Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
Desde hace dos años que estoy experimentando y descubriendo el significado de libertad, debo decir que todavía no lo logro descifrar. Es una especie de prueba y error subjetiva hasta que se sienta un lugar ameno sin culpas… Creo. Velar por ti y tomar tus propias decisiones sin interferencias ni intermediarios, que las validen o cuestionen, es como sentir la adrenalina por primera vez. Cuando ya aceleraste y sientes el viento en tu pelo, se te olvida dónde estaba el pedal del freno y no hay un pit log que indique hasta cuántos km se puede ir sin derrapar o volcarse, más que tu mismo evitando volver a donde no se sintió tan bien.
Sin embargo, he descubierto que, al menos yo, tenía el concepto de “libertad” averiado. Lo encontraba mayormente en el sí. En creer que mientras más decía esa palabra a las cosas, oportunidades y experiencias, ampliaba ese sentimiento y alimentaba mi errado sentido. Ahora, en uno de los países más libres bajo mi propio albedrío y viniendo de uno de los más supeditados dentro del yugo parental y social, he descubierto que estaba equivocada y que para mí, sinónimo de libertad, por ahora, es: NO.
El pensamiento ya daba vueltas por mi cabeza, se desarrolló en la observación de esta sociedad diferente a la mía y terminó de cuajar hace un par de días. Leí un artículo en una página de noticias europea que revelaba los resultados del estudio hecho por el Grupo “Score” junto al Centro Europeo de Monitoreo de drogas y adicciones. Una investigación que hacen anualmente sobre 104 ciudades de 21 países de este Continente para detectar los niveles de cannabis, cocaína, matanfetamina, MDMA, ketamina y anfetaminas que hay en las aguas servidas. Es decir, toman una muestra en las cañerías sobre ese líquido de desecho humano para analizar el nivel de consumo de drogas en esas localidades.
El estudio de 2022 reveló, este año, que el consumo de cocaína y ketamina ha incrementado comparado con años anteriores y que las principales ciudades que usan estas drogas son Ámsterdam, Bélgica y Zurich… entre otras, pero para no hacerles largo el cuento, vamos con estas tres. 3 Lugares que también aparecen en la lista anual de “The Economist” sobre los sitios con mejor y mayor calidad de vida. Esto quiere decir que los Derechos Humanos básicos como empleo, nutrición, alcantarillado, educación, etc. Ya fueron subsanados hace décadas y que ahora están puliendo detalles para crecer o mantenerse en ese ranking.
Qué tiene que ver todo esto, tal vez se pregunten a esta altura del texto y es que viniendo de un país -en vías de desarrollo- como Ecuador, donde parte de sus problemas radican en las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico, y viviendo en uno de los tres que aparecen en la lista, ser los productores de la diversión de otros no es un negocio rentable cuando el intercambio es estimular la fiesta por incrementar la miseria, el abandono y la falta de oportunidades y de eso yo no quiero ser parte. Ahí está mi libertad plasmada en él no.
No me malinterpreten, posiblemente parezca una odiosa moralista, eso es lo que menos intento ser. Va más allá del criterio del bien o del mal y de mi interpretación personal sobre qué actos son o no son éticos. Entendí que aunque nos digan lo contrario, la libertad es un lujo que no está al alcance de todos, de hecho, solo unos pocos son los privilegiados y ahí es cuando el juego cambia. Es irónico porque el marketing detrás de este concepto es que puedes decirle si a todo y ser todo lo que quieras, cuando quieras, donde quiera y que mientras más consumes más libertad abrazas.
Yo creo. En la legalización, en la despenalización, en la experimentación informada y, sobre todo, en el poder de decisión. Por ello, hasta que la cancha no esté inclinada y la fiesta sea para todos mi PRIVILEGIO de libertad radica en el no.
La opinión de Tatiana Sonnenholzner.