Por Selene López
Decía Max Weber que el buen político tiene que tener tres propiedades. La primera es la pasión, es decir un conjunto de principios que mueven al político más que el interés personal o la vanidad. La segunda, la responsabilidad o la habilidad de hacerte cargo de la gestión o acción. Y la tercera, la que creo que nos hace mucha falta en el debate político actual, la mesura. Weber se refiere a la mesura como autocontención, es decir el buen juicio para analizar las circunstancias, ponerlas en perspectiva, saber guardar las distancias, sin perder la tranquilidad a pesar de las múltiples presiones de la sociedad.
El artículo de Simón Espinosa, publicado en uno de los periódicos más grandes del país, me recordó la necesidad de la mesura que deben tener los políticos y los generadores de opinión, sobretodo en democracias tan frágiles como la nuestra. Si bien nuestras democracias apenas tienen un poco más de cuatro décadas de existencia, y si bien los procesos de democratización política ocurrieron en el mismo momento en que esos países sufrieron la experiencia de una profunda y prolongada crisis económica que desembocó en la exclusión social y la pobreza masiva, debemos plantear cómo salir de esta crisis social- institucional ¿es necesario invertir en soluciones democráticas para procesar los conflictos?
Este es el drama de países desprovistos de una tradición democrática, que no solo debe hacer frente a los múltiples legados negativos de un pasado autoritario mientras luchan con el tipo de problemas sociales y económicos extraordinariamente graves que pocos o ninguna de las democracias más consolidadas enfrentó en sus inicios, como por ejemplo una profunda desigualdad económica, caos institucional, estados predatorios, fenómenos ponen en cuestión la soberanía de los Estados, etc.
Me resulta problemático pensar en un apoyo de las Fuerzas Armadas para intervenir en las elecciones presidenciales del 2021. Es difícil pensar que una intervención de militares en el proceso, construya una mejor democracia. Que tan débil tiene que estar nuestro Estado, qué grado de ilegitimidad deben tener nuestras instituciones para que la relación entre democracia y militares se convierta en un tema en la opinión pública para la supervivencia de la gobernabilidad.
Nos debe preocupar los llamados a la intervención militar en un país que vive un mix de crisis, en el cual instituciones como las Fuerzas Armadas, Iglesia gozan de mayor aceptación y credibilidad que la Asamblea Nacional, los partidos políticos, etc. Según la Encuesta Nación de julio 2020 de Clima Social, al analizar la confianza en instituciones, la única con saldo positivo eran las fuerzas armadas con un 25% de personas que cree mucho y un 49% poco.
Sin duda las demandas de transparencia, de elecciones libres, competitivas e inclusivas es una demanda legítima de todos los actores políticos, sobretodo de aquellos que sienten que se les ha hecho fraude. Existen graves y grandes límites de nuestras instituciones democráticas para canalizar los conflictos políticos. Sin embargo, el remedio, el sucumbir a la tentación militar, podría ser peor que la enfermedad.
¿De quién es la tarea de defender la democracia? Si bien en Europa, el surgimiento de la democracia de masas como un tipo de régimen electoral ampliamente inclusivo basado en la participación de las masas coincidió históricamente con la industrialización, la formación de un proletariado y su organización en partidos y sindicatos, a partir de los años 80, en América Latina, los procesos de transición a la democracia tuvieron un énfasis político-institucional.
La «literatura de transiciones», como se conoce a estos trabajos, tiene como su mejor representante el ensayo fundacional de O’Donnell y Schmitter (1986), que estableció un marco que se sigue implícita o explícitamente en la mayoría de las demás contribuciones. O’Donnell identifica el liderazgo político, el faccionalismo del régimen, el asentamiento de élites, los pactos políticos, la elección contingente, la interacción estratégica y fenómenos de comportamiento similares como las variedades clave que impulsan las transiciones democráticas en la región. La construcción de la democracia en Ecuador y en algunos países, ha sido básicamente un proceso de institucionalización del conflicto político.
El riesgo de un retorno al arbitraje militar significaría echar por la borda el esfuerzo de construcción democrática que, con altos y bajos, se ha realizado en el país en las últimas décadas, provocando mayor polarización, inestabilidad política, persecución, represión, etc. Sin duda, deshacerse de un régimen autoritario es una cosa; y crear una democracia estable a largo plazo es algo completamente distinto. Ahí es cuando podemos hacer un llamado a la dimensión republicana de la democracia, a la distinción entre los intereses públicos y privados de quienes están a cargo de las instituciones públicas, porque si bien los representantes políticos representan una parte, en el momento que son cargo público, tienen que representar al conjunto. En cada acción de los representantes, sobre todo de las autoridades electorales, tiene que haber esa visión de conjunto.
Qué sería lo realmente pro-país, para utilizar los conceptos de Simón Espinosa, lo verdaderamente funcional, lo verdaderamente pro democratico para el país es resistir la tentación militar, y que las fuerzas políticas se comprometan en ello, que se vean obligados por una fuerte corriente de opinión pública, por sus militantes, sus simpatizantes a negociar con los instrumentos que les da el sistema político. Cerrando la vía militar, las fuerzas políticas se ven obligadas a buscar soluciones por medio de la negociación y el compromiso democrático.