Por: Ph.D María Eugenia Molina
Cuando varios expertos en temas médicos y epidemiológicos coinciden en que en Europa se está dando una segunda ola de la pandemia del Covid-19; cuando en América Latina aún no se puede afirmar si se va a ir por igual camino; cuando no hay consenso sobre si lo que experimenta Ecuador es un rebrote; cuando no hay certezas sobre si pasó la primera ola; hay un hecho indiscutible: nuestro país enfrenta la segunda ola de la desinformación y mal manejo de la comunicación oficial, en medio de esta crisis.
Concomitantemente con el manejo técnico de la pandemia, debió y debe ser una responsabilidad del Estado, gestionar las políticas y estrategias comunicacionales tendientes a realizar un adecuado manejo del riesgo para evitar, justamente, una nueva fase de crisis en materia de salubridad y de comunicación, pues son temas que van de la mano, cuando se trata de educar y fortalecer a la población en la aplicación de medidas que controlen este rebrote.
La claridad en la conducción oficial de la comunicación para dar a conocer a la población sobre los riesgos multicausales de esta enfermedad, debe expresarse en campañas sostenidas. Recordemos que en esta fase crónica de la pandemia, los riesgos son permanentes.
La única forma de sostener la confianza de los públicos hacia sus autoridades, es a través de un proceso de involucramiento, en el que se demuestre trabajo e interés en mejorar los niveles de vida y de salud de todos, con especial énfasis en quienes más lo necesitan, debido a sus condiciones de vulnerabilidad. La salud debe ser pensada como un concepto global e integral, no como una urgencia a ser despachada con prontitud y sin rigor.
Si lo realizado hasta el momento no funciona, se deben redireccionar los procesos, con la intención de tomar precauciones y crear certidumbre entre la ciudadanía. Esto no se logra con campañas aisladas, mediante la negación o minimización del riesgo, sino a través de la instalación de capacidades gerenciales, comunicacionales e instrumentales.
Construcción de mapas de riesgo y crisis, entrenamiento de capacidades para afrontar escenarios adversos (como decimos quienes nos hemos formado en estrategias de comunicación de crisis), manejar la comunicación con pedagogía y protocolos, generando sistemas de alerta temprana, y no salir a intentar hacer mitigación cuando la situación está desbordada. Que las unidades de cuidados intensivos estén nuevamente a tope, es un indicativo claro de que autoridades y ciudadanía estamos equivocando los protocolos de cuidado que debemos mantener.
Estamos frente a peligros latentes que, si no son controlados, pueden llevar al descalabro de las ciudades. Por ello, el objetivo para evitar, en la medida de todo lo posible, la tan temida segunda ola, es alertar, concienciar, prevenir y modificar comportamientos, adaptando los mensajes a las audiencias, y la ciudadanía contribuir con su sensatez en el accionar, desde la perspectiva que la comunicación no debe constituirse en un problema, debe ser la solución.
Ya no es posible vivir como que el virus ya no está. La responsabilidad es colectiva, el involucramiento de todos en estos procesos mediante una estrategia comunicacional con alto nivel profesional, hará la diferencia entre ver desbordadas las capacidades hospitalarias; y, desde el lado de la autoridad, aún hay mucho por hacer para lograr controlar la pandemia y las nuevas crisis que de ella se desprenden, la solidaridad y empatía entre todos, debe jugar, también, un rol protagónico.