Por: Tamara Idrobo, activista feminista
¿Qué hace un hombre con poder y reconocimiento cuando es rechazado romántica, afectiva o sexualmente por una mujer?
El sentido común nos indicaría que el rechazo se lo lleva con dignidad, humildad y de ser necesario, con apoyo emocional y terapéutico.
Pero, en el #Ecuador sostenido por una sociedad profundamente #machista, hay hombres con poder que al ser rechazados por una mujer se sienten no solo con la autoridad, sino en la capacidad de buscar formas de controlar, doblegar y hasta obligar a esa mujer que los ha rechazado.
Hay historias que demuestran que aquellos hombres con poder que son incapaces de procesar sanamente las negativas de una mujer, al verse impotentes de conseguir lo que buscan, usan todo el poder que ostentan para hostigar, acosar y llegar hasta a amenazar a la mujer que, en su libre derecho de elección, ha decidido negarse a tener o mantener con ellos relaciones de ningún tipo que no sea meramente profesional.
Hay hombres que sienten y saben que el poder que ostentan y el reconocimiento y apoyo que tienen de su entorno, les sirve para enviar su mensaje intimidatorio a la mujer que los rechazó con actos resumidos en este precepto: “si no aceptas estar conmigo, pagarás el desplante que me has hecho”. En ese proceso, se aseguran de usar el poder que tienen para que las mujeres en cuestión sientan y sepan que su desprecio tiene un precio y que acarrea consecuencias para ellas, para sus vidas, o para las vidas de las personas que a ellas aman, incluidas sus -nuevas- parejas.
En las historias que involucran a hombres con poder y reconocimiento, se debe obligadamente analizar la relación de poder que tienen y ejercen sobre las mujeres. Y es que cuando historias como esta salen a la luz, la gente las denomina “problemas o asuntos de faldas”. Minimizando así, como siempre, a las mujeres como las culpables o las causantes de los “dramas innecesarios” que se vuelven “bolas de nieve” y que importan únicamente porque afectan o ensucian las reputaciones de estos hombres con poder y reconcomiendo público, y en este caso, con poder político.
Es innegable, pero no por eso debe ser rechazable, como el foco de atención se dirige en culpabilizar a la mujer que claramente se encuentra bajo una relación de subordinación y poco se enfoca en los hombres que usan y abusan del poder que tienen y que ostentan.
Al parecer, esta historia ya dejó de ser un asunto de “faldas” para visibilizarse como lo que yo creo que es: un problema de “bragueta herida” cuyo dueño es y debería ser el único responsable de asumir su incapacidad de manejar una negativa. Pero, como esto es el Ecuador, estamos asistiendo a una historia sórdida de mutuas acusaciones, disputas de poder, prejuicios y señalamiento de orgullos en juego en medio de la derrota electoral del movimiento político al que pertenecen todas las personas de esta historia.
Debo además pronunciarme con claridad que cuando una mujer decide exponer públicamente la historia que ha vivido de acoso, sometimiento o de violencia y, si ella decide llevarlo hasta los juzgados, es porque lo que persigue y busca es el reconocimiento de su verdad acompañada de una justicia que la repare. A esta ecuación yo también añado siempre otro elemento que me parece esencial en este tipo de demandas y denuncias públicas: ¡La promesa de la NO repetición!
Esta maraña de acusaciones al puro estilo de una novela es usada y manipulada por los medios de siempre para hacer de estas historias un asunto de primicias y de escándalo político. Asistimos así, a modo de capítulos, a la presentación de la información de esta trama de manera “dosificada” con claros tintes de tener intenciones de golpes mediáticos y quizás de algo más: de un golpe político a una estructura, movimiento y partido político que luego de haber perdido las elecciones presidenciales, está evidentemente atravesando un momento de crisis interna y de la que veremos si son capaces de salir fortalecidos o destruidos.
En este barullo que el drama del momento ha ventilado en las últimas horas existe un elemento que debe ser también observado no solo con cautela, sino también, con claras respuestas sobre las intenciones que existen al grabar -y luego publicar- las conversaciones sin que las otras personas que fueron grabadas sepan que estaban siéndolo. Respuestas que son imperantes, más aún si es que también existen denuncias sobre el uso de este material con fines extorsivos.
Pero, lo que no se puede dejar de visibilizar es que, si quien lo hace es una mujer que ha estado siendo asediada por un hombre de poder decide hacer pública esta denuncia, es porque usualmente ésta es la única manera de asegurarse protección de futuras o peores amenazas, o porque simplemente, lo hace (como ella misma lo dijo): para defenderse.
Yo, por mi parte, no me atrevo a juzgar las decisiones de una mujer cuyo relato devela las entrañas de un movimiento político que notoriamente es vertical y absolutamente jerárquico, donde los hombres en pleno ejercicio de su poder no solo que “administran la información que debe o no hacerse pública” sino que, además, se atreven desde ese machismo enraizado en sus actos, pensamientos, opiniones y comportamientos, a solicitar a otro hombre que “calme a una mujer”.
Finalizo con mi cuestionamiento a los hombres de mi Patria que ostentan y administran un poder:
- ¿Qué están dispuestos a hacer con tal de conseguir que una mujer que les gusta responda a sus pretensiones/seducciones que no son de tinte profesional?
- ¿Cómo administran la frustración y el dolor cuando por respuesta reciben una negativa de tinte afectivo por parte de la mujer que les gusta y quieren?
- ¿Qué tan -emocionalmente- responsables son para gestionar los estragos de involucrarse más allá de lo profesional con una mujer cuando son ustedes quienes tienen el reconocimiento público al ostentar un poder?
- ¿Cuál es el precio que están dispuestos a pagar o asumir, luego de recibir la negativa de una mujer, si ustedes deciden insistir en seducirla, acosarla, intentar controlarla, intimidarla o llegar incluso a juzgarla?
A mí me queda claro, clarísimo, que en el país hay demasiadas braguetas frágiles y descarriadas a quienes los hombres con poder y jerarquía deberían controlar, en vez de pretender que las que deben calmarse sean las mujeres.
A la final, señoras y señores, la historia nos demuestra una vez más que: ¡Las mujeres son capaces de hacer arder Troya por culpa de braguetas heridas.
La opinión de Tamara Idrobo.