Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
A la par de la escalada de violencia que, como nunca vive nuestro país, con asesinatos a ciudadanos en distintos sectores del territorio, con sicariatos a políticos, autoridades, candidatos, en donde la próxima muerte violenta hace que se vaya olvidando la anterior, y que el Estado no ha sabido responder, ni controlar con la vehemencia y responsabilidad que el tema requiere, existen, también, otros tipos de violencias que laceran el ya alicaído y lastimado ánimo de la gente, así por ejemplo, las declaraciones altisonantes que muchos políticos o aprendices de tales, algunos periodistas, sobre todo aquellos que se dicen militantes, con alto grado de irresponsabilidad diría, emiten declaraciones que agitan aún más el ánimo de las personas.
Pero, como si todo ello no fuese suficiente están los mensajes llenos de odio que se leen en las redes sociales, donde insultos van y vienen, palabras duras que lastiman y que dañan no únicamente a las personas involucradas, sino a todos los que, de una forma u otra, compartimos esos espacios; atacar la dignidad de la gente se ha vuelto común, en una suerte de todos contra todos, con sus salvedades, no se trata de generalizar, ataques que mancillan la dignidad humana y que afectan la psiquis del o la agredida, aunque diga que no le llega porque “ya está bañado en aceite”.
Recordemos que hace poco tiempo vivimos una pandemia global que entre las varias secuelas que dejó, estuvo, justamente, el grave daño a la salud mental de la población, hoy con todo lo que sucede en el Ecuador esos problemas se ven agravados y potenciados, y la pregunta es: ¿qué se hace en este país por la salud mental de los ecuatorianos? La respuesta, casi nada, si no existen políticas públicas integrales acerca del tema y, lo que, es más, si el entorno es de un nivel de violencia tal, la respuesta será una grave alteración de la salud mental de la población.
Solo como dato para entender la magnitud del problema, según la Organización Panamericana de la Salud, OPS, para 2030, los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo, este no es un dato menor, es la advertencia de lo que se viene, de lo que sucede y de cómo todo lo que vivimos nos afecta, más aún a los niños, niñas y adolescentes, adultos mayores que ante la incertidumbre, la violencia, el miedo asociados con problemas económicos y otras patologías, suben sus niveles de ansiedad, ello en un entorno negativo como el actual se vuelve más peligroso.
Las palabras importan, impactan, trascienden, por ello, en medio de la masacre que está viviendo el país, es momento de hacer un alto, parar las agresiones, ello, de muchas maneras, es parte de la solución, de la que como ciudadanos podemos aportar, sin que ello quiera decir que no exijamos al Estado que cumpla su responsabilidad primigenia de proporcionarnos seguridad, más allá de eso, es fundamental que utilizar las redes sociales no sea motivo de ser descalificados, insultados y vejados, recordemos que quien lo hace, recibe lo que da y se vuelve un búmeran que perjudica a todos.
Todo Comunica y en momentos de crisis el modo de hacerlo es clave, el valor de las palabras es superlativo, la responsabilidad de quienes somos comunicadores, pero también de todos aquellos que utilizan las redes sociales para emitir sus criterios debe ir en concordancia con esa responsabilidad, aparecer como el más bravucón o bravucona de las redes no es la opción, en las calles hay ya demasiada violencia como para entrar a las redes con armadura y espada, no es lo que corresponde, ni es el momento.
La opinión de María Eugenia Molina.