Por: Wilson Benavides Vásquez, analista político
El caso Metástasis difundido por la Fiscalía General del Estado ha conmocionado al Ecuador al revelar conversaciones telefónicas entre el narcotraficante Leandro Norero, asesinado hace más de un año en la cárcel de Cotopaxi, y una serie de abogados, autoridades judiciales, jueces, fiscales y policías de alta graduación, así como con Anderson Boscán, periodista fundador del medio digital La Posta.
De acuerdo con estos contenidos, que fueron colocados en el sitio web oficial de esa institución, el nexo entre Norero y sus abogados, con varios jueces y fiscales, así como dos altos oficiales de la Policía Nacional, no solo posibilitaron direccionar causas a su favor y de su familia, sino también financiar la reparación y el mantenimiento de patrulleros, por increíble que parezca.
Digno de una narco novela de las que nos tuvieron acostumbrados los canales nacionales y las plataformas de televisión pagada, este caso empezó salpicando directamente al presidente del Consejo de la Judicatura, Wilman Terán, y –por supuesto- al periodista Boscán. El primero está preso en la cárcel No. 4 de Quito y el segundo, enfrenta una de las armas más letales del periodismo ecuatoriano: el escarnio público.
Y esto pasa porque en las mencionadas conversaciones telefónicas a través de chats, el nivel de cercanía entre Boscán y Norero, rebasa toda lógica en la que debería cimentarse la relación periodista-fuente, donde no solo quedaron evidenciadas las formas de “tratarse” entre ambos, sino también algunos contenidos vinculados principalmente con temas de investigación de La Posta.
Una cosa es que los medios (tradicionales y digitales) intenten colocar la agenda en la opinión pública según los grupos de interés a los que representan, pero otra -muy distinta- es que lo hagan promoviendo intereses del narco y el crimen organizado, que ha convertido al Ecuador en uno de los países más inseguros del planeta.
Sumado a ello, el hecho de que el mencionado narcotraficante -fuente privilegiada de La Posta- esté involucrado en el asesinato de un periodista en Manabí, así como en la planificación de posibles atentados contra otros comunicadores de diario Expreso, Ecuavisa y Teleamazonas, debería ser motivo no solo de rechazo sino de una investigación específica sobre el tema.
Ya es hora que los gremios periodísticos como la UNP y las ONGs vinculadas al tema de la libertad de expresión como Fundamedios, se tomen en serio su papel exigiendo respuestas claras a las instancias institucionales respectivas.
No hay que olvidar que desde el secuestro y posterior asesinato del equipo de diario El Comercio en 2018, sus familiares aún esperan la desclasificación de la información sobre ese terrible hecho. Tampoco hay que mirar a otro lado cuando varios periodistas se han visto obligados a exiliarse debido a las amenazas contra su vida o de sus familias.
En la práctica, la polarización política y el estigma que el poder hizo del periodismo con calificativos como “prensa corrupta” o “sicarios de tinta” nos ha pasado factura como sociedad, haciendo que los periodistas -principales generadores de “sentido” de los acontecimientos- se hayan alineado a una u otra postura, denunciando los abusos y/o la corrupción de acuerdo al bando donde se encuentren, lo que ha desvirtuado el sentido mismo de la profesión.
Los periodistas se convierten en militantes porque confunden -especialmente en sus redes sociales- su auto percepción como defensores de la democracia con la práctica del activismo partidista, en un relato que abiertamente mezcla información con opinión. Esta situación desnaturaliza al periodismo ahondando el abismo entre las audiencias y los medios. Al mismo tiempo, ciertos periodistas se alinean al poder gubernamental de turno por diferentes razones que podrían ir desde conservar el trabajo, acceder a nichos de dirección en instituciones del Estado o impulsar intereses personales para ingresar a la política.
Mientras la intolerancia y la exclusión de las opiniones contrarias se convirtieron en el lev motiv del ejercicio periodístico durante los últimos años que llegó a los extremos de volverse una suerte de militancia sin partido, el narco y sus tentáculos de delito y muerte, fueron cooptando los siempre frágiles egos de las jóvenes “promesas” del periodismo, que cada vez se parece más a una cultura política que a un oficio reglado por normas deontológicas.
No hay que olvidar sin embargo, que en los otrora hegemónicos medios tradicionales, también existieron prácticas reñidas con la ética especialmente en la relación entre periodistas y fuentes. Todos quienes han pisado una sala de redacción saben muy bien que sus contenidos muchas veces fueron condicionados por actores externos de distinto talante.
Quizá si La Posta hubiese tenido un manual de ética periodística, hubiese pensado dos veces en establecer una relación como la que concretó con Norero.
Ojalá este “error” como lo reconoció Boscán en Teleamazonas no invalide a los ojos de la opinión pública, la investigación de “El Gran Padrino”, que llevó a juicio político al hoy ex presidente, Guillermo Lasso.Periodismo y militancia (ideológica o narcológica) son al parecer dos caras de una misma moneda, según lo devela el caso Metástasis. Así llega el Ecuador a estas navidades.
La opinión de Wilson Benavides.