Por: Tamara Idrobo, activista feminista
Cuando observo la calidad de los debates que se dan en el Ecuador sobre temas al que una sociedad retrograda le encanta llamarlos “temas polémicos” para así desligarse de sus taras mentales, me lleno de impotencia y de tristeza de comprobar cómo un país de un territorio tan hermoso y de una biodiversidad única en el planeta, también es una nación a la que le falta por consagrar y garantizar tantos derechos.
Ecuador es una nación a la que le sobran demasiados prejuicios, infinitas ignorancias y extremos fanatismos que terminan por mantenerla anclada y sumida -aparentemente eternamente- en el subdesarrollo.
En el Ecuador la gente debe saber de forma consciente que pasar de prácticas del medioevo al desarrollo toma tiempo, toma siglos, pero que es posible hacerlo. Ese trayecto ya lo atravesaron aquellas naciones donde la calidad de vida de sus habitantes es óptima y donde sus Estados garantizan el acceso a derechos como resultado de muchas transformaciones profundas gracias a las luchas de las mujeres y de las revoluciones sociales.
En cambio, en países como el Ecuador, esos derechos están aún vetados por ser considerados como “barbarie” por aquellas personas que, proyectando sus realidades personales (embarazos deseados o no deseados, enfermedades, afectos, creencias y valores religiosos) en la vida y en los cuerpos de otras personas, temen salir de sus cavernas de la ignorancia y terminan jalando en el retraso al país al limitar e impedir tener los muy necesarios debates sobre temas que significan: mirar al horizonte del desarrollo.
Y es que desde la defensa acérrima y hasta fanática de sus prejuicios, quizás por miedo, quizás por el temor a perder el poder y el control alcanzado en la sociedad, en el Ecuador existen personas, políticas y políticos, grupos organizados, iglesias y un activismo conservador que se ha encargado de mantener ese poder de control a costa de limitar el acceso al conocimiento y al ejercicio de lo que significa la libertad de decisión, de la soberanía corporal y de la autonomía en la propia vida.
Mientras esto sucede en el Ecuador de los atrasos, otros países donde se dio la despenalización social y cultural hasta llegar a la legalización de la eutanasia y del aborto, nos sirven como reflejo para quienes luchamos por despenalizar y legalizar derechos.
Así, trabajamos desde donde podemos aportar quienes creemos que podemos contribuir con información a los debates que abran paso a las transformaciones de todas las mentes cavernícolas de personas y de los poderes que se oponen a estos avances. A pesar de que intentan desviar la atención para imponer el control a través del miedo que les otorga la ignorancia que reina en la sociedad ecuatoriana, nosotras y nosotros calibramos el enfoque de la discusión a través del cuestionamiento con el fin de llegar a una transformación.
Aunque existan personas, colectivos y hasta organizaciones que intenten evadir el debate y pretender llevar la narrativa a su conveniencia, aquí estamos y estaremos presentes evitando que la sociedad ecuatoriana mire a otra parte, recordando historias de vidas personales como las de Paola Roldán que está luchando por su derecho a la autonomía y soberanía sobre su cuerpo y vida, demandando el acceso al procedimiento de eutanasia segura, garantizada y acompañada. Historia que ha iniciado las discusiones necesarias sobre todo aquello que sabemos son nuestros derechos, aunque aún no lo sean en el marco legal del Ecuador. Derechos que desde el debate social ya no será posible que ningún fanatismo cavernícola nos los arrebaten.
Y aunque alcanzar lo que para mí son derechos signifique una utopía para el Ecuador actual, a las pruebas de la historia me remito de como poco a poco las mujeres hemos conquistado derechos y como lo han hecho también las personas LGBTIQ+ en el país. Derechos que hasta hace 25 años era imposible llamarlos como tales.
Más allá de los debates legales, como ciudadana y activista yo considero que para que podamos acceder a derechos necesitamos incitar, alimentar y mantener los debates sociales constantes y permanentes hasta que logremos llegar a cambiar de perspectiva. Tomando la reflexión de Andrés Seminario sobre las perspectivas, evidentemente “La cultura de una sociedad cambia lento. Las creencias y los valores cambian lento” pero cambian.
Hay quienes se aferran a sus religiones evitando crisis de fe para no incomodarse ni inmutarse frente a las realidades dolorosas como las de Paola Roldán -o la de los cientos de niñas violadas- y se dedican únicamente a promover ciegamente la creencia de que como Dios es quien entrega la vida, solo él (hago énfasis en el ser masculino) puede disponer de la extinción de ésta. Y así se imponen decisiones ajenas sobre los cuerpos y vidas de personas que pierden cualquier poder de decisión autónoma y soberana.
Y es en nombre de ese mismo Dios que personas e instituciones del Estado terminan imponiéndose con decisiones unilaterales sobre dolores que no sienten y sobre aquellas realidades que no les atraviesa y que desconocen hasta llegar a torturar a aquellas personas que deben someterse a esas decisiones, aunque no compartan esa misma religión.
¿Viven en el medioevo instituciones del Estado ecuatoriano como el Ministerio de Salud y la Asamblea Nacional?
En cuál etapa del medioevo estaremos en el Ecuador, que a las mujeres nos costó años de lucha y llegar al siglo XXI para lograr la despenalización del aborto por violación. Sí, un procedimiento a niñas y mujeres violadas al cual se opusieron con gran ferocidad y fuerza de la irracionalidad muchas y muchos lideres políticos, religiosos y sociales que pretendían torturar a niñas violadas obligándolas a gestar y a parir el resultado de esa violación.
De igual forma, los mensajes y las narrativas de tanta gente que se opone y se ha opuesto a la solicitud de Paola Roldán de acceder a un procedimiento para terminar con el dolor con el que ha tenido que vivir sus últimos alientos debido a la enfermedad que padece, develan todos los dogmas que esta gente usa para pretender -y lastimosamente llegar a- controlar debates públicos y decisiones legales, hasta lograr influenciar e imponerse en la vida de tantas y tantas personas a través de impedir por todos los medios que mujeres como Paola y tantas otras, puedan acceder a procedimientos derivados de sus propias decisiones.
Esta gente que se aferra al medioevo son personas que no entienden ni aceptan que los cuerpos y las vidas de las otras personas no les pertenecen y que por ese simple pero real hecho, no pueden ni deben imponer decisiones como las de obligar a niñas y a mujeres a ser madres, o a torturar a personas con enfermedades incurables e intratables a sufrir dolores insoportables.
Sí, la eutanasia y el aborto serán ley.
Y lo serán, porque inevitablemente estos logros terminan siendo los resultados de las luchas de personas y mujeres por tener y construir sociedades donde se garanticen derechos a través de Estados que cuiden, acompañen y aseguren que las decisiones sobre eutanasia y aborto sean decisiones informadas y autónomas. Es decir, con Estados que garanticen y defiendan el derecho humano a decidir libremente sobre las vidas y los cuerpos propios. Y son justamente en estas sociedades donde los fanatismos de las religiones y los machismos violentos ya no van a tener cabida ni influencia en la vida de las mujeres y personas, ni mucho menos en las instituciones de los Estados.
De la clandestinidad al derecho
En medio de las disputas para crear marcos legales que garanticen no solo la despenalización sino también la legalización de procedimientos como es el caso de Paola, como lo es el de tantas otras mujeres en el Ecuador cuyas vidas y cuerpos se quedan a merced del poder de quienes no quieren soltar el control sobre la vida y cuerpos ajenos, existe una realidad paralela y ésta es: el acceso a estos procedimientos de forma clandestina.
La clandestinidad no solamente implica riesgos, abusos y violencias sobre todas las personas que deberían estar siendo protegidas por el Estado ecuatoriano. La clandestinidad también refleja la dureza de cómo aquellos procedimientos que deberían ser tratados como derechos para todas las personas, terminan transformándose en privilegios para quienes pueden y logran acceder a los mismos.
Es que no tengo duda de que quienes me leen saben y conocen de mujeres que han abortado en silencio y de forma clandestina. Quizás también conozcan de personas que, sufriendo la agonía intolerable en la cercanía de una muerte muy dolorosa, también han accedido a procedimientos médicos que han terminado con ese trance.
Sí, los hay. Sí, existen. Y el Ecuador no hace sino mantener y sostener una mojigatería e hipocresía colectiva que hace que pretendamos ‘limpiar’ posturas morales en el discurso cuando en la práctica las llevan a cabo quienes tienen los recursos -económicos- para hacerlo.
Sepan que en la lucha por despenalizar y legalizar la eutanasia y el aborto estamos muchas activistas y profesionales que no escatímanos esfuerzos en promover y defender los derechos humanos frente a aquellos representantes de los fanatismos y machismos.
Y es que quienes luchamos por la equidad y la libertad sabemos que mientras el acceso a procedimientos de eutanasia y de aborto sean en medio de la clandestinidad, el acceso se mantendrá como privilegios que pueden ser controlados por quienes pueden controlar. Por eso la lucha de vida de Paola y de tantas mujeres es para que esos privilegios se transformen en derechos garantizados.
Pasar de la clandestinidad a la construcción de un derecho sostenido y garantizado por el Estado es la lucha que las mujer seguimos dando por el acceso libre, voluntario y seguro al aborto, como lo es también la lucha y el legado de vida que Paola Roldan nos ha entregado abriendo la brecha para el debate sobre la eutanasia y que, a partir del trabajo de su equipo de abogados, se está construyendo el camino luego de la presentación de la demanda a la Corte Constitucional que finalmente el 7 de Febrero de 2024 dio paso para que Paola pueda tener una despedida digna en el proceso de su enfermedad incurable, degenerativa y dolorosa que le ha estado arrebatando la vida poco a poco.
Proceso que ahora debe ser regulado por el Ministerio de Salud y por la Asamblea Nacional. Y la demanda debe ser a que no se escatime ningún esfuerzo y exista por demás decirlo, celeridad, humanidad y sensatez sobre quienes deben liderar estos procesos que como sociedad estaremos observando y demandando.
Proceso que, por cierto, no debería dar cabida en aras de ningún debate infame a personas crueles que pretendieron impedir desde sus fanatismos (que les impide acoger su propia humanidad) el pronunciamiento de la Corte Constitucional. Esta gente es la que debe abstenerse por completo de pretender decidir sobre los cuerpos y vidas de otras personas y sobre los dolores que no sienten y de las realidades que no viven ni atraviesan.
Así, la lucha de Paola y la que llevamos tantas otras mujeres por acceder y garantizar el derecho humano de poder decidir de forma libre, autónoma e informada sobre nuestras propias vidas y cuerpos no solo han abierto debates, también están transformando realidades.
Los legados de vida que son luchas por la vida.
La lucha de Paola, como la lucha de muchas mujeres, siempre se ha tratado de la lucha por la vida digna y por demandar que un Estado cumpla con su rol de garantizar derechos y no de arrebatarlos.
Luchas que para Paola y para las mujeres significa que podemos ejercer decisiones autónomas y soberanas sobre nuestros cuerpos y vidas. Luchas que muchas veces se centran en defender que se entienda y se respete que nuestros cuerpos y vidas nos pertenecen solo a nosotras. NO al Estado, NO a la iglesia, NO a un político líder, NO a un grupo anti derechos, NO a la Asamblea Nacional, y NO a cualquier otra institución que quieran o pretendan controlar lo que no pueden ni deben controlar.
El legado de vida de Paola y de tantas otras mujeres que se han dejado hasta la vida por nuestras luchas, está y seguirá presente en quienes estamos, en quienes seguimos y en quienes vengan a tomar la posta.
Por eso Paola nunca se irá. Paola se queda eternamente. Por eso mujeres como Paola y como tantas otras estamos y seguimos estando firmes en la lucha por despenalizar debates que en el Ecuador se están dando y de los cuales bien lo saben: ¡Ya no hay retorno!
¡Porque a la clandestinidad de la palabra no volvemos nunca más!
Porque la clandestinidad significa muerte y los derechos garantizan vida.
¡Sepan que aquí estamos y aquí seguimos!
¡Hasta que vivir dignamente signifique partir serenamente!
Gracias por tu lucha y legado de vida, Paola. Deseo con toda mi alma que pronto puedas descansar en paz con el poder que otorga la libertad de poder decidir.
La opinión de Tamara Idrobo.