OPINIÓN

Felices, exagerados o farsantes | Opinión

Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital

Tal vez todo eso al mismo tiempo.

Un físico del Instituto de la Felicidad de Copenhague reveló que los latinoamericanos son más felices de lo que estadísticamente se considera “normal”. Esto llamó la atención del analista, teniendo en cuenta que en estos países existen problemas como corrupción, inestabilidad política, inseguridad, desigualdad, entre otros. Estas problemáticas sociales se contraponen con las premisas para medir los niveles de felicidad, según su experimento, donde básicamente la fórmula es: a menor corrupción, mayor felicidad.

El Instituto de la Felicidad fue creado por el investigador y escritor danés Meik Wiking, quien se interesó por medir este estado de ánimo una vez que su país ocupó, durante la mayor parte del tiempo, el primer puesto en el ranking de los países con mejor calidad de vida. Según Meik, “Dinamarca lo hace bien porque convierte la riqueza en bienestar, ofrece atención médica universal, educación gratuita, igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, entre otros beneficios”. Así halló que vivir en un sistema que garantice los derechos humanos, los servicios básicos y priorice a los ciudadanos son los principales factores para alcanzar la felicidad, a diferencia de lo que comúnmente se cree, como que la riqueza material o el consumo deliberado son los determinantes. Sin embargo, también descubrió que lo que empaña la felicidad son la soledad, el estrés y algunas enfermedades mentales.

Situaciones que, según su experiencia, no son comunes en Latinoamérica, ya que las relaciones interpersonales son muy fuertes. Sin embargo, esto no es suficiente para calificar con un rotundo 10 la satisfacción con la vida, teniendo en cuenta lo antes mencionado. Esto sugiere que, tal vez, la gente exagera sobre su situación real, miente o ha normalizado las problemáticas sociales.

América Latina ha enfrentado siglos de desafíos, como la colonización, la desigualdad, la inestabilidad política y las crisis económicas. En este contexto, es posible que la felicidad se haya convertido en un mecanismo de defensa y en un acto de resistencia frente a la adversidad. Pero también demuestra que esta sensación se encuentra en el disfrute de “las pequeñas cosas” y en la cercanía con los vínculos.

No soy científica, pero sí latina, y aunque me parece una noticia agradable saber que mi comunidad es “feliz”, también me genera inconformidad el concientizarme de que este sentir es producto de una fantasía, de no aceptar la realidad o de aparentar. He vivido en ambos lugares: en uno donde la calidad de vida es dudosa y exclusiva, y en otro donde eso está garantizado sin importar tu condición. En ambos he sido feliz de diferentes formas. Salir del trabajo y caminar sin miedo por la calle es un lujo que me hace sentir bien, pero saber que mi madre está cerca y ver diariamente a mi abuela también alegraba mi vida. Me parece que Meik tiene razón y los latinoamericanos sean anormalmente felices porque, a esta altura, no queda otra forma para enfrentar los retos que pretendiendo que todo está en orden, aunque eso mismo signifique no modificarlo.

La opinión de Tatiana Sonnenholzner.

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