Por: Tamara Idrobo
Yo soy de las que cree que un piropo consentido no es acoso, es halago. Y es que queda claro que nuestra sociedad se encuentra en un dilema tratando de definir cuando un piropo es acoso o cuando un piropo puede ser un halago.
Vivimos en una sociedad mojigata, violenta e hipócrita donde nos cuesta comprender los limites personales. Creemos que es normal que los hombres puedan decir improperios a las mujeres conocidas, o peor aún, a las desconocidas que pasan frente a ellos en la calle. Se habla de la cultura de cancelación, de la que nos tildan con demasiada facilidad a las feministas, porque dicen que no aceptamos nada que no esté en nuestros “parámetros’. Parámetros que no son ni comprendidos, mucho menos van a ser aceptados.
Estoy convencida que debemos empezar a hablar, definir y comprender lo que implica el consentimiento. Si bien es cierto que las feministas defendemos el tener relaciones consentidas, no es solo nuestra responsabilidad el educar sobre el consentimiento. Es responsabilidad de toda la sociedad fortalecer la capacidad de cada persona para hablar y preguntar clara y directamente qué es lo que se desea proponer o recibir. Si eso hiciéramos con madurez y en respeto, pocos fueran los malentendidos. Tendríamos relaciones personales más sanas, por estar éstas construidas sobre la base de intercambios de información sobre expectativas y posibilidades claras. Así, las mujeres no tendríamos porque vernos forzadas a aguantar acosos ni ningún tipo de agresión.
Sí, debemos empezar a practicar y ejercer el consentimiento como elemento básico en la construcción de todo tipo de relaciones humanas. Además, porque creo que el consentimiento se construye sobre la base de la responsabilidad de las palabras dichas y de los comportamientos propios.
Por una parte, nos debe quedar claro que en las relaciones de poder verticales es reprochable que existan acosos. Por otra parte, los halagos consentidos deben darse únicamente dentro de las relaciones humanas consentidas. ¿Qué les cuesta tener la madurez de preguntar a la otra persona si puede o desea recibir un halago o un complemento? La respuesta puede ser positiva o negativa. Si es negativa, no debe darse el halago, caso contrario se convertiría en acoso. Si la respuesta es positiva, pues los halagos pueden ser recibidos, aceptados y hasta apreciados y agradecidos. En este sentido, ambas personas se hacen responsables de sus actos, de sus palabras y de sus decisiones con la comprensión clara de que solo sí es sí.
Todo lo que no tenga un consentimiento claro y directo, desde mi feminismo, yo lo comprendo como un acoso, y por ende, como violencia. Esta realidad se demuestra en la vida diaria de acosos que las mujeres vivimos y que nos someten a tener que aguantarlos con la excusa de que “no seamos tan sensibles” a esas “provocaciones”. O peor aún, se espera que tengamos que “aguantar” los acosos y las violencias por la forma como decidimos vestirnos y lucir. O porque nuestros comportamientos son interpretados erróneamente a partir de un supuesto consentimiento que nunca dimos y que se asumen como insinuaciones. Para que no existan dudas ni posibilidades de violentar a nadie, hay que tener la valentía para hablar, preguntar y recordar que solo sí es sí.
A los hombres les hago el llamado a que comprendan la importancia del consentimiento. A que no se atrevan jamás a asumir nada desde su rol de poder de género y que, en todas sus relaciones personales, practiquen el consentimiento. Si ustedes incumplen con esta regla sagrada del consentimiento, todo lo que digan o hagan es acoso y por ende, estarán violentado a la otra persona que nunca consintió recibir sus palabras o acciones.
Tenemos la tarea de tomar consciencia de que no podemos imponernos sobre las otras personas. Comprendamos que todas las personas tenemos el derecho humano a ejercer nuestra libertad de decisión.
Aprendamos a comunicarnos mejor, preguntando primero, preguntando siempre.
Pregunten, consulten, y luego actúen y recuerden que solo sí es sí y que ¡No es No!
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