Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
Una mañana después del desayuno, parada frente al computador en mi trabajo, googlee la palabra “Ecuador” y este fue el rápido resultado que salió:
- Noboa gana las elecciones presidenciales en Ecuador.
- Ecuador en manos de las bandas de narcotraficantes: La escala de la violencia es enorme.
- ¿Cuánto dinero diario necesito para vacacionar en Ecuador?
Y pensé…
¿Este es el resumen de lo que es mi país?
Un lugar exótico, bello y peligroso para los turistas que quieren una experiencia extrema con deliciosa comida, el mejor cacao y lindos paisajes donde puedan desarrollar sus delirios de analistas sociológicos pseudo aventureros sobre la inestabilidad política y económica.
… Tal vez ese día realmente no tuve tanto trabajo.
Pero el punto es que, pareciera que así es como nos estamos presentando al mundo acorde a los principales titulares al hacer una búsqueda superficial.
No sé si tenga poco o mucho que ver, según algunos libros, hay influencia en que uno ya no viva en su país para que lo considere más especial. Es similar a cuando uno termina una relación sentimental, después de que pasa el tiempo, tiendes a olvidar lo “malo” y recuerdas lo estupenda que era esa persona. El cerebro humano es una máquina misteriosa. Cuando el olvido llega, este órgano crea momentos que brindan la sensación de que fue una buena experiencia a pesar de todo, incluso aunque fuese lo contrario.
Desde que ya no estoy en Ecuador, pienso mucho en Ecuador. Me apasiona responder de dónde soy y hablo de mi país con orgullo y mucho cariño. Digo que tiene todo en un pequeño pedazo de tierra. La mejor comida, diferente dependiendo del lugar al que vayas, salada, ácida, dulce, mezclas disparejas que juntas saben a irrepetibles manjares, colada morada, ceviche, chuchucaras, viche… ¡Dios mío! Digo, mientras se me cae la baba. Las increíbles montañas, que así como en los Alpes suizos, algunas tienen su cabecita nevada, otras son llanas, a veces van solas y también están acompañadas, detrás de la mayoría de ellas viene una historia irracional que te parece verosímil cuando vez su magnitud. El clima, que permanece cálido y refrescante durante la mayoría de los días porque estamos en la mitad del mundo y no hay que disfrazarse de esquimal para no morir de hipotermia, ni querer arrancarse la ropa porque las altas temperaturas no te dejan ni respirar. El océano en su furia pacífica, un balance perfecto para disfrutar con calma las olas o volverse extremo y dejarse revolcar. La gente, que se ve, actúa y habla distinto para hacerte saber que somos una mezcla única que confunde a quien tenía cierto estereotipo o imaginario sobre nosotros, somos afros, indígenas, mestizos, montubios, somos diferentes, padecemos diferente, pero nos conocemos, sabemos de nuestras tragedias y alegrías sin necesidad de que nos las cuenten.
Mentiría si les dijera que siempre fue así y eso es lo que me trae hoy a este texto.
Alguien alguna vez me dijo: Tu nostalgia no está en lo que fue tu realidad, extrañas tu propia idealización. Puede que tenga razón, ya no tengo el recuerdo vívido de lo que era lidiar con situaciones injustas y violentas que en ese pequeño pedazo de tierra también abundan y por eso entiendo la delicadeza de lo que estoy a punto de escribir, lo que menos deseo es herir susceptibilidades e imponer mi opinión parada en mi escritorio desde otro Continente. Lo hago en el desespero de, tal vez, soplar un poco la capa de polvo que recubre lo positivo que tenemos como ecuatorianos y que les prometo, no es poco.
No quiero mencionar a los políticos, han hecho un gran trabajo para saber que no van a hacer correctamente su trabajo. Quiero hablar de nosotros, de nuestro importante rol en la construcción de un algo, pequeño como juntar piezas para armar un rompecabezas o enorme como aportar al desarrollo de un país. Esta es la clave para mí: La parte esencial para detectar y aceptar lo que mereces, es saber y reconocer tu valor. Pero, cómo lo encuentras, si la mayoría de estímulos a tu alrededor recalcan las desventajas de ser ecuatoriano, los errores, las carencias, los fracasos… un escenario que luce a que ya no hay nada que probar, parecería que la suerte está echada y nuestro destino es jugar con esas cartas.
Cuando iluminamos lo “malo” no significa que lo “bueno” no exista, solo que no le estamos prestando atención. Mi psicólogo me hace este ejercicio. Tatiana, dice, enfócate en solo lo azul que hay a tu alrededor, veo una foto en la pared del mediterráneo, la cobija de mi cama, el borde del colchón, unos aretes que no uso, dos medias mal ubicadas… empiezo a ver lo que no veía y al mismo tiempo dejo de ver las cosas rojas, negras, blancas que también son parte de ese ecosistema. Es una técnica para decidir sobre a qué le ponemos atención y hoy les quiero dar algunos ejemplos.
Pongamos atención al deporte. La Liga de Quito ganó La Copa Sudamericana; Lucía Yépez, David Hurtado, Daniel Pintado, Glenda Morejón, Jhonatan Narváez, Julio Mendoza, Angie Palacios y José Acevedo son medallistas de ORO en los Panamericanos, quienes lograron parte de las 36 medallas en total para el país. Eso demuestra que somos excelentes deportistas, con un gran líder y la chispa adecuada se alcanzan logros. Pongamos atención a la Cocina, a los chefs y cocineros que han posicionado Ecuador en el paladar mundial por la calidad de los productos y la creatividad en las fusiones. Pongamos atención a los artistas como La Coya, una ecuatoriana en Paris que a través de su música visibiliza al país, ella ha sido parte de festivales, aperturas, videoclips cantando en español y francés con la bandera tricolor, siempre enfrente de sus presentaciones, o los Hermanos Gutierrez, dos guitarristas reconocidos a nivel mundial y alimentados con banano y cacao. Pongamos atención a los ciudadanados que saben vivir en comunidad y sostienen los pilares para Ecuador no termine de derrumbarse. Reconozcamos a los que hacen las cosas como deben hacer y no sacan ventaja de la inestabilidad, la falta de organización ni los vacíos legales.
Sí, somos lo que el buscador arrojó. Pero también somos todo lo demás ¿Con cuál versión nos queremos quedar?
La opinión de Tatiana Sonnenholzner.