Por: PhD.© María Eugenia Molina. Experta en Comunicación Estratégica/Docente Universitaria
A propósito del tema del impuesto a la herencia que se está tratando en estos días, quiero dedicar mi artículo de hoy a quien me dejó la mejor y mayor herencia para mi vida, mi padre, a quien no hay día que no recuerde y que no nombre, aquel ser humano maravilloso, sabio como pocos, educado según sus propias palabras, en la universidad de la vida, quien cada mañana y de manera infalible encendía su radio a las 05:00 para escuchar noticias, porque para él no había manera de empezar el día “sin estar bien informado”, yo, muy pequeña aún, recuerdo que seguía las cadenas colombianas Todelar y Caracol, radio Francia, radio Atalaya de Guayaquil, radio HCJB, radio Quito, entre las que constan en mi memoria, desde allí empezó mi fascinación por las noticias, por los comentarios, por las entrevistas…por la Comunicación Social y aunque no me decanté por el Periodismo sino por la Comunicación Organizacional (hoy, mi expertise es la Comunicación Estratégica de riesgo, crisis y desastres), siempre admiré esa “gran pantalla” llamada radio, me imaginaba tantas historias detrás de ese mundo mágico, las voces de sus locutores me transportaban y desde ese momento adopté la inexcusable costumbre de escuchar buenos noticiarios, opiniones argumentadas y con rigor.
De mi padre heredé el gusto por el fútbol y la pasión por “el Nacho” el rojo al que él y yo (ahora también mi hija) amamos tanto, el equipo de los “puros criollos” como le decía, mi padre y yo mirábamos los partidos, comentábamos las jugadas, las alineaciones, los cambios, vibrábamos con sus triunfos y nos golpeaban sus derrotas, pero sabíamos que de eso, como de todo en la vida, había que levantarse, mirar al frente y continuar, nada tan hermoso como recordar esas vivencias; pero de él aprendí mucho más, fue mi guía y mi “hincha número 1”, mi fan en todo lo que deseé hacer, siempre me dijo que la única herencia que me podía dejar en la vida era la educación y es así como a mis 17 años, estuve ya en la Facultad de Comunicación Social de la gloriosa Universidad Central del Ecuador para estudiar mi licenciatura; recuerdo que fue quien más feliz se puso cuando decidí estudiar mi maestría y aunque la vida no le alcanzó para verme graduada de magíster, mi tesis estuvo dedicada a él, como lo estará la tesis doctoral que estoy realizando ahora.
Mi padre me enseñó de disciplina, de honradez, de que los sacrificios tienen sus recompensas, de pasión por el orden y la limpieza, pero, ante todo, de apoyo a quien lo necesita, me decía: cuando ayudes a alguien, olvida que lo hiciste, pero nunca te olvides de quien te ayudó cuando tú lo necesitaste, el peor proceder de un ser humano es la ingratitud, cuando puedas ayudar, hazlo sin esperar recompensas, tu gratificación será la satisfacción de haber ayudado.
De él aprendí el valor del trabajo, de ganar el dinero honestamente y aprendí, también, a ser franca y directa, me inculcó el amor por los libros, el valor de la lectura y de la preparación, que él no pudo tener, pero que lo suplió con trabajo, honradez y autoformación, me enseñó a respetar y honrar la palabra como el bien más preciado que tiene una persona; recuerdo con emoción cuando traía un oficio de felicitación o un ascenso en su trabajo, tengo presente en mi memoria los domingos de helados y paseos por el parque que compartíamos los tres: él, mi madre y yo.
Siempre me sentí segura tomada de su mano mientras me contaba historias, algunas reales y otras inventadas, creo que mi padre hubiese sido un gran escritor, tenía madera para eso y una memoria prodigiosa que le acompañó hasta un día antes de su partida; todo el tiempo supe que podía contar con él, incluso cuando ya no estaba físicamente y yo migré por un par de años por razones de estudios hacia Argentina, sentía su presencia, su fuerza y su apoyo. Cada día lo recuerdo, solo hace falta mirarme al espejo para ver su cara reflejada en la mía, lo evoco cuando cada mañana, aunque casi no haya dormido porque tengo una tesis en marcha, me despierto muy temprano a escuchar la radio e informarme, ya que para mí no hay otra manera de empezar el día, tal como mi padre lo hacía.
Fue el abuelo más noble y cariñoso que mi hija pudo tener, la amó con todo su ser, pues fue su última nieta, su consentida, en su lecho de muerte esperó verla por última vez, horas después partió; sin embargo, para mi familia sigue aquí y disfrutamos y honramos su memoria y sus enseñanzas cuando seguimos sus consejos, cuando me despierto a escuchar noticias, cuando sé que me acompaña en mis desvelos y cuando recordamos, entre risas, sus mil y un anécdotas, que a medida que pasaban los años, nos las contaba una y otra vez. Doy gracias porque con la sabiduría que le dio la vida, supo enseñarme de sueños, de lucha, de cómo enfrentar las crisis y de cómo, a pesar de los errores y equivocaciones, siempre se puede rectificar y avanzar. Gracias por toda esa millonaria herencia que me dejaste, papá.