Por: María Eugenia Molina. Ph.D.©
Experta en Comunicación Estratégica/Docente Universitaria
La situación compleja por la que pasamos como país debido a problemas como la inseguridad, violencia, falta de oportunidades, escasez de medicinas, déficit de empleo, casos de corrupción, conflictos políticos, por citar algunos, traen como consecuencia lamentable que cada día haya una nueva posibilidad de crisis en la que los ecuatorianos nos vemos inmersos muchas veces aún sin haber salido del escenario anterior; tomando en cuenta que las crisis constituyen momentos de ruptura del equilibrio, eventos que llevan a la inestabilidad e incertidumbre que ponen en peligro la imagen, el trabajo y la confianza, podemos decir que estamos ante una amenaza que cada vez afecta de mayor manera al desenvolvimiento del país, máxime cuando las autoridades no realizan una intervención de fondo para recomponer y reconstituir de forma estratégica los distintos contextos críticos en los que nos vemos inmersos como sociedad.
Se observa con preocupación que, tanto los gobernantes y su entorno como la ciudadanía nos estamos acostumbrando a vivir en medio de estos acontecimientos críticos y que hasta se los llega a normalizar, lo cual es sumamente peligroso pues, aunque los riesgos son constantes, las crisis deben ser situaciones extraordinarias que tienen que ser evitadas, gestionadas, controladas y cerradas, pero ello no se observa en la realidad, al contrario, nos estamos acostumbrando a vivir en crisis y a tener una diferente cada día; los estrategas de crisis decimos que si todo es crisis, nada es crisis, pues naturalizar lo que no es natural es acostumbrarse a vivir en una zozobra constante, en una espiral de intranquilidad y ansiedad que nos afecta tanto en lo personal como en lo colectivo.
Más preocupante se torna la situación cuando notamos que las autoridades de los distintos poderes no cuentan con la preparación necesaria para manejar estos temas y que, inclusive, sus asesores que deben ser quienes les apoyen y les guíen en ese manejo, se convierten en causantes de las crisis debido a sus erráticos procederes que llevan a una pérdida de legitimidad que amenaza el capital de confianza, pérdida de certidumbre y aumento del desorden.
A este panorama complejo por el que pasamos se suma otro, el pobre manejo comunicacional de las crisis por parte de las autoridades, declaraciones imprecisas, contradictorias, fuera de timing, poco empáticas, o silencios ensordecedores que generan aún más inseguridad en la gente, con lo cual se está alejando cada vez más de su máxima que es dotar de certidumbre a la población ante una amenaza, ello no es posible si se piensa a la comunicación desde las acciones y se deja de lado lo fundamental, la estrategia; la comunicación se queda sin piso cuando las decisiones políticas no guardan coherencia entre la práctica y el discurso, cuando ello ocurre nos enfrentamos a un proceso de hostilidad comunicativa pues se deja de lado su trabajo proactivo y se enfoca en la reacción, muchas veces tardía, y en la exaltación de la imagen de la autoridad, lo cual es lo menos recomendable en entornos de crisis.
En el Ecuador las crisis han ido dejando de ser la excepción para convertirse en lo cotidiano y nos vamos acostumbrando a escuchar frases como: la situación está controlada, lo hemos superado, todo está normal, cuando en realidad no es así; si la autoridad y su entorno no están preparados para gestionar conflictos, ellos derivarán en crisis que con la presencia de los medios de comunicación tradicionales y emergentes y de las redes sociales adquieren una dimensión cada vez más amplia y en la menor cantidad de tiempo, lo cual socava la identidad y liderazgo, por ello es fundamental que los poderes del Estado gestionen las crisis de tal manera que sus cierres sean consistentes mediante procesos en los que se tome en cuenta a la población, sobre todo aquella que resulte más afectada por lo sucedido.
MEM.
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