Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
El pasado viernes 5 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la emergencia de salud pública que comenzó el 30 de enero de 2020 ha dejado de existir, tal anuncio fue hecho luego de 3 años y 3 meses de haberse producido la declaratoria por el brote de una “neumonía de origen desconocido” que se presentó en Wuhan, China y que se expandió rápidamente por todos los países y continentes, algunos con consecuencias mucho más graves que otros, pero todos afectados de manera significativa.
Las cifras oficiales en cuanto al número de personas fallecidas dan cuenta de 6.9 millones de personas, pero el subregistro es bastante más alto, se habla de al menos 20 millones de muertes debido a la pandemia y a temas estrechamente vinculados con la misma; es importante decir que no se ha declarado el fin de la pandemia, que el Covid-19 haya dejado de ser una amenaza para la salud de la gente o que no haya riesgo de complicaciones o muertes por esta causa; lo que sí se puede decir es que ha bajado sustancialmente la cantidad de contagios, pero, sobre todo, de complicaciones que puedan llevar a requerir unidades de cuidados intensivos y/o desencadenar en fallecimientos.
Esta aclaración es fundamental porque el viernes anterior hubo medios y usuarios de redes sociales que hablaban de que se declaró el fin de la pandemia, recordemos que todo comunica y que un mensaje mal estructurado propende a la desinformación, temática harto dañina en momentos críticos; pero, una vez que la enfermedad ha bajado su potencial destructor, ¿cómo afrontamos los ecuatorianos esta nueva etapa? Recordemos que, una vez terminada la crisis, el riesgo sigue latente, sobre todo porque el Covid-19 dejó muchas crisis paralelas en cuanto a salud física y mental, pero también mayor desempleo, subempleo, desigualdad, entre otras secuelas negativas.
Hay tres interrogantes válidas en este sentido, ¿cuánto aprendimos como sociedad de esta experiencia, cuánto se han preparado las autoridades y dónde está el desafío de gestionar el riesgo después de esta crisis? Pues, diría que muy poco, hospitales con déficit de medicinas, equipos e insumos, de políticas públicas de Estado acerca del manejo de este tipo de situaciones, poca capacitación a la población en cuanto a las secuelas o derivados de la enfermedad y de la crisis primigenia, ciudadanos que hemos tomado en cuenta, pero a medias, las recomendaciones y que se nos han olvidado con prontitud las enseñanzas que nos dejó la peor época del virus.
“Si la comunidad sobrevive a las etapas de precrisis, crisis y poscrisis, se encontrará nuevamente en el estado de precrisis, idealmente mejor equipada para una próxima crisis o posiblemente con una visión más fatalista de su capacidad de manejar la siguiente crisis” (Coombs, 2007).
Una vez más insistiré en la importancia de los procesos sostenidos de edu-comunicación como puntal de la construcción social de la reducción del riesgo y como fundamento de la mitigación de una crisis que es posible y probable, seguramente esta que acabamos de soportar como humanidad no será la última que tengamos que vivir y para ello es imperativo que desde los espacios de decisión se actúe desde la premisa que una vez terminada la última crisis debemos prepararnos para la siguiente, así y sólo así podremos evitar un descalabro tan grande como el que vivimos.
La comunicación de riesgo debe ser uno de los ejes de los gobiernos, tanto central como seccionales que no pueden dejar de tener presente en el desarrollo de sus políticas; comunicar y educar en el riesgo es tener una población preparada para saber cómo actuar, no desde el amedrentamiento, sino desde la formación a la que deben sumarse los distintos actores sociales para poder lograr un resultado efectivo de los mensajes que se emitan, mensajes cuyo fin será reducir las vulnerabilidades de la población, para lo cual es clave que el Estado esté fortalecido y que sus autoridades trabajen desde la perspectiva de que el riesgo es una realidad, no olvidemos que las crisis pueden ser gestionadas de modo más efectivo y con mejores resultados cuando hay la preparación previa; por último, recordemos que una crisis se la maneja con estrategia y no con manual o recetario.
La opinión de María Eugenia Molina.