Por: Ph. D © María Eugenia Molina. Experta en Comunicación Estratégica. Docente Universitaria
Hace poco más de un año y por motivos de la pandemia del Covid-19, el gobierno ecuatoriano dispuso una serie de medidas con el fin de controlar la propagación de la enfermedad y la consiguiente saturación del sistema de salud, tales acciones fueron desde la declaratoria del Estado de Emergencia Sanitaria, pasando por la suspensión de las clases presenciales, al igual que de la jornada laboral presencial, hasta el confinamiento estricto de la población, exceptuando las labores esenciales; sin embargo, es ampliamente conocida la ausencia de acompañamiento de tales acciones con una estrategia comunicacional consistente dentro de una crisis de gran magnitud que vino a sacudir nuestra cotidianidad, en la que Guayaquil se convirtió en el epicentro inicial de la pandemia, con escenas impactantes que dieron la vuelta al mundo y que los voceros intentaban, en vano, ocultar.
En tales circunstancias, cuando por la fuerza de la crisis, los públicos nos encontramos pasando por grandes niveles de incertidumbre, dudas e inseguridades, una comunicación efectiva, clara, profesional y proactiva es clave para brindar tranquilidad a la ciudadanía, esa es la labor que debió generar el Estado central en el ámbito comunicativo, lejos de eso, cometió y sigue cometiendo errores en sus maniobras en este ámbito, pues se ha limitado a desarrollar acciones que no están soportadas por estrategias y menos por políticas que reduzcan los niveles de riesgo y generen certidumbres en los ecuatorianos.
Múltiples voceros con distintas líneas de mensajes, minimización de la gravedad real de la crisis, incapacidad del sistema de salud para acoger a los contagiados y darles la atención necesaria, cadáveres tirados en las calles, mientras que otros pasaron días en sus hogares porque la infraestructura sanitaria no lograba evacuar con solvencia el tema, cadáveres que hasta hoy no han sido entregados a sus familiares, otros que llegaron a los familiares equivocados, autoridades que en la etapa más crítica permitieron que se realicen partidos de fútbol con público, el presidente de la República pidiendo a sus ministros que “se transparente la información por dolorosa que ésta sea”, son, entre otros, los enormes desaciertos que aumentaron la conflictividad, la falta de confianza y el relajamiento de la población, que dicho sea de paso, a un año del inicio de la pandemia, sigue sin tomar conciencia de su corresponsabilidad en el cuidado y protección.
Muchas fueron las denuncias de irregularidades en la adquisición de kits alimenticios, insumos médicos, pruebas de detección del virus, destinatarios de las pocas vacunas que han llegado al país, entre otros temas graves que se ha presentado como una suerte de cascada en este tiempo y donde la comunicación gubernamental no cumplió la dimensión estratégica que los casos ameritan, los pocos mensajes elaborados fueron enviados masivamente, sin realizar un análisis de cómo llegar de manera diferenciada a los diferentes grupos de audiencias, tampoco hubo manejo de la Comunicación de Riesgo, estrategia imprescindible, por ejemplo, cuando dejamos el confinamiento para pasar a la autorregulación, no se podía relegar a esta parte de la comunicación que, justamente, permite, que la población sepa convivir con el peligro de la mejor manera posible, aquello no se dio, por lo tanto, el objetivo que debe cumplir la comunicación en estas crisis, en cuanto a la creación de certidumbres no se ha logrado.
El manejo de la comunicación del ministerio de Salud ha sido, sin lugar a dudas, uno de los puntos más lamentables de este año de crisis, los constantes yerros del ex ministro, Juan Carlos Zevallos, quien fue el que recorrió este trayecto del año de pandemia, ha dejado en el gremio médico, en los enfermos y sus familias y en la ciudadanía en general, una desagradable sensación de falta de empatía y abuso de los recursos públicos, que, en nada ayuda a mejorar los niveles de confianza y de comunicación entre la autoridad y sus grupos objetivos, máxime cuando su actitud fue la de negación permanente de sus acciones y de ataque a sus detractores, hoy pasa igual con los casos de personas que “se colan” a la vacunación, mientras quienes están en la primera línea siguen esperando, al igual que esperamos conocer la lista de beneficiarios, que se ha convertido en el secreto mejor guardado, por la anterior y la nueva autoridad del ramo.
Esta crisis y sus derivadas que aún nos acompañarán por un tiempo largo ha demostrado que las autoridades que están a punto de terminar su período, no han sabido estructurar una comunicación efectiva, lo cual tiene que ver con la poca importancia que le dan a un tema vital, la comunicación, que debe ser transversal a todos los componentes del gobierno, ello ha coadyuvado a la disminución de popularidad del régimen a niveles por demás bajos y pérdida de apoyo de los actores políticos y de la opinión pública en general; pues una crisis viene a retar a los líderes “a pasar de la comunicación reactiva a la comunicación proactiva, que establece la necesidad de comunicar para informar a los públicos internos y externos, restablecer relación con los medios y responder a cuestionamientos, transparentar acciones…” (Sánchez, 2011)., lamentablemente para los ecuatorianos, a poco más de un año del inicio de la pandemia seguimos en la dinámica de la comunicación reactiva y sin visos de un cambio, a apenas algo más de dos meses del cambio de gobierno.