Por Tamara Idrobo
Ecuador está viviendo debates intensos, debates donde finalmente confluyen un sinnúmero de opiniones que reflejan realidades distintas, como distintas somos las personas que nos sentimos o somos ecuatorianas.
Quizás, las redes sociales han propiciado y facilitado en los últimos años que las opiniones sean esparcidas de forma masiva, algoritmos incluidos. Las personas que nacimos antes de que las redes sociales aparezcan, sabemos que los únicos canales para acceder a la información eran la televisión, la radio, los periódicos y las revistas.
En cambio, en esta era de las redes sociales, la información navega libremente y para accederla, tan solo basta con el acto cotidiano e intrínseco de dar ‘clics’ en nuestros dispositivos electrónicos. Y es a partir de esos ‘clics’ que podemos informarnos o hasta involucrarnos en los debates que nuestra sociedad nos ofrece a día seguido.
Los debates de estos últimos días se han centrado sobre el rol -y el poder- de la prensa, sobre si debe o no existir una autorregulación desde el ejercicio del periodismo, de que, si una ley de comunicación debe o no existir, y un sinfín más de temas que si hacen el respectivo ‘clic’ podrán conocer más. A partir del nefasto episodio ocurrido con La Posta el domingo 4 de Julio, los debates sobre la libertad de opinión y sobre cómo el periodismo debe ejercerse, no han hecho sino empezar.
Yo creo firmemente que los micrófonos y las cámaras de los medios de comunicación, sean estos digitales o no, son herramientas desde donde se ejerce un poder. Lo considero un poder per se, porque es a partir del contenido que se producen desde los micrófonos y las cámaras (sean artículos de información, entrevistas, reportajes u opiniones) que se llega – o NO- a posicionar temas, a amplificar voces y a esparcir información y, por tanto, a educar.
De la misma manera, creo en el poder que las redes sociales también tienen, y no hablo de los medios de comunicación, sino de las cuentas que cada persona ha decidido manejar en las diferentes redes. Considero que cada persona tiene el poder, en tanto y cuanto lo ejerza, de opinar o diseminar información en estas plataformas.
Quienes tenemos y manejamos redes sociales, sabemos de la importancia que tiene el llegar a una audiencia, sea ésta pequeña, mediana o grande. También considero que subestimamos el poder que tenemos sobre nuestros seguidores que, pese a que puedan ser cantidades irrisorias, terminan siendo personas que siguen o leen lo que escribimos y reciben nuestra influencia. Al compartir información, cada persona puede influenciar a otra cuando se comparten conceptos, imágenes u opiniones. Considero que todo lo que se comparte puede llegar a generar análisis y reflexiones.
Desde mi feminismo, y desde mis redes, yo sé que cuando publico estoy provocando reacciones. Esto me ha llevado también a darme cuenta de la responsabilidad que tengo frente a las reacciones o respuestas que recibo. Por ejemplo, cuando decidí abrir mi cuenta de twitter, mi rol laboral no me permitía poder expresarme libremente, así que tuve que experimentar lo que significa la autocensura. Por años me abstuve de interactuar, de opinar, responder e inclusive, de reproducir información. Les confieso, era bastante frustrante pero la responsabilidad laboral que yo tenía me llevó a aceptarlo. Cuando dejé ese trabajo y yo ya no tuve que autocensurarme, empecé a interactuar desde un objetivo claro que aún mantengo: compartir información y opiniones con el fin de que quizás, a través de lo que publico, pueda yo llegar a alguna persona que, a su vez, pueda también crear sus propias reflexiones y hasta llegar a expresar sus opiniones.
Mis publicaciones se enfocan en intentar desmitificar a los feminismos. No busco ni pretendo imponer a nadie mis ideas, conceptos y hasta forma de ver la vida. Tan solo busco que se comprenda que el feminismo NO es lo mismo que el machismo, y que el feminismo es una lucha por la libertad, el respeto, la igualdad y la equidad para todas las personas, especialmente para las niñas, mujeres y personas LBGTIQ+. Yo sueño con un mundo donde podamos vivir vidas libres de opresiones, discriminaciones y violencias. Estas son las premisas que me mueven a colaborar con medios digitales, a producir y conducir un programa en línea, y a escribir mis opiniones e interactuar en mis redes sociales.
La información que yo comparto no busca violentar o esparcir el odio hacia nadie, aunque al usar adjetivos como “macho” o “machín” haya sido interpretado como insulto por los que terminaron bloqueándome en twitter. Y es que, a partir de mis interacciones, varias personas, particularmente varios hombres de perfiles conocidos en Ecuador por generar contenidos y opiniones, me han bloqueado. Bien pueden todos ellos tomar la decisión de manejar sus redes como les plazca, no voy a juzgarles. Pero desde mi opinión, lo que sí tengo claro es que todos ellos han demostrado como su “ego tuitero” funciona y más que todo, como la fragilidad masculina está presente en sus interacciones. Hablo de fragilidad porque pareciera que su machismo se ve tan claramente expuesto que prefieren no “desgastarse” interactuando con alguien como yo, que les cuestiona y les confronta. Así pues, la salida más fácil para evitarse ese potencial desgaste, ha sido bloquearme.
Dicho esto, también debo mencionar que algunas de mis interacciones con otros hombres que se encuentran en twitter, han sido bastante enriquecedoras. Porque, así como algunos me han bloqueado, otros se han abierto a interactuar, y desde sus propios cuestionamientos, se han convertido en lo que es parte de las luchas feministas: aliados.
En medio de estos debates intensos que estamos presenciado sobre la libertad de opinión y de expresión, yo he estado reflexionando sobre el respeto que es necesario tener, y sobre que cada persona debe reconocer la importancia del poder ‘acordar desacordar’ sin necesidad de violentarnos mutuamente.
En estos días, también se ha solidificado en mi conciencia, la idea de que cada una de mis opiniones vertidas en trinos o en artículos, deben expresarse sobre la base del respeto. Además de seguir reconociendo la responsabilidad que yo tengo cada vez que comparto públicamente mis opiniones o información.
Estoy consciente que a través de cada trino, opinión o palabra que expreso públicamente, me expongo. Es muy probable que sea objeto de críticas, epítetos o que me respondan con tintes claramente condescendientes. Las personas, desde el poder de su libertad de expresión pueden juzgar, evaluar y opinar sobre lo que yo comparto. Pero siempre, desde el respeto.
Me alegro profundamente de que la libertad de expresión y opinión esté siendo debatida en Ecuador a raíz de lo sucedido con La Posta. Desde mi punto de vista, éste es un episodio reprochable por donde se lo vea. Así como también es reprochable, el hecho de que un debate como éste se haya iniciado porque la persona que fue violentada es un líder indígena hombre.
Desde mi feminismo, seguiré cuestionando los silencios de la sociedad ecuatoriana cuando, quienes han sido objeto de violencias, racismos, ataques de odio, homofobia y misoginia (no solo en canales de televisión abierta, pero sobre todo en las redes sociales), han y hemos sido niñas, mujeres y/o personas LBGTIQ+.
El poder de la opinión generada por cada una/uno de ustedes es igual de importante y relevante que el poder que generan los y las periodistas. Con esto, yo solo deseo recordarles que los silencios también son poderosos.