Por: Esteban Ron Castro
Si bien hemos hablado, disentido, argumentado, criticado y hasta peleado en virtud de estas elecciones, no podemos dejar de lado la búsqueda de los problemas estructurales de nuestro país desde ópticas no planteadas o poco analizadas. Lo importante, como siempre, es encontrar el problema enraizado para al menos molestarlo y molestarnos con este, hasta encontrar una propuesta que pueda significar un aporte en la solución al mismo.
Posiblemente hemos naturalizado a la “politización” de las instituciones como un problema que vivimos el día a día. Pero, no sabemos realmente su significación. Una de las causas que barajamos en la desinstitucionalización que vive la democracia en país, es que esta elección esté a cargo del órgano de la administración electoral que peor credibilidad ha tenido, al menos desde la reconfiguración de la Función Electoral en 2008.
Este dilema no es nuevo y ha sido eterno. Se lo ha conocido como un problema nato de la Administración Pública a través del cual se asocia siempre la existencia de esta a un partidismo determinado que, por lo general, es el de turno o con mayorías en alguno de los poderes (funciones) del Estado.
Ahora, exploremos y molestemos a la politización desde el ámbito comunicacional. La politización de una institución no solo radica en quién es la persona que toma las riendas de esta y su filiación política. También imputamos esta politización a su “deuda política”, entendida esta como el conjunto de acciones auspiciantes de su consecución para llegar al puesto que permite su desempeño como autoridad.
El problema se va a radicar cuando los líderes públicos o políticos empiezan a “venderse”, en palabras de María José Canel Crespo quien en una especie de manual “La Comunicación de la Administración Pública” señala que este tipo de comunicación tergiversada en la figura de una persona se percibe como una publicidad electoral para la futura consecución de un cargo de elección popular y no una comunicación institucional con ánimo de informar.
La literatura en general lo ha recogido como un concepto en la comunicación denominado: “campaña permanente”. Inclusive como un vicio de la comunicación gubernamental que definitivamente es un problema institucional pero también de la persona que lo representa. Digamos que desde la utopía una persona que llega a un espacio de poder (de decisión) no requiere de técnicas de afianzamiento y consolidación de sus labores, sino de información y transparencia.
No les parece que esta pequeña utopía generaría muchas diferencias en lo que tenemos hoy como política. Es decir que la empezamos a molestar. No es nuevo que, una persona designada en un puesto que tiene algo de visibilidad nos llene el espectro de información con fotos en primera plana de hermosas reuniones y hasta posando para ver su mejor lado. Con esto no digo que esté mal informar sobre la reunión; pero, si de esta reunión con la misma foto mejor nos ponen un cuadro de compromisos, beneficios y resultados.
La autora citada inclusive habla de la campaña permanente como un término peyorativo en la administración pública debido a que la significación que puede abarcar el cambiar la solución de problemas sociales a través de políticas públicas por intensiones para ganar público, daña la finalidad estatal.
En lo personal, he escuchado varias veces ese famosa: “… esta designación servirá para tu carrera política futura”. ¿Y si mejor esta designación nos sirve para entender el servicio público y aplicar habilidades profesionales para mejorar en algo la administración? Además la persona que aconseja en ese sentido, déjenme decirles es muy difícil que acompañe al personaje en campaña en su futura carrera política.
La Administración Pública que reduce su accionar profesional de conocimiento, experiencia y preparación a la permanente campaña será arrastrada a prácticas que trivializarán contenidos, reducción de información y simplificación de explicaciones.
Espero haber molestado la postura de autoridades nombradas y elegidas así como la de sus equipos de comunicación con esta pequeña concepción teorizada de un mal común que debe ser cambiado.