El telescopio espacial James Webb (JWST, por sus siglas en inglés), de la NASA, fue lanzado al espacio hace pocos días desde la Guayana Francesa.
Este telescopio es el mayor telescopio espacial de la historia. Tardó tres décadas en construirse y es el sucesor del poderoso telescopio Hubble.
Su principal función será observar las primeras estrellas que comenzaron a brillar en nuestro universo desde el Big Bang.
Permitirá ver casi todo lo que hay para ver más allá de la Tierra: desde lunas heladas y cometas en nuestro propio sistema solar hasta los colosales agujeros negros que residen en el centro de todas las galaxias. Se espera que esté particularmente adaptado para estudiar planetas que orbitan otros soles.
Equipado con un espejo de 6,5 metros de ancho y cuatro instrumentos de altísima sensibilidad, Webb se enfocará en un espacio muy reducido del cielo durante días intentando detectar luz que ha estado viajando a través de la inmensidad del espacio por más de 13.500 millones de años.
Una vez en órbita, el James Webb debe desplegarse para comenzar a tomar fotografías del cosmos.
Es un telescopio infrarrojo y debe funcionar a temperaturas muy bajas. En un par de meses, el frío del espacio lo habrá llevado hasta unos 220 grados bajo cero, suficiente para operar tres de sus cuatro instrumentos. El cuarto —el espectrógrafo de infrarrojo medio— es más exigente. Debe operar a solo 7 Kelvin, no más de 266 grados bajo cero. Para eso necesita algún medio adicional de refrigeración.
Está previsto que el Webb entre en servicio unos 180 días después del lanzamiento, un período de tiempo que incluye el ajuste del rendimiento de los espejos e instrumentos del telescopio.
La misión está valorada en US$10.000 millones.