Por: Héctor Calderón
El presidente Daniel Noboa estuvo activo en redes sociales este fin de semana pasado. A través de sus cuentas emitió varios comunicados en los que criticaba a la Asamblea Nacional y a quienes él llama la vieja política. En estos mensajes el primer mandatario dejaba entender que mientras él hace todo por “resolver” los problemas del país, la asamblea y la oposición hacen lo contrario.
La realidad es que ni Asamblea, ni el Gobierno, ni la oposición han sido capaces de sintonizar con el momento que vive el país, con las necesidades de la gente. Todos son corresponsables del abandono que vivimos en temas de seguridad, salud, empleo, educación.
La consulta popular es un claro ejemplo. En uno de los comunicados sobre el aumento de penas, Noboa demuestra que no era necesario gastar los 60 millones de dólares, pues tranquilamente podía proponer ese cambio directamente a la Asamblea, a través de reformas legales. Con ese recurso, hoy se podría pagar, por ejemplo, a Solca.
La ineficiencia de la Asamblea es cierta y hacen todo lo posible por darle argumentos a Noboa para victimizarse. Por ejemplo, la decisión de la Comisión de Fiscalización de emitir un informe desfavorable al juicio político en contra de Wilman Terán es por demás absurda. Cualquier justificación que se dé es innecesaria. Hay algo que la actual clase política no entiende y es el sentido de oportunidad y las formas que tanto importan, hay que ser y parecer.
Y la oposición ni se diga. Todos le hacen el juego a Noboa. RC, Construye, PSC caen en los mismos errores, siguen insistiendo en el discurso de odio, la polarización y, sobre todo, el sectarismo. Al parecer, para ellos, esa es la única forma de hacer política.
En el medio estamos nosotros, la ciudadanía que no encuentra respuestas ni soluciones en ningún lado. Si la asamblea y la oposición tienen su responsabilidad; no se diga el actual gobierno. Noboa ha instaurado una política de odio, con atentados a la libertad de expresión, con amedrentamiento a grupos ciudadanos y sociales que han reclamado por la falta de atención y con un autoritarismo que lo ha hecho tomar decisiones inverosímiles, como invadir una embajada o criticar a otros presidentes latinoamericanos.
Mientras esto pasa, la violencia sigue en las calles, los enfermos viven un viacrucis en los hospitales públicos, los jóvenes no tienen oportunidades y los políticos siguen priorizando intereses particulares.
El viejo y el nuevo Ecuador son lo mismo y nuestro futuro es cada vez más incierto, más desesperanzador.
La opinión de Héctor Calderón