Por: Tamara Idrobo, activista feminista
Quizás existan mujeres que también se han planteado esta pregunta en algún momento de sus vidas.
O quizás existan personas a quienes esta pregunta poco les importe y no quieran incomodarse pensando en una realidad que no les atraviesa la vida.
Yo me he hecho esta pregunta, sobre todo cuando estando sola y sintiéndome insegura transitaba espacios oscuros en las calles de Quito o utilizaba el transporte público.
Durante el transcurso de nuestras vidas, las mujeres nos vemos casi que obligadas a normalizar las violencias que vivimos. Y aunque no lo digamos o denunciemos, nosotras reconocemos a las violencias. Las vivimos y las sentimos como situaciones que no son normales. Sabemos que lo que experimentamos no está bien. A veces el miedo nos envuelve con más fuerza y nos detiene a que actuemos, porque sabemos que si nos atrevemos a denunciar lo que estamos viviendo nos esperan peores violencias.
Tanta es la normalización de las violencias hacia las niñas y las mujeres y la sociedad está tan acostumbrada a que la palabra de una mujer no valga nada, que cuando decidimos asumir la lucha por definir, reconocer y visibilizar a las violencias, nos damos cuenta de que es un camino lleno de desesperanza y de cuesta arriba.
¿Por qué tanto silencio cómplice de la sociedad frente a tantas historias, casos y realidades de violencias y femicidios?
Porque reaccionar y actuar frente a las violencias significa que tenemos que romper nuestra comodidad y cobardía que nos lleva muchas veces a no querer aceptar y definir a las violencias como lo que son: violencias.
Porque cómodos y cobardes son los silencios cómplices de toda una sociedad -y de todas sus instituciones que la componen- que prefiere diluirse en debates de realidades políticas, antes de atreverse a informar o a informarse sobre los casos de agresiones, violencias, violaciones sexuales y de femicidios que ocurren a diario y que claman por ser conocidos.
Porque es de personas cómodas y cobardes decidir conscientemente vivir en su burbuja de privilegios y no atreverse. Porque cierran los ojos y se tapan los oídos para no saber de los casos de agresiones, violencias, violaciones sexuales y de femicidios.
Porque es más cómodo llegar a indignarnos por la historia de una mujer que es violentada si ella pertenece a nuestro círculo social o emocional, antes que atrevernos a conocer las historias de otras mujeres agredidas, violentadas, violadas o asesinadas que nada tienen que ver con nuestra realidad.
Porque es de cobardes decidir no sufrir cuando la víctima no es ni nuestra madre, ni nuestra hija, ni nuestra hermana, ni nuestra prima, ni nuestra amiga.
Porque es de personas cómodas y cobardes normalizar lo que no es normal. Y porque a la final solo las “feministas exageradas quieren ver violencia donde no la hay”. Y es que yo, desde mi feminismo, soy capaz de ver, definir e indicar las violencias donde existen y donde están porque yo -como estoy segura muchas mujeres más- las he vivido y sé de mujeres que en mayor magnitud las han vivido y las siguen viviendo todos los días, todo el tiempo.
¿Qué significa reaccionar y actuar frente a las violencias?
Insisto y persisto en que para enfrentar (y ojalá algún día lograr erradicar a las violencias), es necesario comprender cómo se construyen y cómo funcionan las mismas. Este trabajo empieza por reconocerlas, nombrarlas y definirlas. Y sí, muchos comportamientos, tratos y frases dirigidas hacia niñas y mujeres son violencia y cuando las mujeres las reconocemos y las nombramos como tales, nos volvemos un problema. Ustedes, que me honran leyéndome, tienen el trabajo de comprender qué está detrás de cada denuncia de violencia que llegan a conocer.
Entre los problemas y desafíos que enfrentamos las mujeres en la lucha contra las violencias, está el que muchas de las personas de nuestro entorno NO se atreven (porque no pueden o no quieren) a escuchar los conceptos y los preceptos cuando definimos a las violencias.
Cuando las mujeres como yo, activistas feministas, llevamos a la vida diaria nuestra lucha contra las violencias, nos volvemos el problema porque muchas personas no quieren saber que existen las violencias. Nuestras capacidades y esfuerzos de visibilizar y de demostrar múltiples historias de agresiones, violaciones y femicidios se estampan contra la indiferencia de la sociedad.
¿Qué obtenemos como respuesta cuando hacemos esas denuncias?
Silencio, un silencio que ensordece y que hace que todo el esfuerzo por visibilizar a las violencias quede como un eco que resuena dentro del horizonte de un camino sin fin. Gritamos a toda la sociedad que nos rodea que las mujeres estamos hartas de que nos violenten, nos agredan, nos opriman, nos exploten, nos sometan y nos maten. Pero a pesar de eso, cuando denunciamos obtenemos solo silencio por respuesta.
Hay muy pocas historias que han provocado la conciencia de acción y de reacción. A las mujeres las matan todos los días en el país. Actualmente, en el Ecuador estamos atravesando un año donde potencialmente existe un femicidio cada 24 horas. Les pregunto: ¿Qué están haciendo cada una y uno de ustedes al respecto?
Hay momentos en que la desesperanza se apodera de mí, porque siento que no importa cuántas denuncias hagamos; no importa cuántos hashtags en busca de justica se hagan; no importa cuántos artículos yo escriba, no importa cuántos mensajes yo comparta con ustedes; no importa nada de lo que yo diga o haga, porque siguen continuamente existiendo nuevos nombres de mujeres cuyas vidas son cegadas en manos femicidas en un Estado claramente feminicida.
Hay días en que no me alcanza el cuerpo para manejar la digna rabia, la digna ira y la sólida frustración que siento cada día que intento explicar y visibilizar que esta lucha nos corresponde a todas y a todos.
Mientras se prefiera la comodidad del silencio cómplice y se elija la cobardía de mirar para el otro lado y de hablar de cualquier otro tema que no tenga que ver con las violencias de género y las denuncias de femicidios, nada, absolutamente nada cambiará y las violencias seguirán normalizadas y los femicidios seguirán existiendo.
Yo, escribo por todas las mujeres que ya no están y por las víctimas a las cuales ustedes no quieren escuchar.
Yo, mientras tenga fuerzas, aliento y vida no me cansaré de incomodar, de escribir, de hablar, de mencionar, de provocar y de incomodar.
Yo, les invito a dejar de preocuparse tanto por los dramas políticos y a que empiecen a conmoverse por las historias de violencias. Y que en ellas encuentren la valentía para dejar la comodidad y la cobardía y empiecen a actuar desde sus vidas y trincheras para frenar las violencias de género y los femicidios.
Yo, desde mi impaciencia, dolor e indignación por tantas muertes de tantas mujeres, estaré rebelándome frente a mi propia comodidad y asumiendo mis propias cobardías. El día que deje de hacerlo es porque me morí.
Yo, ni calladita, ni silenciada, ni cómoda frente a esta realidad cruel de que por ser mujer tengo que aceptar ser agredida, violentada y tener miedo.
Yo no quiero que existan más víctimas de violencias y femicidios. ¿Y ustedes?
La opinión de Tamara Idrobo.