Por Tamara Idrobo
Hablar de privilegios requiere de un ejercicio consciente de autoanálisis y comprensión sobre quiénes somos y dónde estamos. También es necesario comprender qué es un privilegio. La RAE nos proporciona varias definiciones. Para el propósito de esta reflexión me quedo con la definición de que un privilegio es: “una ventaja exclusiva o especial que goza alguien, que se da y que se concede mediante un pacto o un convenio”.
Las sociedades de Ecuador y de América Latina son sistemas que se han sostenido y se siguen sosteniendo a partir de proveer privilegios especialmente a los hombres. Ser hombre, en Ecuador, significa acceder a espacios y oportunidades a los que las mujeres no podemos acceder por el simple hecho de ser mujer. Históricamente los sistemas de privilegios patriarcales nos han impuesto a las mujeres aquellos roles -y estigmas- asociados a la reproducción y al cuidado. Mientras tanto, a los hombres se les asigna el rol de la manutención, y para hacerlo, gozan de mayor y mejores oportunidades para acceder a la educación y posteriormente a puestos de trabajo.
A las sociedades latinoamericanas les cuesta comprender que, el trayecto que realizan las mujeres para poder irrumpir en espacios que han sido predominados por la presencia de hombres, está lleno de desafíos y dificultades que los hombres NO tienen y que nunca han tenido. Desde los feminismos, se estudian y se analizan estas situaciones para definir lo que significa el privilegio de género.
Los privilegios también son otorgados alrededor del mundo sobre la base del color de la piel, del cabello, de los ojos, es decir, por los rasgos físicos. Una persona de tez blanca, rubia y ojos azules tiene más privilegios sobre una persona que es ‘racializada’. De igual manera, una persona nativa de un país cuenta con más privilegios que una persona migrante que reside en ese país. Una persona que tiene mejor posición económica tiene más oportunidades que la persona que no. Una persona sin discapacidad tiene más privilegios que una persona con discapacidad. Y sí, yo podría seguir enumerando todo lo que construye la vida de las personas pues, los privilegios no solo se centran en el género, también son de raza, de nacionalidades, de corporalidades, de clases, etc.
Los privilegios también se ejercen desde lo que se tiene y desde donde se está. Lo que somos, lo que tenemos y donde estamos, determinan que poseamos ventajas sobre aquellas personas que no son, que no tienen, o que no están. Yo estoy convencida que los privilegios de ser, de tener y de estar, determinan el acceso o no, a oportunidades en la vida. Muchas personas ni se dan cuenta ni comprenden los privilegios que tienen.
Magaly Villacrés Obregón, en su artículo ¿Quiénes somos? invita a realizar una reflexión íntima y personal de “mirarnos por dentro”. Ella explica que tenemos que asumir la responsabilidad de aceptarnos. No creo que las personas debamos ser tildadas como ‘cobardes’ cuando al reflexionar sobre quiénes somos, lo hacemos a partir de ubicarnos desde la familia que nos parió, desde lo que la escuela nos educó y desde lo que las sociedades -o los gobiernos- nos han dado o nos han privado. Justamente es por esto que existen los feminismos. Las personas no solo nos construimos a partir de “confrontarnos a nosotros mismos”, las personas somos lo que vivimos, las sociedades en las que estamos y los sistemas de los que hacemos parte. NO deberíamos ignorar a estos elementos en nuestros análisis personales y colectivos.
Los muy necesarios análisis sobre lo que somos -y sobre todo en el caso de las mujeres- deben hacerse siempre desde la consideración de que somos seres que provenimos, vivimos y existimos dentro de sistemas familiares, culturales y sociales que forman, construyen y definen nuestras existencias a partir de los privilegios que tenemos o no tenemos.
Las mujeres que somos feministas luchamos para que todas las personas nos cuestionemos continuamente nuestras vidas y realidades, dentro de los sistemas donde vivimos y a los que pertenecemos. Adicionalmente, considero que no es muy fácil para las personas que tienen privilegios asumir la responsabilidad de tenerlos.
Reitero que no podemos definirnos si es que no lo hacemos desde el análisis, la comprensión y el reconocimiento de los privilegios que tenemos, o desde la ausencia de ellos. Este es un camino que tenemos que transitar en el transcurso de nuestras vidas.
Todos los días reafirmo mi compromiso de luchas feministas para que los derechos humanos dejen de ser el privilegio de pocas personas. ¡Les invito a que se atrevan a usar sus privilegios en la construcción de sociedades más justas y equitativas!
Por cierto, soy muy consiente que en Ecuador, ser mujer y tener voz para poder expresarse libremente, también es un privilegio.