Por: Tatiana Sonnenholzner, especialista en comunicación digital
Como estaba previsto y estipulado por la ley, se conformó la nueva Asamblea Nacional. Es importante recordar que este poder del Estado no sólo legisla, también fiscaliza.
Con las autoridades ya elegidas y con al menos 77 votos garantizados, el oficialismo ha consolidado una mayoría clara: lidera no solo el Ejecutivo, sino también el Parlamento. Esta concentración de poder representa un posible riesgo de conflicto de intereses. Por ahora, eso es solo una especulación. Aunque varios legisladores del bloque oficialista ya hayan ocupado esta misma dignidad representando a otros partidos, es la primera vez que, como parte de ADN, alcanzan esa mayoría. Por tanto, merecen —al menos por el momento— el beneficio de la duda, solo hasta que demuestren con acciones que están dispuestos a honrar su discurso.
Sin embargo, aunque esta sea la primera vez para este nuevo movimiento, no es la primera vez que el país vive una situación similar y por eso sorprende el júbilo al recibir esta noticia. Ecuador y la carente habilidad de mitigar daños. En 2013, el entonces presidente Rafael Correa fue reelegido en primera vuelta y su exmovimiento, Alianza PAÍS, obtuvo 100 de los 137 escaños en la Asamblea Nacional. Esa mayoría absoluta le permitió gobernar sin necesidad de diálogo ni pactos. Lo que siguió fue un control extendido sobre el poder judicial y el Consejo de Participación Ciudadana. Para quienes formaban parte del poder, fue un escenario ideal para idear, recibir apoyo y ejecutar sin obstáculos ni réplicas. Para el resto, fue una puerta abierta al autoritarismo, la impunidad y las arbitrariedades. Esa aparente “estabilidad institucional” aún le pasa factura al país. Tal es así que buena parte de la agenda de los gobiernos posteriores se ha centrado en desmantelar el daño causado por aquella concentración de poder que hoy celebran.
Doce años después, el escenario no es igual, pero se parece. El país no es el mismo, pero lo que no cambia es que, un Estado sin oposición activa, crítica y coherente, no es un sistema democrático sano y beneficioso para los ciudadanos y el desarrollo de la Nación. Como afirma Sartori, “la oposición es el motor del sistema representativo”. Su principal función no es boicotear, sino aportar otras visiones, prevenir abusos, denunciar corrupción y visibilizar problemáticas sociales que, de otro modo, podrían quedar en la sombra o peor aún en la impunidad.
El problema es que hoy, la única fuerza de oposición con peso político real y una base electoral significativa sigue atrapada en una narrativa de fraude electoral. Un proceso ya validado y cerrado por todos los organismos correspondientes y mientras no abandonen esa idea, ni siquiera pueden ejercer su papel como oposición, porque no reconocen al gobierno del Estado del que, paradójicamente, forman parte.
En política, a veces hay que saber renunciar a ciertos relatos para defender causas mayores. Si no están dispuestos a hacerlo, quizás sea momento de bajarse de la camioneta y de monopolizar esa vacante. Porque insistir en una historia sin sustento ni pruebas no responde al bien común, sino al interés particular y ahí habrá muerto el sentido de hacer política.
Sino reconocen pronto que ya no son poder y que serán una oposición coherente terminarán perdiendo el único capital político que les queda: la confianza de quienes todavía les cree y de eso no se vuelve. Escojan y defiendan sus batallas, batallen con el pueblo desde el espacio al que corresponden actualmente o ya no estorben.
La opinión de Tatiana Sonnenholzner