El trabajo reproductivo y de cuidados que hacemos las mujeres, en su mayoría, gratis, es la base sobre la que se asienta y se sostiene el capitalismo. No lo digo yo, hace décadas ya lo reflexionó la filósofa, historiadora, feminista-marxista, Silvia Federeci.
La realidad laboral de las mujeres a lo largo y ancho del globo terráqueo – en mayor o menor medida- está atravesada por la precariedad y la vergüenza.
Parir, cuidar y criar se asumen como “regalos”, como un “llamamiento divino” que nos consagra como mujeres. Nada más lejano.
¿Cuántas de nuestras madres, ahora mismo, no cuentan siquiera con una pensión de jubilación porque el trabajo no remunerado que cumplieron al criarnos no les garantizó un futuro de estabilidad económica?
Es decir, esas madres que estuvieron “desempleadas” (que es como se las mira en sociedades capitalistas) durante décadas, no están protegidas por las leyes laborales, tampoco por el sistema de seguridad social y mucho menos, su situación ha sido regularizada.
Sí, ya sé que me dirán que ahora el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, por ejemplo, da opciones para afiliarse de manera voluntaria, pero detengámonos a pensar, ¿cómo hace una mujer, madre soltera, o que depende de los ingresos de su marido, para conseguir alrededor de 70 dólares mensuales para poder aportar?
Es así como, las mamás, al igual que las prostitutas, ejercen un trabajo intangible, estigmatizado, discriminado, sin regulación jurídica, sin derechos laborales ni protección; es decir, son explotadas. Son parte del sistema, es más, hacen que todos los engranajes de ese sistema funcionen, pero son invisibles, nadie las ve.
Y es en esa invisibilidad que, a costa del tiempo con nuestros hijos, decidimos salir; cargadas de todas las culpas sobre nuestras espaldas, emancipamos los cuidados para tener un trabajo remunerado. Luchamos por nuestros derechos y los equiparamos a los de los hombres; la trampa vino dada en que, ahora, además de hacer el trabajo “que hacen los hombres”, llegamos a casa a cumplir responsabilidades domésticas y cuidar de los niños. La trampa está en el sistema. En un sistema precario, injusto e inequitativo, que nos somete a la disyuntiva de criar y empobrecer o que los cuiden otras para poder subsistir.
La doble moral que impera en entornos neoliberales hace que, por un lado, se enaltezcan las infancias y se busque -al menos en el discurso- defenderlas; pero, por otro, se discrimine y sancione a quienes asumimos la maternidad -no como un destino- como una decisión.
Los flexibles contratos laborales vigentes ahora en la legislación ecuatoriana hacen que renunciemos a derechos tan básicos como una baja médica por embarazos de riesgo o a períodos remunerados de maternidad y lactancia.
Ni qué decir de las largas jornadas de trabajo y los bajos salarios para las madres, que inclinan la balanza hacia una crianza que aleccione a las niñas y niños para hacerlos imperceptibles y minimizar así su impacto en la vida adulta. Aspiran que trabajemos como si no tuviéramos hijos y que maternemos como si no tuviéramos trabajo.
Hay que agregar que, con nuestros hijos, también nace la culpa. Sentimos culpa por trabajar; por “no trabajar”; por decidir cuidar a los niños en casa; por dejarlos a cargo de terceros; por frenar nuestra carrera profesional; por no hacerlo. Somos estigmatizadas, porque, además, no faltará aquel que nos culpe por “embarazarnos”.
En contextos de desigualdad y brechas tan profundas como los que se experimentan en Ecuador, parece imposible plantear avances en derechos. Más aún cuando resistimos con vehemencia y desde diversos ámbitos, para que no nos quiten los ya ganados.
Sin embargo, en este entorno de hostilidad y supervivencia, les invito a reflexionar sobre la que parece ser la matriz de nuestros males, porque estoy convencida de que para construir ese “otro mundo posible”, tenemos que replantearnos todo. Les invito a preguntarse ¿Qué le han hecho a la maternidad como institución? ¿Cómo se da esta historia de control de nuestros úteros? ¿A qué hora renunciamos a defender nuestros derechos y los de nuestros hijos?
Les invito a reflexionar sobre lo fundamental que resulta que nuestras criaturas crezcan con el amor y la presencia de su madre plena, realizada, en armonía; y eso solo se consigue con modelos económicos justos, contratos laborales dignos, con el sostén de la comunidad, para que las necesidades de ambos se vean colmadas, para que no crezcan en la carencia compitiendo por migajas, sino en la abundancia y con la seguridad de ser sostenidos.
Difícil imaginarse escenarios tales cuando, en Ecuador, por ejemplo, según un último informe de Unicef, los homicidios contra menores se incrementaron en un 700%, en 4 años; o se registran tasas de deserción estudiantil altísimas que, a los gobernantes de turno, parecen ni hacerles mella.
Si no exigimos la aplicación de políticas públicas alrededor de las infancias, alrededor de las madres y de quienes resisten y cuidan de la vida, no encontraremos la solución a las encrucijadas que afronta hoy por hoy nuestro sistema económico y político, al servicio de las grandes corporaciones.
Opinión en Primera Plana