Por: Arturo Ruiz G.
Con la proximidad de una contienda electoral, políticos, generadores de opinión y otros interesados, empiezan a buscar y consumir con cierta desesperación el contenido de encuestas. Cual si fuera el oráculo de Delfos, comienzan a hablar con absoluta certeza de quién está primero, de porcentajes de intención del voto e incluso, de los que ya estarían en segunda vuelta presidencial. Estas afirmaciones se dan, cuando aún no hay siquiera certidumbre de qué organizaciones políticas van a estar habilitadas para participar y, mucho menos, quienes serán sus candidatos y binomios. Y lo que es peor aún, se da por sentado que, en medio de una severa crisis económica y una pandemia, los votantes están pendientes del calendario electoral y por ende, están claros de que próximamente habrá elecciones y, de las dignidades que deberán elegir. Falso.
Pero, partamos por entender qué es una encuesta. Manuel Mora y Araujo, uno de los más relevantes sociólogos e investigadores de la región, en su obra “El poder de la conversación”, definió a la encuesta como “un instrumento de observación de la realidad que registra respuestas a preguntas. Consta de tres grandes módulos: qué se pregunta, a quién, cómo se analiza esa información.” Con esto, podemos partir de que la encuesta es una herramienta de investigación que debe ser técnicamente realizada, considerando principalmente la medición (las preguntas), el muestreo (a quién se pregunta), y el análisis, es decir, qué voy a hacer con la información obtenida de dicha investigación. Tiene además una vigencia delimitada por las circunstancias propias de la coyuntura ya que, por ejemplo, la opinión ciudadana previo a la pandemia, no será la misma en medio de un aislamiento ciudadano o, después, en la post pandemia.
¿Cómo se deberían usar las encuestas? Primero, si éstas son técnicamente realizadas y generan confianza en el equipo de una campaña o de gobierno, deben usarse como uno de los instrumentos básicos para contar con un diagnóstico real de la situación y, consecuentemente, tomar decisiones estratégicas. Para el efecto, entre otras variables, la encuesta nos debe dar luces respecto de la coyuntura del país, el estado de ánimo de la población, la identidad, la imagen la credibilidad de todos los actores, el perfil del candidato, etc. Es decir, primero hay que saber qué pasa, qué opina y necesita la gente, y si la coyuntura y evaluación de todos los actores dan cabida a que se pueda pensar o no en una candidatura, salvo que el objetivo de la campaña sea ganar identidad e imagen a mediano plazo.
Lastimosamente, hoy por hoy, vemos que las encuestas han derivado en tácticas de propaganda para que tuiteros e “influencers”, den por sentado en redes sociales, que su candidato o la tendencia de su preferencia, está arriba de los demás, generando una interminable discusión que, como siempre ocurre en redes sociales, no genera ningún aporte al debate serio del futuro del país. A todo lo anterior, hay que considerar el impacto de serias equivocaciones de reacción, que terminan afectando la imagen de actores, por actuar con base en estos supuestos.
Esto no debe entenderse como un ataque, sino como un llamado de atención para no auto engañarse. Mora y Araujo, señalaba que, “Centrar una campaña en la difusión de encuestas favorables -una práctica notablemente difundida en América Latina- es la mejor receta para perder la elección… Las encuestas existen para reflejar la realidad; la pretensión de hacer uso de ellas como una herramienta propagandística, para modificar la realidad, a menudo lleva a un fiasco.”
Es inoficioso debatir sobre escenarios de encuestas en el que, por ejemplo, el candidato “A”, está ganando al “B”, o “C” ataque a “A” y “B” para crecer. ¿Qué pasaría si “A”, decide no ser candidato?, ¿Qué pasaría si “A” y “C” terminan aliándose?, ¿Qué pasaría si “B” no cuenta con una organización política que auspicie sus candidatos?, ¿Qué pasaría si, además, “D” está trabajando técnicamente y nadie lo identifica o mide?, ¿Qué pasaría si “E” decide construir una gran alianza de una multiplicidad de organizaciones y tendencias que cuentan con nombre pero sin base? Así, puede salir una multiplicidad de interrogantes que no tienen sentido plantearlas mientras no existan certezas de quiénes van a participar y bajo qué auspicios.
A estos argumentos, se podrían añadir otras variables de análisis que influyen en un diagnóstico y la toma de decisiones, que son complementarias o adicionales a las encuestas: el endoso del voto; la aplicación de la “Teoría de la espiral del silencio” o “voto vergonzante”, sobre la capacidad de base real de las organizaciones políticas y aplicado esto a alianzas; la “Teoría del Frame”;“Teoría de juegos”; “Behavioural Economics”; la racionalidad o no del voto, etc. Sin embargo, este texto recoge de manera superficial, apenas unos pocos argumentos para sugerir la tecnificación del debate que tanto necesita el país.
Es necesario entender que el Ecuador está sumido en una profunda crisis económica, social y política. Que la gente necesita liderazgo, esperanza, un futuro, y que, por sobre todas las cosas, está hastiada de peleas de política, entre políticos. Todo esto, para que en febrero o abril de 2021, las encuestadoras no sean el centro del debate, sino las propuestas, planes de trabajo, y ejecución real de soluciones propuestas para los ciudadanos. Hay que recordar siempre que, como dice el dicho popular, “en política no hay sorpresas, sino sorprendidos”.