Por: Ph.D.© María Eugenia Molina
Experta en Comunicación Estratégica/Docente Universitaria
Quito y el Ecuador en general se encuentran ubicados geográficamente en zonas de riesgo natural, esa es una información que la conocemos y con la que hemos vivido alrededor de los años, sin embargo, tal parece que para quienes ejercen los cargos de elección popular en calidad de autoridades es un tema nuevo, pues año a año el panorama es el mismo, muchas veces inclusive es peor, los fenómenos naturales que, siendo una constante en el país, no son tratados con la prevención que se requiere hasta que se suscitan eventos de gran intensidad y se convierten en desastres con lamentables pérdidas de vidas y de bienes que dejan tristeza y desolación, pero, también, indignación en la ciudadanía que mira cómo las autoridades no toman cartas en el asunto, sino cuando los acontecimientos se desencadenan.
Desde esta perspectiva, la gestión de riesgos es escasa, pues no hay un trabajo proactivo, es decir, de prevención, mantenimiento y mitigación, aunque estas crisis son largamente anunciadas y las señales de alarma de los eventos negativos están allí, pero, el tema va mucho más allá, pues en un país con variedad de riesgos no contamos con una Ley de Riesgos, lo que muestra la poca importancia que le dan al tema desde las instancias de poder, en ese sentido, no existen políticas públicas ni estrategias que ataquen el problema y cada cierto tiempo se producen situaciones como la de La Gasca en Quito, La Maná en Cotopaxi, el terremoto de Manabí, solo por citar algunos casos, en los que la salida más fácil es culpar a la naturaleza por la falta de gestión de las autoridades, quienes vuelven a trabajar una y otra vez en la reacción, cuando ya el fenómeno alcanza niveles de desastre o catástrofe.
Errores hay muchos, empezando por la ausencia de gestión del riesgo y del manejo de la crisis, mismos que vienen acarreándose desde hace años atrás y que se maximizan cuando las autoridades priorizan rencillas personales y políticas por sobre el bienestar de sus mandantes, quienes sufren las consecuencias de estos actos; lo más triste es que además de ser crisis que pudieron evitarse o minimizarse, los afectados, generalmente, son quienes menos recursos poseen.
Otra de las dimensiones en la que estas crisis dejan ver el débil funcionamiento de la institucionalidad es la comunicacional, pues “hacer comunicación estratégica es trabajar en planes de acción íntegros teniendo claro dónde estamos y hacia dónde y por qué camino queremos llegar, la comunicación, máxime en momentos de crisis, se convierte en la columna vertebral de la organización y actúa como área transversal mediante tácticas que permitan una planificación y gestión que involucra a la ciudadanía como eje de su accionar” (Molina, 2016).
Es clave contar con sistemas de alerta temprana frente a los peligros que pueden ocasionar los fenómenos naturales, al tiempo que es de vital importancia en un territorio como el nuestro preparar a la población para convivir con el riesgo, crear procesos de corresponsabilidad entre las autoridades y la ciudadanía, pero son las primeras quienes deben generar y liderar las pautas de edu-comunicación mediante un trabajo sostenido a lo largo del tiempo, más allá de los vaivenes electorales.
En momentos de crisis se debe actuar de inmediato y trabajar 24/7, son circunstancias especialmente difíciles que nos obligan a salir de nuestra zona de confort, “la previsión de la crisis como tal, tiene una serie de características endógenas que obligan a reaccionar con celeridad ante lo imprevisto, pero además, normalmente va acompañada de una dimensión pública que, en la mayoría de los casos, se convierte en mediática…” (Islas & Hernández, 2013), para lo cual la institucionalidad central y local debe estar preparada, no olvidemos que la temporada invernal está por llegar a su pico más alto, marzo y abril han sido tradicionalmente los meses más lluviosos y para ello hay que estar preparados, de modo que se pueda hacer frente a las contingencias antes que ellas se tornen en desastres, recordemos que como dicen nuestros padres y abuelos, el agua tiene memoria.
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