Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
La ubicación geográfica del Ecuador y su capital, Quito, hace que cuenten con varios elementos de propensión a enfrentar fenómenos naturales de distintos tipos, así: sismos, erupciones volcánicas, inundaciones, aluviones, movimientos en masa, entre otros.
Al encontrarnos situados en el cinturón de fuego del Pacífico, las amenazas permanentes de actividad sísmica y volcánica intensas, así como tener erupciones y sismos de mediana y elevada magnitud son escenarios posibles, de hecho acabamos de pasar por un sismo que, aunque no fue de una alta magnitud, al ser de poca profundidad, hizo que lo sintiéramos de modo intenso, o el de este viernes 5 de julio a la madrugada frente a las costas de Manta, son parte de estos peligros potenciales que configuran situaciones de riesgo; a ello se debe acotar que la escasa preparación que tenemos todos: autoridades, ciudadanía, medios de comunicación, aumenta los niveles de vulnerabilidad.
Por estas consideraciones es clave preparar a la población para afrontar los riesgos que se puedan dar en materia de amenazas naturales, no podemos perder de vista que la percepción del riesgo es una construcción social y que como tal no se la edifica de la noche a la mañana, se trata de procesos de educación y comunicación que van de la mano con la creación y fortalecimiento de políticas públicas que generen soluciones claras que den el soporte necesario a la población en estas materias.
Frente a esta realidad es clave tratar el tema a partir de políticas públicas que contemplen estrategias de comunicación de riesgo y desde el ámbito de la necesaria imbricación con posibles crisis, si no se propende a que la sociedad maneje una cultura de prevención, reconozca el peligro y actúe en consecuencia, seguiremos siendo una población que solo reacciona cuando ya se dan los hechos. En este sentido es fundamental el papel que juegan los medios de comunicación, la academia, los gremios, pero, ante todo, las autoridades para dar el correspondiente soporte a la gente, fundamentalmente a aquellos que tienen mayores niveles de vulnerabilidad.
La comunicación estratégica debe desarrollarse como eje transversal para integrar la gestión de riesgos y de crisis, tanto en el accionar de las autoridades como de los pobladores a lo largo del tiempo, es decir, antes, durante y después de las etapas de la crisis, pues cuando ella termina volvemos al estado anterior, el del riesgo que es una constante que debe ser desmitificada mediante la edu-comunicación.
La comunicación de riesgos tiene entre sus objetivos evitar, en la medida de lo posible y mediante preparación previa, que ciertas crisis se conviertan en desastres para que los miembros de la sociedad puedan salir lo menos afectados; mientras más temprana sea la preparación de la ciudadanía para detectar, prevenir o manejar la crisis, mejores serán los resultados y por ende menores serán los daños que se produzcan.
“Si la comunidad sobrevive a las etapas de precrisis, crisis y poscrisis, se encontrará nuevamente en el estado de precrisis, idealmente mejor equipada para una próxima crisis o posiblemente con una visión más fatalista de su capacidad de manejar la siguiente crisis” (Coombs, 2007).
Cuando tratamos con situaciones de fenómenos naturales donde el principal activo es la preparación de la población, se necesita un fuerte componente comunicacional, por lo tanto, no se trata de diseminar la información, se trata de comunicarla, lograr el feedback adecuado e ir ajustando tácticas en el camino, con la finalidad de garantizar que los aprendizajes sean efectivos y se cumpla con el objetivo de salvar vidas, propiedad pública y privada y trabajar para que los riesgos no terminen en desastres o peor aún, en catástrofes.
Los mensajes deberán ser creados de manera técnica para llegar del modo preciso a cada público, pues cada grupo poblacional tiene sus propias especificidades y necesidades, además hay que enfatizar en que cambiar actitudes y comportamientos no se consigue fácilmente, se lo logra sobre la base de procesos sostenidos en los que la gente se sienta incluida, pues aquellos que sepan cómo actuar tienen muchas más posibilidades de ayudar a los demás y ayudarse a sí mismos, la información oportuna y clara salva vidas, el enfoque prospectivo nos indica que debemos prepararnos para el próximo fenómeno natural y que esa preparación hará la diferencia.
La opinión de María Eugenia Molina