Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
En el lenguaje coloquial, medios y redes sociales cada día escuchamos con más fuerza una frase que dice: dato mata relato, esto desde la perspectiva que los relatos que se elaboran, sobre todo, desde los espacios de poder o desde los discursos de los adversarios hacia la ciudadanía tienen niveles de falsedad, se asientan en lo que el emisor del mensaje pretende posicionar en el imaginario social, pero que pueden ser fácilmente desmontados desde la evidencia empírica, mucho más desde la contundencia del dato duro, de la estadística que, con seguridad, será categórica.
Desde este punto de vista, el relato que sería defenestrado por el dato es aquel que se ancla en discursos que se emiten a conveniencia de aquel que lo manifiesta o de su círculo, y claro, de sus intereses, es decir, estamos hablando de relatos que se sirven de elementos de verosimilitud para, a partir de ellos, informar desde sus propias conveniencias a las audiencias que, hoy más que antes cuentan con variados sistemas de redes para estar en contacto con tales narrativas.
Con ello, la claridad y comprensión del tema materia del relato sigue quedando en un estado de confusión, pues ese relato no tiene asidero firme, por tanto, es ese tipo de relato el que puede ser herido de muerte por el dato; pero, el relato estructurado, vigoroso, profundo y confiable es aquel que se nutre de datos, de información contrastada, verificada, seria y rigurosa que sustente los conceptos que se presenten a la colectividad, si bien es cierto cada narrador le pondrá su propio énfasis, no es menos importante decir que el relato académico, investigativo, periodístico, político inclusive, debe estar soportado por datos actuales y serios, desde esta arista el dato y el relato deben convivir de manera armónica.
Los discursos (relatos) son parte de la realidad y frente a ello, como dice el argentino Martín Becerra, doctor en Comunicación, investigador y docente universitario, no son tan fácilmente escindibles de los datos, más aún cuando la metodología de obtención de determinados datos y su formato de presentación, que puede ser sesgado, constituyen también un «discurso» sobre el dato. Es decir, el «dato» nunca es puro, sino que está condicionado fuertemente por la mirada del/a investigador/a, por su metodología, etc. Esto es, en otras palabras, lo que resume el «principio de incertidumbre» de Heisenberg.
Es importante acotar que los usuarios de redes y aquellos que impulsan la corriente de lo que se ha dado en llamar “periodismo ciudadano” también propenden al relato sin datos duros o consistentes y que, favorecidos por la velocidad de la red lo diseminan en cuestión de minutos y se maximiza cuando su encuadre encuentra asidero en quienes comparten tales criterios.
Un relato serio y riguroso se sustenta, entre otros temas, en data, como vínculo que complementa su labor de comunicación, por ello y desde esta perspectiva, dato no mata relato, sino que los dos se complementan, se fortalecen y se imbrican, no hay relato completo sin dato, ni hay dato que no requiera del relato para ser difundido de modo amplio; cuando el dato logra trastocar el relato, es porque este último tuvo serias falencias en su composición, algunas, quizá, de buena fe, otras, seguramente, no.
La opinión de María Eugenia Molina.