Por: Felipe Pesantez
La reciente victoria de Daniel Noboa en el balotaje ecuatoriano marca un punto de inflexión en la historia política del país andino. Con una diferencia abrumadora de casi 1.2 millones de votos y un incremento del 11.43% respecto a la primera vuelta, el electorado ha enviado un mensaje inequívoco: el correísmo, otrora fuerza hegemónica, se desvanece ante el empuje de una alternativa que supo capitalizar los errores de sus adversarios.
El mapa electoral pintó de púrpura la mayoría del territorio nacional. De las 24 provincias, apenas cinco —Santa Elena, Los Ríos, Manabí, Esmeraldas y Sucumbíos— se decantaron por la opción correísta de Luisa González, quien apenas logró incrementar su caudal electoral en un magro 0.4%. La corriente del «socialismo del siglo XXI», que durante años dominó el panorama político ecuatoriano, parece diluirse como fuerza política dominante.
La campaña correísta se autosaboteó con propuestas que resonaron negativamente en el imaginario colectivo. Los «gestores de paz», presentados como una suerte de milicias urbanas al estilo venezolano o cubano, despertaron temores en una población cada vez más escéptica ante los modelos autoritarios regionales. La resistencia al control de celulares durante la votación resultó contradictoria con sus propias posturas anteriores, y el controvertido proyecto para censurar a la Iglesia católica en un país profundamente religioso, donde esta institución goza de mayor confianza que los partidos políticos, fue un error estratégico monumental.
Otros tropiezos decisivos incluyeron el respaldo al régimen de Nicolás Maduro durante el debate presidencial, la ambigua propuesta de una «dolarización a la ecuatoriana» que muchos interpretaron como un plan para abandonar el dólar, y el escándalo de la «Liga Azul», donde se filtraron conversaciones de WhatsApp que evidenciaban presuntas designaciones a dedo en cargos públicos y referencias despectivas a la propia candidata González, a quien llamaban «Rana René» en discusiones sobre presuntos casos de corrupción.
Mientras tanto, Noboa jugó sus cartas con maestría estratégica. Utilizó a voceras carismáticas como la primera dama Lavinia Valbonesi y la asambleísta Anabella Azín para conectar con diversos sectores de la población. Implementó estratégicamente bonos sociales dirigidos a militares, policías, jóvenes y personas vulnerables en provincias afectadas por desastres naturales y el derrame petrolero en Esmeraldas, consolidando apoyos en sectores clave.
Su campaña «millennial» y el ingenioso símbolo del «candidato de cartón» resonaron particularmente en el electorado más joven. Noboa aprovechó su posición como presidente en funciones para proyectar una imagen de juventud, certidumbre y firmeza contra el crimen organizado, generando confianza en medio de la crisis de seguridad que azota al país. El debate presidencial, lejos de perjudicarlo, fortaleció esta percepción.
Un factor determinante fue su capacidad para movilizar el voto facultativo: jóvenes entre 16 y 18 años, adultos mayores, policías y fuerzas armadas respondieron al llamado de las urnas a favor del candidato-presidente. La estrategia resultó impecable en un contexto donde cada voto contaba.
Sin embargo, la victoria electoral es apenas el primer paso de un camino repleto de desafíos colosales. Noboa deberá enfrentar la compleja tarea de gobernar con una Asamblea Nacional fragmentada, tanto la saliente como la entrante. En el ámbito económico, le espera la reducción del déficit de la balanza comercial, la generación de empleos adecuados, la disminución de una pobreza que afecta al 28% de la población y el incremento del consumo interno.
Las finanzas públicas representan otro rompecabezas por resolver: la amortización de la deuda, el cumplimiento de los bonos prometidos durante la campaña y la atención al déficit fiscal, con 1.139 millones en atrasos presupuestarios a gobiernos centrales y ministerios clave como salud, educación e inclusión social. Todo esto mientras promueve una política exterior coherente y busca fortalecer las relaciones internacionales para atraer más dólares a la economía nacional.
Pero quizás el desafío más apremiante sea la crisis de seguridad. Ecuador ha visto cómo la violencia narcoterrorista ha transformado sus calles en escenarios de horror. La capacidad de Noboa para contener a los grupos de delincuencia organizada será la vara con la que gran parte de la ciudadanía medirá el éxito o fracaso de su gestión.
El Ecuador post-correísta inicia una nueva etapa cargada tanto de esperanza como de incertidumbre. La pregunta que flota en el ambiente es si Noboa podrá convertir su contundente victoria electoral en un gobierno efectivo que responda a las necesidades urgentes de la población, o si será simplemente otro capítulo en la inestabilidad política que ha caracterizado al país en las últimas décadas. El tiempo, implacable juez de la historia, emitirá su veredicto mientras los ecuatorianos observan expectantes el despliegue de esta nueva era política.
La opinión de Felipe Pesántez