Por Daniela Chacón
Ante tantos problemas que vivimos a diario en el país y después de una semana llena de noticias importantes, me atrevo a hablar de un tema personal que estoy segura muchas personas viven pero del que poco se habla. Llevo algún tiempo queriendo escribir esta columna pero francamente no me había animado hasta esta semana.
Vi en redes sociales un video de un programa de televisión nacional donde una presentadora aseguraba sin aspavientos que su dios castiga sin hijos a las personas y parejas que no creen en él. No me voy a meter en el tema religioso que no es objeto de esta columna pero sí en el tema de la dificultad para tener hijos que me llega directo al corazón.
Mi esposo y yo llevamos varios años intentando ser padres, en estos años hemos vivido un calvario que se cruza en una montaña rusa de emociones. Empieza con la decisión, estamos listos para ser padres, entonces nos ponemos a la tarea. Luego viene la tortuosa espera de la llegada o no del periodo, empiezas a sentir cólico y entre lágrimas ves en el papel el inicio de este. A seguir intentando. Hay que contar los días, calcular los días de fertilidad y planificar el amor, todo se vuelve una rutina.
Un buen día no llega el periodo, pasan los días y sigue sin llegar. Te haces la prueba de embarazo, es positiva. La ilusión y la emoción también toman forma de lágrimas pero ahora son dulces. Quieres tomarte las cosas con calma pero no puedes, la ilusión es demasiado grande. Yo me compré enseguida el libro de qué esperar cuando estás esperando y me bajé la app de seguimiento al embarazo. Las primeras semanas en realidad no se siente nada físicamente, al menos ese fue mi caso pero la transformación emocional ya se estaba dando.
Voy al eco de la quinta semana, no hay latido. El médico me dice que es normal, que hay esperar una semana más pero que mejor repose para asegurarnos de que no pase nada. Ese mismo día empecé a sentir un fuerte cólico, el terror se apoderó de mí, no quería ir al baño a comprobar lo que estaba pasando. Finalmente, no tuve opción, fui y vi sangre en el papel. Corremos a emergencias con un dolor insoportable y el corazón quebrado en mil pedazos.
Todos te dicen que es normal, que las mujeres pueden tener varios abortos espontáneos antes de lograr uno a término, que el cuerpo es sabio y que debemos seguir intentando. Mi cerebro entiende esto perfectamente, mi corazón no. Muy pocas personas son empáticas e intentan entender tu dolor. Yo encontré mi refugio en mi esposo y en las redes sociales, en grupos de mujeres que habían pasado lo mismo que yo. Hablar con ellas fue mi salvación.
Pasan los meses, vuelve la rutina de la planificación del amor y nada. Ya me estoy acercando a los 40, tal vez debemos consultar con un especialista en fertilidad. Lo hacemos, nos gastamos un montón de dinero en exámenes que dicen que estamos muy bien, que no tenemos nada. El médico me dice que es la edad. Nos venden inmediatamente la inseminación artificial y nos dicen que si eso no funciona debo hacerme la fertilización in vitro. Le creemos, es médico. No hay tiempo que perder.
Me quedo embarazada al primer intento, wow, no lo podemos creer. Trato de tomarme con mucha calma este embarazo, no puedo, estoy extremadamente ilusionada. Pero un pánico se apodera de mí cada vez que voy al baño. He generado una práctica horrible, estoy consciente de eso pero no lo puedo evitar, siempre veo el papel para asegurarme que no hay sangre, lo compruebo y respiro, me vuelve el alma al cuerpo. Pasan las semanas sin novedades, hay latido, lloramos de amor. Vuelvo al siguiente eco, ya no hay latido. Sin tiempo para llorar como quisiera debo programar el legrado. Me toca todo sola, no le dejan entrar a mi esposo por el covid. Aún tengo vívido el recuerdo de esa sala de operaciones, las lágrimas corriendo y con ellas se iba la ilusión de la maternidad.
Esta vez casi sin tiempo para el duelo tenemos que seguir el tratamiento. Inyecciones van y vienen, ecos van y vienen, estoy permanentemente en el médico sintiendo que no tengo intimidad, lo acepto, es parte del proceso pero estoy agotada. Estamos de vuelta donde empezamos. La desesperante espera de la prueba de embarazo, siempre negativa. Los gastos siguen incrementando y tenemos que tomar una decisión. Los médicos nos dicen que la única alternativa es la fertilización in vitro. Un proceso carísimo que no queremos ni podemos costear.
Un proceso de esta naturaleza te fuerza a cuestionarte todo y pone mucha tensión en la pareja. ¿Qué es lo queremos? ¿Cuáles son las señales de que no estamos bien? ¿Hasta dónde podemos llegar? Un día nos damos cuenta que lo que queremos es ser una familia y eso no solo se logra tras un embarazo. El fin no es el embarazo, es un medio. Tras esa realización decidimos iniciar el proceso de adopción. Sabíamos que no sería fácil, que probablemente sería largo, lleno de altos y bajos emocionales, tal vez inclusive más de lo que ya habíamos vivido.
Sabíamos también que tendríamos que lidiar con la burocracia del Ministerio de Inclusión Económica y Social. Esa burocracia que está encerrada en un cuadrado, que no es capaz de entender situaciones fuera de lo que dicen sus procesos administrativos y que no tiene una gota de empatía. Y si bien tenemos claro que un proceso de adopción debe ser riguroso y que debemos avanzar paso a paso desnudándonos frente a los funcionarios que llegan a conocer todo de ti, no nos imaginamos que tan pronto empezamos nos íbamos a topar con un muro imposible de escalar.
Uno de los pasos en el proceso es asistir a la escuela de padres adoptivos, si no cumples ese paso simplemente no se puede seguir. Nosotros estábamos muy emocionados de haber pasado la primera fase y conocer las experiencias de otras familias en nuestra situación, aprender de ellos. Pero a algún funcionario/a brillante se le ocurrió que las clases deben ser todos los días de 3 a 5 de la tarde, de lunes a viernes, por un mes. Como ahora muchas cosas se han movido a la virtualidad, parece que los funcionarios/as creen que uno puede ausentarse de su trabajo todas las tardes de un mes. “Cargue a vacaciones” dicen con una soltura que asusta.
“No podemos hacerlo los sábados porque el sector público no trabaja esos días”, nos dice la funcionaria a cargo. Pedimos que den opciones a las familias que trabajamos y no podemos cumplir ese horario absurdo, y la respuesta es que estos horarios están fijados por la dirección nacional y que no hay nada que hacer. Que nos organicemos para cuando abran nuevamente el curso, punto, que nos organicemos.
Es cruel que una persona asegure que quienes tenemos problemas para concebir o llevar a término un embarazo estamos sufriendo alguna especie de castigo divino. Es cruel también que cada vez haya más niños, niñas y adolescentes viviendo en casas de acogida, esperando el día en que sus vidas cambiará. También es cruel que la burocracia ponga trabas y requisitos absurdos a quienes queremos adoptar. ¿Es que no hay una sola persona en ese ministerio que se cuestione esta decisión? Les confieso que escribo esta columna con la secreta intención de que llegue a alguien con empatía y sentido común y que estas crueldades terminen.