Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
El Ecuador en general y su capital, el Distrito Metropolitano de Quito cuentan con varios elementos que les hacen proclives a enfrentar fenómenos naturales, que, año a año se vuelven más fuertes como consecuencia del cambio climático y que, si no son mitigados, controlados y limitados a tiempo, pueden ser causa de crisis y desastres de consideración como lo que ocurre con las consecuencias de las lluvias en varias provincias del país, por citar un ejemplo.
Al encontrarnos ubicados en el cinturón de fuego del Pacífico contamos con amenazas permanentes de actividad sísmica y volcánica intensas, tener erupciones y sismos de elevada magnitud es un escenario posible, de hecho acabamos de vivir un terremoto hace pocos días y como éste la historia da cuenta de varios eventos así, que si bien son los que más se conocen, no son los únicos: movimientos en masa, incendios forestales, y hasta un ciclón en el territorio de nuestro vecino Perú, o el anuncio de la posible llegada del fenómeno de El Niño para la segunda mitad del año, son parte de estos peligros potenciales que configuran situaciones de riesgo, a ello se debe acotar que la escasa preparación que tenemos todos: autoridades, ciudadanía, medios de comunicación, aumenta los niveles de vulnerabilidad frente a estos entornos.
De allí la imperiosa necesidad de preparar a la población para afrontar los riesgos que se puedan dar en materia de amenazas naturales desde la perspectiva de que el riesgo es una construcción social y que como tal no se la edifica de la noche a la mañana, se trata de procesos de educación y comunicación que van de la mano con la creación y fortalecimiento de políticas públicas que generen soluciones claras que den el soporte necesario a la gente en estas materias, el involucramiento de los ciudadanos es clave, no hay procedimientos que puedan estar completos si aquellos que requieren contar con estas capacidades para afrontar y superar escenarios adversos no son considerados como parte integrante de estos procesos de edu-comunicación.
Frente a esta realidad es clave tratar el tema desde estrategias de comunicación de riesgo y desde el ámbito de la necesaria imbricación con posibles crisis, si no se propende a que la sociedad maneje una cultura de riesgo que le haga tomar consciencia de ellos con el objetivo de percibir la realidad, reconocer el peligro y actuar en consecuencia, evitar mirar a un lado creyendo que es algo lejano a nosotros, sino desde la óptica de que se trata de un tema para el que todos debemos estar preparados; en este sentido es fundamental el papel que juegan los medios de comunicación, la academia, los gremios, pero ante todo, las autoridades para dar el correspondiente soporte a la gente, fundamentalmente a aquellos que tienen mayores niveles de vulnerabilidad.
La comunicación estratégica debe funcionar como eje transversal para integrar la gestión de riesgos y de crisis tanto en el accionar de las autoridades como de los pobladores a lo largo del tiempo, es decir, antes, durante y después de las etapas de la crisis, pues cuando ella termina volvemos al estado anterior, el del riesgo que es una constante que debe ser desmitificada mediante la edu-comunicación, con mensajes claros y que partan desde la realidad de cada sector y que se generen desde la época de proactividad y no exclusivamente cuando el riesgo ha pasado a ser crisis.
La comunicación de riesgo tiene entre sus objetivos evitar, en la medida de lo posible y mediante preparación previa, que ciertas crisis se conviertan en desastres para que los miembros de la sociedad puedan salir lo menos afectados, mientras más temprana sea la preparación de la ciudadanía para detectar, prevenir o manejar la crisis, mejores serán los resultados y por ende menores serán los daños que se produzcan.
“Si la comunidad sobrevive a las etapas de precrisis, crisis y poscrisis, se encontrará nuevamente en el estado de precrisis, idealmente mejor equipada para una próxima crisis o posiblemente con una visión más fatalista de su capacidad de manejar la siguiente crisis” (Coombs, 2007).
Esta afirmación me lleva a las preguntas ¿cuánto hemos aprendido de situaciones de desastres y catástrofes como el terremoto de 2016? ¿cuánto hemos avanzado en la preparación tanto de la población, cuánto del Estado central y de los gobiernos seccionales? Considero que muy poco.
Cuando tratamos con situaciones de fenómenos naturales donde el principal activo es la preparación de la población, se necesita un fuerte componente comunicacional, por lo tanto, no se trata “solo” de diseminar la información, se trata de comunicarla, lograr el feedback adecuado e ir ajustando tácticas en el camino, con la finalidad de garantizar que los aprendizajes sean efectivos y se cumpla con el objetivo más loable, salvar vidas, propiedad pública y privada y trabajar para que los riesgos no terminen en desastres y catástrofes.
Los mensajes elaborados por las autoridades y sus equipos técnicos deberán ser creados para llegar del modo adecuado a cada público, pues cada grupo poblacional tiene sus propias especificidades y necesidades, además hay que hacer hincapié en que cambiar actitudes y comportamientos no se consigue fácilmente, se lo logra sobre la base de procesos sostenidos y en los que la gente se sienta incluida y los considere aportantes y creíbles.
Es importante tener claro que no es verdad que no se puede hacer nada frente a la naturaleza, se puede hacer y mucho, para ello uno de los puntales es la edu-comunicación, en riesgos aquel que sabe cómo actuar tiene muchas más posibilidades de ayudar a los demás y ayudarse a sí mismo, recordemos que la información oportuna y clara salva vidas y que el enfoque prospectivo nos indica que debemos prepararnos para el próximo fenómeno natural y que esa preparación hará la diferencia.
La opinión de María Eugenia Molina.