Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
El Ecuador vive una escalada de violencia a todo nivel, sicariatos, coches bomba, guías y policías retenidos en las cárceles, periodistas saliendo del país para proteger sus vidas, otros atacados de palabra y obra, ciudadanos vejados por dar sus criterios con la siempre lapidaria etiqueta de istas o antis, misoginia por doquier, estas manifestaciones de violencia nos afectan a todos y a todo nivel, puesto que, estos elementos se convierten en circunstancias de crisis permanente, nada más dañino para una sociedad que aquello; la naturaleza misma de la crisis tiene como uno de sus denominadores ser temporal, pero cuando esta permea de tal forma las estructuras estatales y se vuelve constante, la vida de la sociedad entra en una dinámica altamente dañina y el camino para salir de ella será mucho más sinuoso para sus miembros.
Cuando la realidad de cada día es la violencia, los asesinatos a personajes públicos, autoridades, candidatos, algunos incluso con protección, qué podemos esperar el común de los ciudadanos que transitamos día a día a nuestras actividades, máxime cuando, aunque no seamos el objetivo directo, podemos ser “las víctimas colaterales” de la delincuencia, tanto común como organizada, ya no sabemos de qué manera nos puede llegar el ataque, lo que sí sabemos, y lo tenemos muy claro es que actualmente Ecuador es un país que se desangra, las imágenes que tenemos en nuestras retinas son las de cientos de actos violentos a lo largo y ancho del país, de candidatos con chalecos antibalas y cascos, de ecuatorianos que caen al piso víctimas de balas que llegan como tronidos de fuegos artificiales, de gente que, aunque entregue lo que tiene en el momento de un asalto, eso no le garantiza la vida.
La confianza en el Estado y sus instituciones está muy venida a menos, y, cómo no, con todo lo que sucede, pero hay algo que lamentablemente ha adquirido gran notoriedad, el miedo, ahora es la “cultura” de la desconfianza, de la sospecha, de la aprensión, de la incertidumbre la que marca la pauta de nuestros días y es extremadamente peligrosa porque vivir en la zozobra no es la vida que nadie quiere para sí, ni para su entorno, el miedo generalizado es un pésimo compañero para la gente, porque esos miedos que diariamente se acumulan deterioran la salud física y mental, los deseos de superación y progreso, en circunstancias en las que la economía es otro de los campos minados en el país.
Efectivamente, hemos pasado a vivir en el temor a ser agredidos en la calle, en la casa, en las carreteras, en cualquier lugar, una intranquilidad que nos escolta como la peor compañera que podemos tener y que se incrementa a medida que nuevos episodios de violencia se presentan y más cuando no contamos con información clara que nos dé algo de certidumbre, cuando la comunicación estatal se queda en la típica y trillada franja de: infórmese por canales oficiales, volviendo a ser las redes, algunas con errores, con notas falsas o parcialmente falsas las que nos aportan información; cuando la información pronta, veraz, verificada y de fuentes oficiales no aparece, lo hace fuera de timing o, simplemente, no llega, cuando el acceso a información estadística es una quimera, es allí cuando la ausencia de edu-comunicación desde el Estado a la sociedad pesa de manera radical, porque no se trata únicamente de lanzar narrativas, se trata de establecer canales de información, feedback entre la comunicación estatal y la gente; pero, cómo podemos esperar eso si ni lo más elemental, como es la seguridad, tenemos.
La calidad de vida de la población y la calidad de la democracia de un país son directamente proporcionales con el modo en que se combate el miedo, no hay verdadera democracia, ni libertad en una sociedad que vive presa de este, pues ha sido utilizado a lo largo de la historia como instrumento de dominación, ya que al tiempo que nos obliga a protegernos, nos paraliza y en momentos de crisis múltiples, ese miedo adquiere mayores proporciones y en las circunstancias que nos envuelven el miedo se impone, se multiplica; todo ello, en medio de una campaña política por la segunda vuelta electoral y unos electores que vemos cada día aumentar los niveles de violencia.
Este es uno de los temas trascendentales a tratar por parte de los candidatos finalistas, que nos puedan comunicar con claridad y profunda responsabilidad qué es lo que van a hacer en caso de llegar a Carondelet, saber qué tienen como plan de gobierno en esa materia es parte de nuestros irrenunciables en calidad de ciudadanos de este país al que amamos, que el miedo no sea el denominador común que nos afecte y marque la pauta de nuestro diario accionar.
La opinión de María Eugenia Molina.