Por: Héctor Calderón
En este titular se resume la triste y vergonzosa gestión de Guillermo Lasso en sus dos años y medio de Gobierno. El dirigente de CREO llegó a Carondelet luego de “haberse preparado” 10 años para el cargo. Anunció que iba a resolver los problemas en 100 minutos y prometió que el Ecuador sería una tierra de libertad.
La realidad es que ese Lasso candidato nunca llegó a la Presidencia. Ese estadista, empresario exitoso y ejecutor que se mostraba en campaña fue un producto creado para cumplir el objetivo de ese momento: derrotar al Correísmo. Y en esto no habría ningún problema, esa es la democracia; el problema es que ese Lasso candidato fue un espejismo y en este periodo se demostró que ni él ni su gente estaban en capacidad de gobernar, de administrar un país.
Lasso inició su gestión con un alto índice de popularidad, sus zapatos rojos era un trend, se vendían por todo lado, y sus vídeos en redes sociales eran todo un éxito. Su único acierto, la campaña de vacunación contra la COVID, nos daba la esperanza de que algo podía cambiar; pero, otra vez, esto fue solo un espejismo. Lasso no pudo sostener su popularidad, su credibilidad y poco a poco fue sucumbiendo ante su vanidad, inoperancia, incapacidad y tozudez.
Lasso quebró el país, acabó con los servicios públicos y nos dejó en manos del crimen organizado. A pesar de los múltiples “lavados de cara” que intentaron (algunos siguen intentando) sus voceros digitales y periodistas acólitos, la realidad que vive el país a diario es innegable. Las calles del Ecuador están teñidas de sangre, las familias viven en constante zozobra por la inseguridad, los niños y niñas no tienen acceso a una educación de calidad, los pacientes no tienen medicinas. La gente se muere y no tiene esperanza.
El legado de Lasso es nefasto. La historia deberá ubicarlo en el lugar que, él y su gobierno, se merecen. No fue más que un año viejo mal armado, un producto que se creó para derrotar al correísmo; pero que se desarmó inmediatamente por sus vicios y negligencia.
Por fin se va, por fin se van; y ahora sí, no como lo festejaron hace dos años cegados por el odio y la sinrazón, hoy Ecuador será un mejor país.
La opinión de Héctor Calderón.