Por Tamara Idrobo
Las mujeres nunca hemos alcanzado ningún derecho “comportándonos”, sonriendo o quedándonos calladas.
Desde los territorios de la vida privada hemos gestado las luchas por nuestros derechos, luchas que se han marcado cuando el grito de una mujer al unirse con los gritos de más mujeres logran ensordecer a sociedades enteras: ¡Basta!, ¡No más!, ¡Queremos derechos!
Las mujeres hemos luchado en los diferentes espacios donde nuestras vidas se desenvuelven: nuestras camas, casas, cocinas, baños, lugares de trabajo, estudio, deporte, ocio y obviamente, desde donde colectivamente siempre nos hemos encontrado: las calles.
El grito de una mujer es inversamente proporcional a la idea de que “calladitas y sonriendo nos vemos más bonitas”. Quizás concuerden conmigo, quizás no; pero yo creo firmemente que no hay nada mas esperanzador e inspirador que una mujer que sabe lo que desea, que lo dice y que lucha con convicción por conseguir lo que se propone.
Sabemos que las condiciones de vida de las mujeres en sociedades como la ecuatoriana presentan más desafíos que a sus pares hombres, porque éstos últimos tienen más privilegios. Sabemos además que los tipos de abusos, opresiones, represiones y violencias que las mujeres históricamente hemos tenido que confrontar, son el resultado de relaciones de poder inequitativas donde por el simple hecho de ser mujer, no podemos gozar de los derechos que nos corresponden como seres humanas. Así mismo, sabemos que nuestras sociedades patriarcales y machistas aún insisten en educar a niñas con la idea de que el rol de una mujer es el de aguantar, soportar, dar, callar, ceder, etc.
Cuando una mujer grita, es porque desea expresar su sentir desde sus entrañas.
Estamos acostumbrada/os a pensar que el grito de una mujer está asociado al dolor del parto o al llanto de una pérdida. Como sociedad, no estamos lista/os ni preparada/os para aceptar que un grito de mujer signifique la expresión de logro, felicidad y placer.
Cuando Neisi Dajomes y Tamara Salazar participaron en los juegos olímpicos y se dieron cuenta que el peso que levantaron les daba la victoria, gritaron. Sus gritos han significado mucho para una nación que por primera vez en la historia cuenta con dos mujeres negras ganadoras de una medalla de oro y una de plata en halterofilia respectivamente.
Pero, para las mujeres ecuatorianas, esos gritos fueron aún más poderosos porque fueron gritos liberadores y de júbilo. Neisi y Tamara expresaron sonoramente todos los desafíos, dolores (no solo físicos), problemas, falencias, dificultades y limitaciones que tuvieron que recorrer y enfrentar para lograr sus medallas olímpicas.
Pero antes de que los gritos de Neisi y Tamara resonaran en Ecuador, existieron y siguen existiendo los gritos de muchas otras mujeres que abrieron brechas, no solo para que mujeres participen en la halterofilia, sino para que las mujeres en Ecuador gocemos de los derechos que tenemos ahora, los cuales han sido conseguidos a partir de los gritos provenientes de otras mujeres que han liderado nuestras luchas. Nuestras ancestras, gritando también, pelearon para que ahora las mujeres podamos participar políticamente, votar, hacer deporte y representar a nuestro país en Juegos Olímpicos. También existieron gritos de mujeres detrás de las luchas por derechos tan básicos como poder heredar, divorciarnos, trabajar y amar a quienes deseemos.
En Ecuador y en toda América Latina aún faltan muchos, muchos gritos que deben ser exclamados, porque ser mujer aún es sinónimo de vulnerabilidad y porque a las mujeres nos asesinan, violentan, violan y nos obligan a mantener embarazos productos de esas violencias. En Ecuador y en muchos países de la región, las mujeres todavía no podemos decidir sobre nuestros cuerpos. Las mujeres gritando seguimos y seguiremos demandando que se garantice nuestro derecho humano a la autonomía corporal. Y es que, por tener la capacidad de gestar, los Estados, la sociedad, las iglesias, la familia y hasta los maridos pretenden seguir siendo dueños de nuestros cuerpos, de nuestros deseos, de nuestras vidas.
Nuestros gritos también surgen de la zozobra con la que las mujeres vivimos por el simple hecho de ser mujer y que, por serlo, estamos expuestas a continuas situaciones de violencias; porque es en las calles donde transitamos con miedo, es en el transporte público donde no estamos seguras, es en nuestros lugares de estudio o de trabajo donde nos acosan, e inclusive, es en nuestras propias casas donde nos violentan.
Las personas que sienten que el grito de una mujer amenaza el estatus quo que mantiene sus privilegios, nos tratan a las mujeres con condescendencia y se esfuerzan por minimizar nuestros gritos llamándonos: histéricas, exageradas, extremistas, problemáticas, destructivas, etc. No se dan cuenta que son justamente en esos gritos en donde nace la fuerza que estremecen a las estructuras de poder y que hacen parte de las luchas para que los derechos humanos, dejen de ser privilegios de pocas personas.
Yo, desde MI feminismo, seguiré luchando para que llegue el día en que los gritos sonoros y estremecedores de las mujeres signifiquen libertad, placer y poder. Seguiré también celebrando cada grito de mujeres que expresan rebeldía, resistencia y disputa. Creo firmemente que para que las mujeres dejemos de ser víctimas de las circunstancias, debemos ser protagonistas, responsables y dueñas de nuestros cuerpos, actos, decisiones y vida. Así, podemos empezar a labrar nuestros futuros.
Los gritos de Neisi Dajomes, Tamara Salazar, Angie Palacios, Alexandra Escobar y tantas otras mujeres ecuatorianas quedaron marcados en la historia de nuestra nación. Estos gritos nos recordarán que para conseguir logros, las mujeres tenemos que pelear, resistir, incomodar, interpelar y gritar muy fuerte para que nuestra voz resuene y sea escuchada.
El grito de una mujer es revelador porque en él se desahoga la fortaleza de la resiliencia que las mujeres tenemos; pero no de soportar a las violencias, sino de superar las resistencias de quienes no quieren escucharnos gritar.
Cuando me agobio, recurro a un trino que yo escribí. A él me aferro cuando la gente me juzga y hasta llega a menospreciar mis opiniones por mi feminismo. Y es que en Ecuador y en América Latina nombrarse abierta y públicamente como feminista y defender el feminismo, todavía significa ser objetivo de varios ataques. Es en esos momentos cuando repito como mantra mis propias palabras:
“Ser feminista requiere de mucha fuerza y paciencia para: intervenir cuando esperan que te calles, confrontar cuando esperan que te silencies, denunciar cuando esperan que cedas, opinar cuando esperan ignorarte, seguir adelante cuando esperan que te estanques, ser fuerte cuando esperan que seas débil” y gritar,
¡Gritar muy fuerte cuando quieren que te calles!