativos.
Hace algunos días, durante mi recorrido al trabajo pensaba que no cambiaría nada de ese momento, el viaje en tren con una vista inspiradora, la llegada a un sitio donde es un lujo estar, el cordón de montañas que lo abraza y hace suspirar a tanta gente que lo visita, donde se ven propuestas de amor, celebraciones de fechas especiales, fotos para comprobar lo que vieron los ojos o la sola ilusión de ser parte de algo tan grande y maravilloso por primera vez. No cambiaría nada de ese momento.
Hasta que cambió.
Cambié yo, otra vez, pero ahora amiga de la premisa de que es un sinsentido hacerme la indiferente ante eso. En general, con todo lo que nos sucede. Cuando algo ya no calza y se presiona bajo el mandato de que: “así debería ser”, incomoda y de la incomodidad nace la frustración y de esta, la ira. El origen de males que afectan no solo a quien lo padece, sino a los que lo rodean.
Es muy ambigua la vida. Ese mismo recorrido que me llevaba a donde al principio quería estar, me guío al camino de donde ya era tiempo de salir y así fue y así debería ser. Hay situaciones, personas o experiencias que a la fuerza queremos que nos quepan y en esa presión, explotamos ¿Por qué te comprarías unos zapatos talla 36 si calzas 39? Esa es la guía para saber, que aunque combinen con tu vestido, no son los correctos y qué tal vez si te mueves un poco, consciente de quién eres, encontrarás esos que no solo te quedan, también te sirven.
Es normal sentir miedo al cambio, el truco está en convocarlo al equipo, solo que se queda en la banca mientras tú juegas de titular.
La opinión de Tatiana Sonnenholzner.