Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
Un plan que solo funciona si es por decisión propia. De lo contrario, no sirve ni para encender un cigarrillo, menos para calentar un plato de comida, bañarse en condiciones, empezar los deberes, estudiar, trabajar… VIVIR.
Desde septiembre a los ecuatorianos les prenden y apagan las luces sin criterio, responsabilidad o, al menos, un poco de compasión y respeto. El entretenimiento de la temporada consiste en mantener a los ciudadanos ocupados con este problema, evitando, literalmente, ver a los demás. Como si cada vez que suena el beep del microondas con la noticia de que la electricidad volvió, algo nuevo —no necesariamente bueno— hubiera pasado. La necesidad de ocupar esas cortas horas en salir adelante antes del siguiente apagón hace que todo esto pase desapercibido.
Me rehúso a aceptar que cuando mencionan la resiliencia de los ecuatorianos y de las personas que viven en Ecuador, se refieren a esto. A que, a pesar de ser atacados por todos los frentes, siguen de pie y funcionales. Eso no es resiliencia; eso es supervivencia. No vivimos bajo la ley de la selva, donde el funcionamiento social radica en la ausencia de orden y norma.
Ese apagar y prender apaga el desarrollo; bloquea, atrasa, limita y perjudica. Esos son los daños colaterales que la oscuridad no deja ver. Pocos quieren iluminar esta situación porque están muy ocupados diseñando PDFs con las nuevas horas de los cortes, que ni siquiera respetan. Sin embargo, cada vez que se va la luz, llega un nuevo problema, como si ya fueran pocos. Ocurre un nuevo accidente de tránsito porque no hay semáforos ni control; un nuevo crimen se ejecuta, aunque para eso no hace falta oscuridad; una persona pierde su trabajo o la posibilidad de ganancia de un día; un emprendedor retrasa sus pendientes; un niño no cena ni aprende; un enfermo muere, y así se acumulan desgracias indefinidas.
La razón, como siempre, es la corrupción. Algunos me dirán que no todo se resume a la simpleza de este macabro acto, pero en Ecuador es así. Puede ser que no llueva suficiente, que el anterior no hizo lo que debía, que fue culpa de Jaimito y que, por causa de Pepito, el vecino colombiano que no presta el enchufe, seguimos así; que la naturaleza no pregunta, que el calentamiento global es un hecho, blah, blah, blah… Pero la corrupción permite que haya gente mediocre en espacios de poder y decisión, antes, durante y ahora; esos que olvidaron para qué fueron designados y dejaron las motivaciones altruistas de campaña traspapeladas en algún sobre con un par de dólares.
Es responsabilidad de quien asume ese rol estar a la altura pese a las circunstancias. Nadie nace sabiendo ser presidente, mucho menos de Ecuador, pero para ello se requiere, al menos, preparación, voluntad y criterio para manejar crisis, resolver disputas y enfrentar problemas. Meses sin luz y las amenazas de que se pondrá aún peor: hasta 14 horas sin un recurso básico, y la única opción de seguir o morir que tienen quienes habitan en el punto más cercano al sol, que ampara el 90% de su energía en una sola herramienta.
Se aproximan fechas en las que la luz es una de las principales protagonistas y ya han comenzado las advertencias para que los ciudadanos no enciendan más que velas. Cuando desde el mismo gobierno hay prórrogas en los cortes para ver un partido de fútbol y hacer feliz, con nada, a una población enfurecida. Así que no fastidien con las intimidaciones, que no tienen calidad moral, y en lugar de castigar: indulten, enmienden, ¡PREMIEN! a quienes hagan un uso responsable de la energía eléctrica. Cambien de una vez el chip de dar migajas y lanzar penas, y visibilicen y beneficien a la mayoría de la población que se une a dar una mano, a pesar de que se les subieron hasta el codo.
La opinión de Tatiana Sonnenholzner.