Por: Wilson Benavides Vásquez, analista político
La lealtad ha ido configurando el campo simbólico a través del cual los dirigentes políticos -de las más distintas vertientes ideológicas- construyen sus círculos de confianza. Ser leal en la política, adquiere una importancia capital incluso mayor que la formación académica, el perfil técnico o la trayectoria profesional.
Varios ejemplos a lo largo de la historia han demostrado como la lealtad política ha sido premiada por el poder de turno en distintos espacios y de forma casi independiente de las capacidades o méritos de quienes son adjudicatarios de este reconocimiento.
La lealtad generalmente proviene del tejido social más primario de los individuos como las relaciones familiares, con la escuela y el barrio. Por eso, quizá un sin número de cuñados, esposas/os y primos han influenciado en la esfera gubernamental con un poder mucho más eficaz que el del más alto funcionario.
Basta recordar a Danilo Carrera y Hernán Luque en la actual administración de Guillermo Lasso; a Conto Patiño, Gary y Edwin Moreno durante el gobierno de Lenin; o a Fabricio Correa y su influencia en el sector petrolero, al primo Pedro Delgado y su poder en el Banco Central del Ecuador y la Corporación Financiera Nacional durante el correísmo; a Napoleón Villa, de quien pocos se acuerdan, en la época del gutierrato.
Personajes que fueron defendidos a capa y espada por los mandatarios, pero que al final del día, terminaron generando crisis gubernamentales que en el caso de Lasso, por ejemplo, provocaron -palabras más, palabras menos- la terminación anticipada de su mandato, mediante la aplicación de la “muerte cruzada”, prevista en el artículo 148 de la Constitución.
En sociedades y culturas políticas marcadas por el personalismo, las lealtades no son a las ideologías o a los programas, sino básicamente a los líderes. Y es desde esta perspectiva, desde donde podría leerse la designación de Luisa González como candidata presidencial de la Revolución Ciudadana, cuya presencia anuló automáticamente otras opciones como la de Carlos Rabascall, mejor candidato de esa agrupación política, según varios círculos de opinión.
Pero las lealtades políticas también dependen de las circunstancias y de la ubicación coyuntural de los líderes en el poder, lo que hace que las personas de su círculo íntimo puedan pasar -de la noche a la mañana- de héroes a villanos, y viceversa. Lenin Moreno es para el correísmo, el ejemplo más emblemático de esta lógica.
Entender la política desde el punto de vista de las lealtades también devela los rasgos de la personalidad de algunos líderes. En el caso de Lasso, por ejemplo, nombrar a Paúl Carrasco y a Raúl Tello en la gobernación de Azuay y en un cargo gubernamental en la amazonía, en su orden, para cesarlos pocas semanas más tarde y reemplazarlos por otras personas como Guadalupe LLori, es bastante decidor.
Realidad o no, las lealtades definen y moldean la política, más allá de las ideologías, los programas y los partidos.
Opinión en Primera Plana