Por Daniela Chacón.
Mi anterior columna generó muchas respuestas, de mujeres que se sintieron identificadas con mi relato, de familias que habían pasado procesos similares quienes me contaron sus historias de éxito y de dolor, y del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). El ministro Esteban Bernal nos convocó a una reunión con su equipo de trabajo y con funcionarias del Consejo de la Judicatura, hablamos aproximadamente una hora sobre las trabas y nudos críticos que este proceso tiene, tanto en la fase judicial como en la administrativa. Sentimos empatía y voluntad de cambiar el sistema.
El que nos hayan abierto las puertas de esta manera nos permite contar nuestra historia y las de muchas otras familias, aportando para que la adopción sea un proceso más empático y humano para todos los involucrados. En estas semanas he recibido mensajes, he hablado por teléfono y me he reunido con varias personas, quienes generosamente me dieron su tiempo y experiencias de vida. Asimismo, escuché atentamente a las funcionarias del MIES en su respuesta a mi columna.
Por todo esto me parece importante escribir una segunda columna porque, así como hay muchas cosas que mejorar desde el Estado, también hay otras que como sociedad y ciudadanos debemos reconocer y cambiar. La mayoría de personas con quienes he hablado coinciden en que el proceso debe ser riguroso pues, la adopción no es algo simple y debe garantizarse en todo momento el bienestar de los niños y niñas. Lamentablemente, esa rigurosidad se ha convertido en una de las principales piedras en el zapato del proceso administrativo, ocasionando que muchas familias desistan o que tome más tiempo de lo esperado.
Esta rigurosidad se torna en una justificación difícil de cambiar, en la medida en que responde a las malas experiencias que las unidades de adopción han tenido. Es doloroso escuchar a muchos con quienes he hablado reconocer que hay varias familias que creen que van a una suerte de supermercado de bebés, rechazando a quienes tienen más de 3 años, rasgos indígenas, son migrantes, afrodescendientes, tienen una historia de violencia intrafamiliar, por su origen socioeconómico, entre otras razones. Inclusive, hay familias que devuelven a los niños, sí, como me están leyendo, los devuelven. Si a esto le sumamos que, de acuerdo a la ley, cuando una niña/o entra en una casa de acogida, se deben agotar todos los esfuerzos para encontrar familiares que los acojan y que además, los jueces se demoran años en entregar las declaratorias de adoptabilidad, los guaguas se hacen grandes en los hogares y, por tanto, tienen menos oportunidades de ser adoptados.
Y si bien es absolutamente necesario asegurar que quienes queremos adoptar entendamos claramente que no se trata de nosotros, sino de los niños y niñas, y entendamos todo lo que está detrás de quienes llegan a casas de acogida, esto ha tenido como consecuencia que el proceso desincentive a las familias y en algunos casos, las asuste. No hay la posibilidad de tener un acompañamiento psicológico especializado desde el MIES. Esto claro tiene una razón de ser importante, no hay suficiente personal, no están adecuadamente remunerados y no se asignan los recursos que se requieren para transformar el proceso. Las unidades de adopción del MIES necesitan ser reforzadas urgentemente. Estoy convencida de que puede haber un mejor balance entre la rigurosidad y la calidez.
Las casas de acogida también requieren ayuda. Hay que garantizar que los niños, niñas y adolescentes estén protegidos, que estos hogares tengan los recursos suficientes para brindar la mejor calidad de vida a todos esos angelitos que no tienen la culpa de terminar ahí. Se requieren reformas tributarias y gestión desde el MIES para que estas casas accedan a recursos privados, de cooperación internacional y otros que les permitan cumplir su propósito.
La reforma legal para reducir los tiempos de la fase judicial es uno de los cambios más importantes. La búsqueda de familiares no puede ser eterna, hay casos en los que simplemente no es posible y la Policía Nacional, encargada de esta parte, no tiene los recursos ni la voluntad para acelerar este proceso. Por otro lado, no puede ser posible que los jueces esperen a que alguien impulse las declaratorias de adoptabilidad y estas se queden durmiendo el sueño de los justos mientras los niños y niñas ven reducidas sus oportunidades de formar parte de una familia.
Tampoco podemos seguir idealizando la adopción. Es momento de hablar frontalmente sobre estas ideas que la sociedad promueve en torno a la adopción. Cuando planificamos una familia biológica no escogemos nada, porque entonces, al decidir adoptar, muchas familias creen que es posible hacerlo y, peor aún, hacerlo con base en los prejuicios que como sociedad tenemos.
Tengo esperanza en que las cosas pueden cambiar, sé que no todo depende del MIES pero la voluntad que han expresado me llena de ilusión. Una de las personas que me escribió me pidió que no me rinda, le contesté que hay momentos en que uno siente desfallecer pero mensajes como ese y el cariño que he recibido de tantos de ustedes es un empujoncito en este camino que nos decidimos a recorrer. Gracias, les seguiré contando.