Por: Tamara Idrobo, activista feminista
En las décadas que llevo de vida #feminista, he sido testiga de como las marchas teñidas de morado y verde de mujeres han llenado las calles de ciudades en América Latina.
He tenido la oportunidad y el privilegio de estar en las calles de varias ciudades en la región marchando, cantando y gritando consignas feministas. Consignas que siempre se enfocan en defender nuestros derechos a tener vidas libres de violencias, a poder ser y amar sin que nos maten, sin que nos violen, sin que nos odien.
El 8 de marzo las mujeres en todo el mundo se movilizan nuevamente para realizar marchas multitudinarias en varias ciudades del Ecuador y del mundo. Las movilizaciones son organizadas y convocadas por diferentes colectivos de mujeres y feministas y buscan ser masivas y pacíficas.
Sin embargo, nunca faltan quienes se incomodan cuando las mujeres y feministas nos manifestamos. Desde su percepción nos acusan de ser violentas cada vez que decidimos ocupar las calles y los espacios públicos con nuestras marchas compuestas por mujeres de todas las edades, desde niñas a abuelas, vamos con tambores, con cánticos y sí, también existen acciones que incomodan a quienes desde la comodidad de tener todas sus necesidades cubiertas y de disfrutar de sus privilegios, empiezan a juzgar-nos y a criticar-nos.
Cuando lean muchos de los reportes de la prensa ecuatoriana sobre nuestras movilizaciones van a encontrar dos aspectos en común:
- Cuando la nota periodística se centra únicamente en informar, se obvia siempre nombrar la palabra feministas o feminismos. No la usan. Solo se enfocan en informar que “organizaciones de mujeres” (o en casos más bochornosos nos nombran como “organizaciones sociales”) para referirse a quienes convocaron y organizaron las marchas de mujeres.
Y,
- Cuando se trata de reportar sobre lo ocurrido durante las movilizaciones, ahí si nos nombran a las feministas desde los moralismos y juzgamientos (incluida la policía nacional) para deslegitimar las manifestaciones de mujeres catalogándolas como violentas.
En ambos aspectos a las feministas nos violentan, o invisibilizándonos o llamándonos violentas. Así, buscan anular un fruto de décadas de luchas feministas.
Sepan entonces señoras y señores que:
- Violentas fueron las vidas que les tocó vivir a nuestras ancestras. Todas, mujeres que tuvieron que soportar todo tipo de agresiones y violencias porque en su tiempo, ellas no tenían ninguna posibilidad de resistirse y confrontar a las violencias. Todo porque que “así mismo era”. Irónicamente, son muchas las personas que intentan normalizar estas violencias actualmente, diciendo que “así mismo es”. Sepan que NO, “así no puede seguir siendo”.
- Violentas son todas las personas que callan frente a femicidios.
- Violentas y cobardes son las personas que no hacen nada cuando frente a sus narices, violentan a niñas, a mujeres y a las personas sexo-genéricas diversas.
- Violentas son las personas que tratan de decir que las feministas -que somos mujeres que decidimos enfrentar y resistir a todas las violencias- somos las violentas.
Lo que yo he visto en varias ciudades de América Latina, finalmente llega a consolidarse en el Ecuador luego de tantas vidas de niñas y mujeres arrebatadas en manos femicidas no deben de dejar de estremecernos como nación. Y es que en cada marcha por el 8 de marzo también están la movilización masiva de mujeres ocupando espacios públicos y diciéndole a todo el país que no vamos a callarnos frente a más muertes de niñas y mujeres y que no aceptamos más el normalizar a ninguna violencia.
El Ecuador ha tenido que aceptar que las violencias en contra de las mujeres no pasarán con impunidad. Esto se ha hecho a través de las manifestaciones de miles y miles de mujeres y feministas que en las calles de sus ciudades, se han enfrentado a todo y a todos, y han dicho que no pararemos hasta que logremos transformar nuestras vidas.
Como feminista ecuatoriana no tengo ni un ápice de duda que nuestros movimientos han empezado a crecer en fuerza y en presencia. Y a través de los legados de nuestras ancestras hemos conseguido continuar con las luchas.
Habemos feministas que estamos sembrado cada día. Yo lo hago cada vez que puedo desde el poder de mi palabra. Creo indudablemente que las mujeres organizadas que salen a las calles en las ciudades del Ecuador a marchar son ya la cosecha de mucha siembra.
Siembra que no ha sido libre de recibir plagas llenas de violencias, estigmatizaciones y agresiones constantes. Siembra que yo no empecé, pero que decidí continuar.
Siembra que he decido cuidar, alimentar y promover. Siembra de la que yo misma soy cosecha, pero cuyos frutos los veremos en las generaciones venideras y de todas aquellas feministas ecuatorianas que espero, no tendrán que lidiar y confrontar con la violencia que yo y tantas otras compañeras afrontamos, enfrentamos y que, por muchos medios, tratamos de erradicar para cuidar que los frutos de esta siembra sean más fuertes y sólidos con cada generación de siembras feministas.
Señoras y señores,
Si lanzar huevos a un edificio de la policía nacional, si pintar el pavimiento, paredes o muros, y si la presencia de mujeres y feministas con pañuelos morados y verdes incomoda a muchas personas en el país y que como respuesta pretenden promover más violencias hacia nosotras, sepan que nosotras las feministas somos mujeres en cuyos cuerpos hemos atravesado y vivido violencias continuas y perpetuas que han arrebatado y siguen arrebatándonos las vidas de nuestras niñas y mujeres. Y si esto les hace llamarnos violentas, no hacen más que demostrar que nos tienen miedo.
Sí, miedo a que les derribemos todos sus estigmas, creencias y actitudes con los que nos han violentado siempre.
Señoras y señores,
Ustedes no tienen miedo a que lo quememos todo o lo rómpanos todo. ¡Ustedes lo que tienen es miedo a que lo transformemos todo!
Pues sepan que no pararemos de sembrar luchas y de reivindicarlas una y mil veces hasta que logremos derribar a todas sus violencias que nos controlan, someten, oprimen, subordinan y matan. No pararemos hasta que empecemos a vivir en la sociedad en la que nosotras, las niñas, las mujeres y las personas sexo-genéricas diversas, podamos ser, existir y vivir en libertad, en paz y sin miedo.
La historia lo ha demostrado y las feministas lo estamos recordando. Los derechos de las mujeres jamás han sido conquistados pidiendo las cosas de favor, siguiendo comportamientos de normas morales machistas o inclusive, complaciendo a la población que más privilegios tiene.
Las luchas feministas han dado como frutos derechos, porque las siembras siempre se han hecho disputándolo todo. Absolutamente todo. Desde la narrativa, los espacios públicos, las ideas, las representaciones, los micrófonos, las voces, hasta llegar a hacer que sean políticas de estado y que tengamos leyes a favor de nuestros derechos y para la protección de nuestras vidas.
Esas disputas históricas y ahora actuales, se las ha hecho y se las hace enfrentando siempre a quienes tienen el poder de oprimir-nos, someter-nos, subordinar-nos y violentar-nos. Muchos de ellos hombres perpetradores, representantes de un Estado o de un poder. Sea éste un poder político, económico, legal o religioso. Pero, algunas de esas personas también son mujeres. Mujeres sometidas y oprimidas, muchas veces y sin duda alguna, actúan desde el miedo y la comodidad silenciándose y siendo capaces de juzgar a las otras mujeres que, “lanzando huevos y rayando parades”, están luchando para que ellas también puedan ser libres de ser, sentir, decir y hacer.
Y sí, lo admito, ¡Si mi feminismo les incomoda es porque estoy haciendo lo correcto!
Por eso deseo invitarles a que dejen sus privilegios, moralismos y comodidades y a que mejor se sumen a esta lucha colectiva. Porque mientras a las niñas, a las mujeres y a las personas sexo-genéricas diversas nos sigan violentado, violando y matando, será imposible evitar que la violencia se perpetúe en nuestras vidas y en las vidas de las generaciones que vendrán.
Así es que, No.
Señoras y señores ¡NO!
Sus derechos no terminan donde empiezan los míos. Ni los míos terminan donde empiezan los suyos.
Mis derechos no son derechos, son solo mis privilegios mientras la gran mayoría de niñas, mujeres y personas sexo-genéricas diversas no los tengan y los puedan ejercer y gozar como yo los ejerzo y los gozo.
Y sus derechos no son derechos hasta que yo los pueda ejercer y gozar como ustedes los ejercen y los gozan.
Y sí, mi feminismo siembra para que las generaciones venideras de niñas, mujeres y las personas sexo-genéricas diversas no tengan que ser violentadas, aunque al sembrar ustedes digan que la violenta soy yo.
Mientras los derechos humanos sean los privilegios de pocas personas, yo, desde mi feminismo, lucharé y sembraré.
La opinión de Tamara Idrobo.