Por: Karen Garzón-Sherdek
Existen dos posturas que han traído nuevamente a la mesa del debate viejas disputas entre Rusia y Occidente. Por un lado, Ucrania, Estado independiente desde 1991 tras la disolución de la Unión Soviética, desea adherirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); mientras que, por otro lado, Rusia no quiere la expansión de la OTAN, peor aún en territorios de la ex URSS y desea que Ucrania sea parte de su esfera de influencia.
El panorama es complejo tomando en consideración que, de una manera inexplicable, Moscú habría desplegado alrededor de 100.000 soldados rusos en las zonas limítrofes del sur, este y noreste de Ucrania, lo que ha puesto en alerta a múltiples países de occidente ante un posible ataque, algo que ha sido desvirtuado por el primer mandatario Vladimir Putin.
Para analizar este conflicto debemos hacer referencia a elementos históricos, geopolíticos y económicos entre Rusia y Ucrania. Desde que Moscú se anexó Crimea en 2014, ambos países han estado técnicamente enfrentados.
Ucrania constituye un punto estratégico para Rusia, no solo por ser un territorio de la ex Unión Soviética, sino también por los lazos culturales que los unen, donde cerca del 17% de la población ucraniana se identifica con la etnia rusa y para un tercio ese es su idioma nativo. Crimea ha sido un punto controversial que generó sanciones contra Moscú, su expulsión del G8 y el rechazo de Occidente. Además, en lo que va del conflicto han muerto cerca de 14.000 personas, según cifras oficiales.
Las exigencias que Rusia habría hecho son complejas: 1) no desplegar armamento o tropas en lugares que supongan una amenaza para el Kremlin; 2) que Georgia y Ucrania no se sean parte de la OTAN; y, 3) el regreso de la OTAN a sus fronteras de 1997. Mientras se desarrollan negociaciones y se buscan alternativas para resolver este conflicto por la vía diplomática, los pedidos de Rusia parecen disolverse.
A pesar de que varios países de Europa han decidido movilizar artillería ante un posible ataque, otros países como Alemania han tenido una postura más cautelosa. Berlín tiene varios elementos a considerar: su política no permite suministrar armas a ninguna de las partes en un conflicto, pero también es dependiente del gas ruso.
Con este nuevo conflicto, parece ser que Rusia busca la manera de no salir del imaginario internacional frente a la disputa de China y Estados Unidos en un mundo multipolar.
Hemos visto en los últimos años como Moscú explora cómo contradecir a Washington y asume una suerte de continuar en una “competencia”, evidenciado así en la geopolítica de las vacunas cuando la primera vacuna desarrollada por Rusia fue bautizada con el nombre de Sputnik en honor al primer satélite ruso en el espacio. La gran pregunta que nos hacemos es ¿qué hay realmente detrás de este conflicto que, en caso de darse, generaría terribles consecuencias?.