Por: Héctor Calderón
Las últimas encuestas muestran que Daniel Noboa ha perdido entre 7 y 10 puntos de intención al voto, debido a la crisis de energía eléctrica que vive el país. Pero si ustedes analizan su comportamiento en apariciones públicos y el relato que se está construyendo desde medios afines y voceros digitales; la situación no le preocupa. A pesar que estamos a menos de 6 meses de las elecciones, el equipo de campaña del presidente candidato parece estar tranquilo; y es que tendrían dos ases bajo la manga: “la oportuna” captura de alias Fito y la solución frente a los apagones que han terminado de caotizar la economía del país.
Desde hace varias semanas hemos visto circular informaciones sobre el supuesto paradero de Fito. Evidentemente, eso no es casual. El comandante de la Policía llegó a decir que el prófugo estaba un 50% localizado, es decir, estratégicamente ubicarán el 50% restante para favorecer la campaña de Noboa.
Y no se diga el tema apagones. Hoy todos señalamos la ineficiencia de Noboa, pero si en diciembre el presidente, con el milagro de San Pedro, logra estabilizar la situación, su equipo podrá aprovechar la coyuntura para revivir la idea del presidente que resuelve.
En contra peso tenemos una oposición que no logra posicionarse como una alternativa real de cambio. A pesar de que la revolución ciudadana sigue siendo la principal alternativa, sus acciones no son suficientes para pasar del voto cautivo.
Las autoridades locales de la RC han sido fundamentales en esta crisis y se han convertido en la certeza que la ciudadanía necesitaba frente al silencio y escasa claridad del Gobierno; pero eso todavía no ha sido aprovechado por la campaña de Luisa González, quien a pesar del descenso de Noboa sigue siendo la segunda opción.
Noboa es un pésimo presidente, pero es un buen candidato. El desafío está en que sus rivales políticos logren mostrar que el Noboa candidato es solo un producto del marketing político y que el verdadero Noboa es el que tiene sumido al país en la obscuridad, inseguridad y pobreza.
La opinión de Héctor Calderón