Por: Wilson Benavides Vásquez, analista político
La desaparición y el asesinato de la abogada María Belén Bernal en la Escuela Superior de Policía al noroccidente de Quito, ha roto en pedazos la confianza mutua entre la ciudadanía y la fuerza pública, poniéndonos como sociedad y como Estado al borde del abismo.
Causa escalofrío pensar cómo en una institución policial repleta de cadetes y oficiales, absolutamente nadie auxilió a la abogada mientras estaba siendo brutalmente agredida por su esposo, el teniente Germán Cáceres, hoy prófugo, luego de una cadena de decisiones que más se parecen a la complicidad que a la negligencia.
¿Cómo es posible que arbitrariamente y sin presencia de la Fiscalía, hayan ingresado a la habitación del mencionado oficial alterando la escena donde se produjo la agresión? ¿Cómo es posible que la cadete de último año que -de acuerdo a la versión de su abogado se encontraba en una habitación contigua- no informó de lo sucedido a sus superiores o intervino ese momento para evitar el desenlace que hoy todos lamentamos?
¿Cómo te desparecen, agreden y asesinan en un sitio que por su propia naturaleza está destinado a formar a quienes deben cuidarnos de la delincuencia?
Es indignante ver como las autoridades continúan ensayando respuestas que insultan la inteligencia como afirmar que el asesinato de la abogada Bernal es responsabilidad del oficial de guardia que le permitió ingresar a la Escuela de Policía o que este caso fue solo un “crimen pasional”, donde no estuvo involucrada la fuerza pública.
Llama la atención el manejo de los acontecimientos. El Secretario de Seguridad, Diego Ordóñez, afirmó que buscaban un “cuerpo” cuando el estatus de la abogada Bernal era de desaparecida.
Luego, el ministro del Interior, Patricio Carrillo, señaló que renunciaría a su cargo si no hay resultados, pero curiosamente un día después, el cadáver (o las osamentas como afirmaron las autoridades) es “descubierto” en el cerro Casitagua, a pocos kilómetros de las instalaciones policiales envuelto además en una cobija que -a primera vista- no tenía indicios de haber permanecido más de 8 días a la intemperie.
Adicionalmente, el hallazgo del cadáver de la doctora Bernal se produjo casi de forma paralela a la concentración convocada por su madre para exigir transparencia y justicia, que claramente podía constituirse en el fósforo que encienda la mecha de una acción colectiva de impredecibles consecuencias.
Sumado a ello, las características del terreno del Casitagua y las versiones de varios cadetes, harían suponer que Cáceres contó con la complicidad -por acción u omisión- de otros uniformados. El propio ministro Carrillo, anunció que solicitará la intervención de la Fiscalía contra 12 policías presuntamente involucrados. Hasta el momento, solo está detenida la cadete que estuvo en el cuarto contiguo al de los hechos.
Lo cierto es que la violencia intrafamiliar se sigue asumiendo como un “problema doméstico” o como algo en “lo que no hay que involucrarse”. Por esta idea, arraigada en nuestra cultura y en nuestras instituciones, en enero de 2019 fue asesinada en Ibarra, Diana Carolina, luego de ser retenida por más de dos horas por su pareja y en medio de 35 policías que no hicieron nada.
Lo mismo le sucedió a María Belén Bernal, pero el lugar de ambos hechos marca la diferencia. En los dos casos, sin embargo, el razonamiento fue el mismo: pensaron que era un problema intrafamiliar, que tuvo el mismo lamentable desenlace.
Entre el 1 de enero y el 3 de septiembre de 2022, se han registrado 206 muertes violentas de mujeres por razones de género a escala nacional lo que da un promedio de un caso cada 28 horas, según la Alianza Feminista para el Mapeo de los Femicidios en Ecuador.
¿Por qué como sociedad tenemos que seguir tolerando estas situaciones? ¿Por qué en lugar de intervenir para evitar estas tragedias, tomamos nuestro teléfono celular para grabarlas? Estamos hartos de este país. De sus autoridades y su indolencia, pero también de la gente y su indiferencia, sino miren el video de la agresión a una mujer en el malecón de Babahoyo (Los Ríos) que circuló en redes esta semana.
Es que la indiferencia o la sensibilidad selectiva es también una forma de maldad global como ya lo advierten importantes textos académicos. Es la misma indiferencia que en 2019 se llevó a Diana Carolina y ahora a María Belén Bernal.
Aunque las protestas convocadas por este último caso tienen la virtud de congregarnos nuevamente en torno a una coyuntura específica como sucedió en diciembre de 2017 con el asesinato de la niña Emilia Benavides en Loja, o en marzo y abril de 2018 con el secuestro y asesinato de los trabajadores de El Comercio en Mataje (Esmeraldas), lo cierto es que se dan sobre los hechos consumados.
Indiferentes fueron los familiares y profesores de Emilia; indiferentes los militares que dejaron pasar al equipo periodístico a un sitio dominado por bandas criminales armadas; indiferentes los policías que subestimaron al agresor de Diana Carolina; indiferentes los cadetes y oficiales que escucharon los gritos de María Belén…
La indiferencia también mata.
La opinión de Wilson Benavides.