Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
“Limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados.” Eso es lo que dice, eso es lo que hice, eso es lo que hacen en campaña, eso es lo que critico, y eso es lo que debe cambiar.
Voy a empezar por mí.
Durante la pandemia, se me ocurrió hacer una colecta de fondos entre familia, amigos y conocidos para comprar productos de primera necesidad y entregarlos a familias en situación de pobreza. Mi principal motivación era que tuvieran niños y niñas, así que me puse en contacto con una Fundación que trabaja con este grupo de atención prioritaria, quienes me ayudaron con el transporte, el traslado y el contacto.
Hace algunos años, hubiese leído este párrafo y habría creído que estaba haciendo una gran acción. Ahora, me da rabia y hasta vergüenza, y les voy a explicar por qué. No me malinterpreten, mis intenciones fueron “buenas”; sin embargo, ya que me estoy confesando, no voy a ser hipócrita y negar que, dentro de ese acto “altruista”, apareció el sabor amargo de la superioridad. La idea nació de la frustración, la desesperación y el caos que trajo no saber cuánto duraría la pandemia, ni a quiénes más se llevaría ese maldito virus. Y también nació desde el privilegio de pensar esto dentro de un techo, con comida en la mesa. Así que movilicé un poco a mi entorno y me enfoqué en llevar, aunque fuera por una sola vez, algo a alguien más.
Ese es justamente el problema. Yo hice lo que me había propuesto hacer: entregar un paquete de pañales a una madre con un bebé y algunos víveres que perduraran en el tiempo. Mi caridad seguramente ayudó a Sandra, que tenía 16 años y un bebé de 11 meses, pero la ayudó solo por lo que dura un paquete de pañales. ¿Y después? Mi vida siguió. Yo continué caminando, con mi viaje planeado, con mi destino programado. Estoy escribiendo esto sin saber nada más de Sandra, que seguramente sigue en la misma situación, porque mi acción sólo le dejó un par de días de comida, pero no le dio una oportunidad de gestionar su propia suerte.
Voy a continuar con los políticos. Durante las campañas hacen lo mismo que yo hice: un par de camisetas, algunos útiles escolares, un par de latas de atún y muchas promesas. Esto, para quien no tiene nada, claro que es algo, claro que sirve. Algunos usarán las camisetas para trapear el piso y otros para cobijarse en una noche fría. Antes, me aliviaba con pensamientos como: “al final del día de no comer nada a tener huevos, ya es algo”; “de no poder moverse a que le regalen una silla de ruedas, ya es algo”. Pero no es así. Irónicamente, de hecho, es quitarle más de lo poco que tenía, porque se promueve un sistema asqueroso que profundiza las carencias para que existan más necesidades por suplir. Y ese es el trueque intrínseco entre la camiseta y el voto. La diferencia es que yo no buscaba nada a cambio, más que aliviar, por unos días, el abandono de quienes sí tienen el poder de hacer un cambio.
La caridad no soluciona el problema, lo profundiza, y es difícil de ver porque está escondida detrás de un gesto “bondadoso”. Un pan para un hambriento es un regalo, pero es una barriga llena momentánea, pues ese hambriento no sabrá cómo generar recursos para tener otro pan mañana. Y esperará cuatro años más para que le vuelvan a alimentar. Poner una canción en un video institucional de un ministerio no es ayudar a una industria musical abandonada por años. Regalarle un iPad a un niño no es ayudar a su desarrollo. No se hagan los “buenos” y mejor, hagan su trabajo. Así, en el futuro, no será necesario dar caridad porque lo que habrán hecho será brindar oportunidad.
Al final del día, lo que realmente necesita la gente no es un alivio temporal, sino las herramientas y la dignidad para salir adelante por sí misma. La caridad como solución es una ilusión que nos permite sentirnos bien, pero mientras sigamos sustituyendo el cambio real por gestos simbólicos, nunca vamos a transformar las estructuras que perpetúan la desigualdad. En vez de regalar pan, entreguen harina, porque solo con oportunidades sostenibles, las problemáticas sociales tienen alguna posibilidad de ser erradicada.
La opinión de Tatiana Sonnenholzner.