En exactamente un año, se cumplirán 200 de la emblemática batalla de Pichincha que selló nuestra independencia y nos embarcó en el camino de construirnos como país. Más allá de la romántica historia sobre las gestas libertarias, el Ecuador nació como un país fragmentado entre la sierra y la costa, entre criollos, mestizos, indígenas y afros, entre conservadores y liberales, entre propietarios y esclavos y con muchas otras fracturas. Si bien la independencia trajo vientos de cambio y esperanzas, las estructuras sociales, políticas y económicas de desigualdad se mantuvieron por muchos años después y forjaron el Ecuador de ahora.
En su discurso inaugural, el presidente Guillermo Lasso hizo referencia a esta importante fecha y a nuestros inicios como república reivindicando los valores republicanos de la democracia, la libertad, el respeto a la ley, el respeto al otro. Valores que siguen en construcción en este proyecto inacabado que es el Ecuador. Dijo, el presidente, que en esta fecha se romperá el círculo vicioso del caudillismo y del populismo que ha sido una característica permanente de nuestro país. Se ha propuesto una tarea muy difícil pero no imposible. No tomará un solo gobierno, un cambio así tomará décadas, pero es una tarea urgente que no se puede postergar. Para dar esos pasos, el gobierno de Lasso deberá con sus palabras y acciones desterrar el vicio del interés particular en las decisiones de carácter público, impedir que los intereses de los que siempre han estado cerca del poder se impongan y transparentar toda decisión por difícil que parezca puesto que en la medida que un pueblo es testigo de las palabras convertidas en hechos, estará más comprometido a hacer su parte.
El presidente Lasso ha reconocido en su discurso que vivimos en un país donde unos tienen más oportunidades que otros, donde ser mujer, vivir en la ruralidad o ser joven, ya de por sí son una desventaja. Ha dicho que esas desigualdades se combaten con un estado eficiente, un mercado que brinda empleo y una sociedad civil que contribuye activamente. Un estado eficiente no necesariamente es un estado más pequeño, ya lo hemos experimentado con Moreno, ni tampoco un estado omnipresente, ya lo vivimos con Correa. Un estado eficiente es aquel que tiene claridad sobre las causas y consecuencias de nuestras desigualdades estructurales y establece políticas públicas y acciones afirmativas para erradicarlas. Un mercado que brinde empleo debe hacerlo en condiciones de calidad, de acceso a seguridad social, de reconocimiento de esas desigualdades que impiden al 60% de la población ecuatoriana salir de la informalidad y de la precariedad laboral. Una sociedad civil activa implica una sociedad que controla al poder, que lo interpela y señala sus incumplimientos. También implica una sociedad comprometida a asumir una responsabilidad compartida en los cambios que demandamos.
El presidente Lasso dio un discurso inaugural cargado de promesas importantes, promesas con las que se inauguró el Ecuador como república hace casi 200 años pero que sus sucesivos presidentes no han sabido cumplir. Un discurso que sorprendió a muchos por alejarse del conservadurismo y neoliberalismo y más bien acercarse al centro y reconocer el rol importante que juega el estado y las políticas públicas en cerrar esas brechas de desigualdad que seguimos cargando como una espada de damocles. A mi en lo personal me gustó su discurso, por sus continuas apelaciones a la desigualdad, violencia y discriminación que sufrimos las mujeres y su reconocimiento de que el no incorporarnos plenamente como sujetos de derechos impide que seamos una república. Me gustó por sus guiños directos e indirectos al pasado caudillista y a los presidentes que no se toman la tarea de gobernar este país con la seriedad que implica. Pero también porque las palabras llevan mucho peso y porque sobre esas palabras los ciudadanos ejerceremos el control, nos aseguraremos de que se cumplan.
El presidente Lasso está haciendo un esfuerzo por hacer realidad su promesa del Ecuador del encuentro, esta promesa lo ha enfrentado ya a hacer varios cambios. Desde aceptar públicamente que la religión que profesa no deberá intervenir en asuntos del estado, hasta convertir a la desigualdad y violencia de género en un eje importante de su discurso. Estas cosas no las habría hecho antes. Sabemos que del dicho al hecho hay mucho trecho y que no depende solo de él, sino también de su equipo de trabajo y de la Asamblea Nacional. Estar vigilantes es nuestra tarea, aportar desde nuestros espacios, también desde la crítica y la oposición, sobretodo si vemos que este discurso se queda en eso.
En un año cumpliremos 200 de convertirnos en república, no habrá nada que celebrar si las condiciones estructurales de desigualdad que nos han caracterizado y que han impulsado el populismo y el caudillismo no se atacan decididamente desde el estado. Ése es su principal rol. En su discurso, Lasso parece entenderlo. Estaremos vigilantes.