Este color fue creado fortuitamente. A principios del siglo XVIII un creador de colores suizo llamado Johann Jacob Diesbach estaba preparando un lote de laca carmesí, un pigmento rojo hecho con cochinilla, un insecto traído de Latinoamérica, para el cual también necesitaba potasa. Pero no tenía suficiente, así que tomó prestada parte de la de Dippel, un controvertido teólogo, que hacía experimentos en el mismo lugar.
Al día siguiente, lo que encontraron en el laboratorio, sorpresivamente, era azul, en vez del rojo esperado.
Ello fue debido a que la potasa de Dippel estaba contaminada con sangre, que contenía hierro, y eso desencadenó una complicada reacción química.
El azul apenas existió en la historia temprana del arte occidental. Los griegos ni siquiera tenían una palabra para describirlo. El mar de la Odisea es color vino.
En el Antiguo Egipto desarrollaron un pigmento conocido como azul egipcio, cuyo ingrediente principal era una rara gema llamada azurita. Aunque se usó durante miles de años, el método y la ciencia tras esa creación cayeron en el olvido.
En la Edad Media y cambió dramáticamente el arte, abriéndole las puertas del cielo a artistas como Giotto, el padre del Renacimiento italiano, quien en la capilla de los Scrovegni de Padua elevó ese azul a un estatus divino.
Como era de esperarse, el azul de Prusia irrumpió en el mundo del arte, con una enorme demanda tanto para pinturas en óleo como acuarelas.
El «Entierro de Cristo» (1709) del pintor holandés Pieter van der Werff, el uso verificado más temprano en una pintura.
Su capacidad para transferir electrones de manera eficiente lo convirtió en una sustancia ideal para su uso en electrodos de baterías de iones de sodio, que se utilizan en aplicaciones de centros de datos y telecomunicaciones.
El azul de Prusia figura en la Lista Modelo de Medicamentos Esenciales de la Organización Mundial de la Salud como un antídoto específico en intoxicaciones por metales pesados.
Fuente: BBC