Por: Wilson Benavides Vásquez, analista político
Los debates electorales obligatorios establecidos en la última reforma del Código de la Democracia del año 2020 han generado una ebullición de “auténticos especialistas” en esta compleja temática.
Unos desde la comunicación, otros desde la política, un tercer grupo desde las redes sociales, y un cuarto segmento desde “todas las anteriores”, han tratado de interpretar estos encuentros, que ya se aplicaron en las Elecciones Generales de 2021, en los comicios locales del pasado 5 de febrero y en estas elecciones anticipadas del próximo 15 octubre.
Lo cierto es que políticos, opinólogos de distinto talante y fervorosos devotos de la virtualidad hemos caído en el dataísmo que -según el profesor surcoreano Byung-Chul Han- es la esencia del “totalitarismo sin ideología” que actualmente vivimos, como consecuencia de una rápida, desordenada y caótica revolución de las tecnologías del “poder Smart”.
En la práctica, hemos abandonado la teoría para reemplazarla casi obsesivamente por la técnica y el Big Data. Al concretar esta operación, descartamos la reflexión sobre la lógica subyacente a esta nueva realidad, y al hacerlo, dejamos de lado toda la complejidad social, por la que estamos atravesando en la era del “neoliberalismo de la información”.
La vorágine de las redes sociales nos ha colocado en el escenario donde el número de visualización, likes y publicaciones compartidas es prioritario por sobre el relato cotidiano de la ciudadanía, que -hasta hace pocos años- era recogido por el periodismo de calle dotando de sentido a los acontecimientos.
Hoy, vivimos una sociedad postmediática pero tratamos de entender lo que sucede con las redes utilizando los instrumentos conceptuales con los que hace años se analizaban a los medios masivos, haciendo que naveguemos en un mar de contradicciones de todo tipo.
Decir que los jóvenes por el hecho de estar sintonizados con la tecnología están más politizados de su papel en la sociedad o asegurar que porque son mayoría en el Registro Electoral para estos comicios del 15 de octubre su papel será decisivo, es una falacia.
En Ecuador, apenas se han realizado dos encuestas nacionales sobre jóvenes y participación política: la una en 2011 y la última en 2019, arrojando resultados nada alentadores. Contrario a lo que pueda creerse por los “debatólogos”, el absoluto desinterés por la política se duplicó en ese periodo, pasando de 14,2% en 2011 a 30,8% en el año 2019. Y muy seguramente este último porcentaje se mantiene o se ha incrementado en los últimos cuatro años.
Algo parecido sucede con la excesiva carga que varios analistas le han otorgado al debate presidencial, diseñado además para una sociedad donde los medios masivos todavía tenían la hegemonía en la emisión de los contenidos, y no para una como la actual donde claramente existe otra lógica y otra dinámica.
Decir que Daniel Noboa fue “brillante” en el debate de primera vuelta y eso le permitió pasar al balotaje no es del todo acertado, tomando en cuenta que el candidato de Acción Democrática Nacional (ADN) habló por primera vez recién a los 41 minutos de iniciado el encuentro y ya cuando Bolívar Armijos, Luisa González, Jan Topic y Otto Sonnenholzner se llevaron la atención del público durante la primera parte del debate.
En el debate del pasado 1 de octubre entre los dos finalistas, los ecuatorianos vimos a un mismo Noboa pero a “otra” Luisa González, y la diferencia radicó en que el foco de atención pública esta vez cayó directamente sobre el hijo del cinco veces candidato presidencial por el PRIAN.
A diez días de las elecciones, ¿cuánto incidirá el desempeño que ambos postulantes mostraron en el último debate? Antes del mismo, los debatólogos decían que el encuentro sería decisivo para inclinar la balanza de los electores, hoy aseguran que no incidirá mayormente, aunque recientes encuestas, estén mostrando lo contrario.
La opinión de Wilson Benavides.