Por: Roberto Chávez
En el mundo del fútbol ecuatoriano, no hay nada más predecible que la sorpresa calculada. Y así ocurrió cuando Sebastián Beccacece, con la solemnidad de quien anuncia un descubrimiento científico, incluyó a Darwin Guagua en el once titular para enfrentar a Chile por las eliminatorias mundialistas. Un joven de 17 años que no ha jugado un solo minuto en primera división, convertido de la noche a la mañana en la gran promesa/sorpresa de la selección ecuatoriana, mientras jugadores consolidados en ligas europeas observaban el espectáculo desde la tribuna.
¿Casualidad? Tan casual como encontrar un billete de cien dólares en la alcantarilla. Tan espontáneo como las lágrimas de un político en campaña. Tan sorpresivo como descubrir que en este país la «viveza criolla» sigue siendo el deporte nacional más practicado.
Cuando Darwin Guagua pisó el césped del estadio Nacional de Santiago, muchos debimos frotarnos los ojos, pensando que sufríamos alguna alucinación colectiva. ¿Un sparring convertido súbitamente en la revelación futbolística de un país entero? La explicación de Beccacece no tardó en llegar: «Es algo que fuimos haciendo a lo largo del proceso. Seguimos buscando juventud y probando jugadores. Es importante para nosotros lo que vemos en la semana».
Traducción al cristiano: lo que ustedes ven cada fin de semana en los estadios no importa; lo que cuenta es lo que ocurre a puerta cerrada en nuestros entrenamientos. Una lógica que, por alguna misteriosa razón, solo parece aplicarse a ciertos jugadores de cierto club.
Lo triste del caso Guagua es que ni siquiera es original. Es simplemente un capítulo más en la novela interminable del apadrinamiento en el fútbol ecuatoriano. Desde los tiempos en que la selección sólo convocaba jugadores costeños, pasando por la era de Luis Chiriboga y su hijo representante de futbolistas, hasta llegar a la actualidad donde ciertos clubes parecen tener acceso VIP a la Tricolor.
Recordemos que el propio «Bolillo» Gómez confesó en 2012: «Pasaba mi lista de 15 y a veces me hablaban de jugadores. Y bueno, entonces, aquí están mis 15 y después pasaba la lista: aquí están los 25 y ¿cómo así que los 25? Los 15 míos y los 10 suyos…». Aunque luego intentó matizar diciendo que «era un ejemplo», el daño ya estaba hecho. El fútbol ecuatoriano quedaba expuesto como una extensión de esa cultura del amiguismo, del compadrazgo, del «yo te doy, tú me das».
Lo preocupante es que, bajo la presidencia de Francisco Egas, estas prácticas no solo continúan sino que se han refinado. Egas, quien llegó prometiendo transparencia e institucionalidad, parece haber optado por la política del silencio cómplice. Cuando las críticas arreciaron por el caso Guagua, su respuesta fue tan reveladora como decepcionante: «Al final del día se tiene que hablar de algo. Nunca estamos contentos, influyen mucho las pasiones, los clubes, las envidias, todo confluye en todo esto». Es decir, según el actual presidente de la FEF, cuestionar que un adolescente sin experiencia profesional sea titular en eliminatorias mundialistas es producto de «envidias» y no de una legítima preocupación por los criterios deportivos.
No habían pasado ni 72 horas desde el debut de Guagua cuando ya aparecían rumores sobre el interés del fútbol alemán por el futbolista. ¿Coincidencia? Como diría Eduardo Galeano, «el azar es el único dios que uno se encuentra en todas partes». El periodista Luis Miguel Delgado lo expresó sin ambages: «El negocio por Guagua salió como esperaban». Según sus fuentes, el debut en la selección respondía a «una estrategia bien calculada por parte de Independiente del Valle para exponer al joven talento en un escenario internacional, con el fin de aumentar su valor de mercado».
Y aquí está el verdadero meollo del asunto. No es solo que ciertas convocatorias respondan a amiguismos o favoritismos; es que la selección nacional —que debería ser «el equipo de todos»— se ha convertido en una vitrina para el mercado de piernas. Un escaparate donde exhibir la mercancía para que los compradores europeos puedan evaluarla bajo los reflectores más intensos.
Justo es reconocer que Independiente del Valle ha desarrollado un modelo formativo que ha dado frutos indiscutibles. Sus éxitos en torneos juveniles internacionales lo han posicionado como el principal semillero del país. Pero este liderazgo en formación no justifica que sus jugadores tengan un acceso preferencial a la selección, saltándose etapas cruciales en su desarrollo. Los éxitos puntuales no deberían ocultar los errores en el proceso, especialmente cuando estos involucran a adolescentes cuya madurez futbolística está aún en construcción.
La pregunta que nadie se atreve a responder es: ¿por qué casi exclusivamente jugadores de IDV son «descubiertos» como talentos emergentes por los seleccionadores nacionales? ¿Acaso no existen prospectos valiosos en las canteras de Barcelona, Emelec, Liga de Quito o El Nacional?
Seamos claros: Darwin no es el villano de esta historia. Es, si acaso, otra víctima de un sistema perverso que ve a los jóvenes talentos como commodities. Las consecuencias de este sistema ya empiezan a manifestarse. Santiago Morales, Gerente General de IDV, reconoció recientemente que Guagua «está pasando un mal momento psicológicamente» tras la polémica desatada por su convocatoria. «Ha recibido ataques en redes sociales y es un daño terrible que le ocasionan al chico», afirmó Morales en Radio La Red, quien además reveló que el joven está recibiendo ayuda de profesionales para sobrellevar la situación.
¿No era previsible este escenario? ¿No era evidente que exponer a un adolescente de 17 años a semejante presión mediática, sin la preparación adecuada, podría tener consecuencias sobre su salud mental? Morales insiste en que el club «no tiene influencia en ninguna categoría, peor en la Selección Mayor», pero las coincidencias son demasiado frecuentes como para ser casuales.
Lo más escandaloso de todo este episodio es la absoluta falta de transparencia por parte de la FEF sobre sus procesos de selección. Hasta el día de hoy, no existe un solo documento público que explique cómo se escogen a los «sparrings» e «invitados» que entrenan con la selección. ¿Quién los selecciona? ¿Bajo qué criterios? ¿En qué torneos o prácticas son observados?
Esta opacidad es terreno fértil para las suspicacias. Si la FEF realmente quisiera acabar con los rumores sobre favoritismos y negocios ocultos, bastaría con hacer público el procedimiento, publicar los informes técnicos, explicar los criterios. Pero prefiere escudarse en vagas declaraciones sobre «procesos» y «proyecciones», como si la transparencia fuera un lujo prescindible en lugar de una obligación institucional.
En todo este entramado, la figura de Sebastián Beccacece merece especial atención. Porque un entrenador que se presta a este tipo de maniobras no solo compromete su credibilidad profesional; también socava la confianza del vestuario y de la hinchada. Como señaló Carlos Tenorio: «Quedó claro que Beccacece no decide, alguien más lo hace. No es el técnico ideal para la Selección». Un técnico sin autonomía es como un árbitro comprado: puede vestir el uniforme, pero ha renunciado a la esencia de su función.
Lo que hace especialmente doloroso el caso Guagua es que reproduce, en el ámbito futbolístico, esa cultura del atajo y la «viveza criolla» que tanto daño le ha hecho a nuestro país. Esa mentalidad de saltarse los procesos, de burlar las normas, de encontrar el camino más corto aunque sea a costa de sacrificar la integridad. Como sociedad, hemos normalizado estas prácticas hasta el punto de celebrarlas. Al «sabido» lo admiramos; al que cumple las reglas lo llamamos «cojudo». Y así, reproducimos generación tras generación una cultura que premia la trampa y castiga la honestidad.
Ante este panorama, ¿existe alguna salida? La respuesta no es sencilla, pero pasa necesariamente por una transformación profunda en la cultura futbolística ecuatoriana. Necesitamos una prensa deportiva valiente, que fiscalice sin temor a las consecuencias. Necesitamos dirigentes comprometidos con la transparencia y los procesos. Necesitamos hinchas y audiencias críticas, que exijan explicaciones cuando las decisiones deportivas parecen responder a intereses extrafutbolísticos.
Pero sobre todo, necesitamos recuperar la noción de que el fútbol, antes que negocio, es un deporte; y que la selección nacional, antes que una vitrina comercial, es la máxima representación deportiva de un país. Johan Cruyff, ese genio holandés que revolucionó el fútbol en los setenta, solía decir: «El fútbol es un juego de errores; el que comete menos, gana». En Ecuador, hemos convertido esos errores en sistema, en método, en filosofía. Y así, partido tras partido, convocatoria tras convocatoria, vamos perdiendo mucho más que puntos para clasificar al mundial.
Porque mientras sigamos tratando al fútbol como un mercado de piernas y a los jóvenes talentos como mercancía de exportación, estaremos sacrificando no solo el futuro deportivo de esos jóvenes, sino también la integridad de un deporte que, en sus orígenes, pretendía ser una celebración del juego limpio y la competencia leal. Y eso, más allá de cualquier resultado en la cancha, es la verdadera derrota del fútbol ecuatoriano.
Opinión en Primera Plana.