Por: María Eugenia Molina. Doctora Ph.D. en Comunicación. Consultora, académica
El territorio en el que se encuentra el Distrito Metropolitano de Quito cuenta con varias condiciones que le hace vulnerable frente a distintos fenómenos naturales, pues se asienta sobre el sistema de fallas de Quito que lo atraviesa de norte a sur, está rodeado por 20 volcanes, entre activos y potencialmente activos, 182 quebradas que se distribuyen en distintos sectores, erosión, entre otras amenazas que constituyen riesgos constantes para la seguridad de sus habitantes y de las infraestructuras; pese a ello no existe en el país, ni en su capital una conciencia real del peligro que implica cada una de estas y otras amenazas naturales, socio-naturales y antrópicas, lo cual nos vuelve mucho más vulnerables.
Los fenómenos naturales son inevitables, pero los desastres y las catástrofes sí pueden ser controladas, mitigadas y evitadas, al menos en parte, cuando hay cultura de prevención; episodios dolorosos ha vivido la ciudad a lo largo de los años como consecuencia de la inacción de las autoridades y la falta de preparación de la población: el terremoto de Ibarra de 1986 con graves consecuencias para Quito, el enjambre de sismos de 2013, el aluvión del barrio Osorio de 2019, el desastre de La Gasca, La Comuna y barrio Armero de 2021, por citar solo algunos, sumados al actual proceso eruptivo del volcán Cotopaxi y a un sismo de 7 grados o más (escenario posible) que afectaría de manera grave a varias estructuras ubicadas en el centro histórico y otras zonas de la capital, esto debido a que son construcciones que no cuentan con las condiciones de sismorresistencia que se requiere para poblaciones asentadas sobre fallas geológicas.
La primera tarea en materia de construcción de una cultura de prevención de desastres y catástrofes que debemos tener, tanto autoridades como ciudadanía es aceptar que vivimos en medio de distintos tipos de riesgo, donde aquellos que tienen que ver con fenómenos naturales están entre los más complejos por su alto impacto en la vida de la gente y el poco nivel de educación que tenemos en este ámbito; hablar con propiedad sobre los riesgos es tener claro que una ciudad como Quito se encuentra en medio de amenazas constantes, máxime cuando no existen procesos de construcción social de convivencia con los peligros y que las autoridades, a su turno, han preferido mirar a un lado y no afrontar estas realidades mediante procesos de comunicación y educación apuntaladas en políticas públicas de prevención, mitigación y capacitación.
Es importante mencionar que en materia de crisis por fenómenos naturales la preparación debe ser una constante desde la proactividad y no una actividad puntual cuando los sucesos se han dado o están cerca de acontecer, lamentablemente en el Distrito Metropolitano de Quito es lo que se ha hecho en las distintas administraciones.
Realizo investigación científica acerca de la edu-comunicación de riesgo y crisis asociada a los fenómenos naturales por más de una década y puedo decir que, entre los principales obstáculos para lograr fluidez en la comunicación con los públicos se encuentra el poco interés y conocimiento que muestran las autoridades acerca del tema, como consecuencia de aquello, la población no cuenta con feedback y no se ve motivada a profundizar en las precauciones y responsabilidades que conlleva vivir en zonas de riesgo.
Es notorio que las autoridades nacionales y seccionales se han quedado cortas en cuanto a capacitar a la población sobre estrategias de comunicación de riesgo para afrontar los fenómenos naturales a los que estamos expuestos los habitantes del DMQ.; cuando nos encontramos en medio de amenazas, son las autoridades quienes deben salvaguardar la integridad de la población mediante acciones de prevención y así evitar que la gente tenga una falsa sensación de seguridad, educar y comunicar de modo sostenido el riesgo es fundamental a la hora de preparar a los públicos para los momentos de crisis, teniendo claro que es un tema de corresponsabilidad entre todos, pero es la autoridad quien debe marcar las pautas de información acerca de estas temáticas, es un grave error asumir que la población ya tiene el conocimiento de qué hacer, no se trata de generar acciones y mensajes que no estén atados a estrategias macro, es clave que ellos se cimienten en procesos sostenidos, teniendo presente las propias realidades de los habitantes, mostrando altas dosis de empatía, claridad, congruencia entre el discurso y la praxis.
Si no se trabaja desde la edu-comunicación como base para transversalizar esta realidad, no vamos a lograr medir la dimensión de estos fenómenos, lo que da como consecuencia altos niveles de apatía, pues los ven como acontecimientos lejanos de los que es “preferible no hablar”, por ello los mensajes deben ser técnicamente elaborados para que sean entendidos y aceptados por la población, es imperativo promover la gestión comunitaria, familiar e incluso individual, pues hay fenómenos que no tienen día, ni hora, ni señales claras.
Desde esta perspectiva es fundamental la preparación previa, las evaluaciones permanentes para saber si los mensajes están llegando de manera clara a los destinatarios, si no es así se deberán reorientar las tácticas sin dejar de tener presente que a los riesgos a los que estamos abocados se suma la vulnerabilidad que ocasiona la escasa o nula preparación, las construcciones en sitios y con materiales inadecuados, entre otros factores, por lo cual preparar a las autoridades y a la ciudadanía para un proceso de construcción de convivencia con los riesgos es clave, ello debe ser realizado con claridad, transparencia, solvencia, calidez, conocimientos y conexión con la gente para lograr capacidad de respuesta ante los fenómenos.
La comunicación es efectiva en tanto esté ligada a estrategias y políticas que ponen al ser humano por encima de cualquier otro interés, los riesgos de desastres y catástrofes son cada vez más frecuentes y Quito cuenta con las condiciones para ser afectada por varios tipos de ellos, por lo que no se puede perder ni un día más y empezar de forma seria procesos de preparación de largo aliento, de tal manera que el riesgo pueda ser reducido y mitigado; actualmente es triste, pero real decir que contamos con las amenazas y las vulnerabilidades, factores negativos, y carecemos de las capacidades de respuesta, que es el factor positivo que contribuye a equilibrar los elementos desfavorables.
Estamos ad portas de que nuevas autoridades asuman el mandato de la ciudad y con ello venga una nueva y mejor etapa en materia de políticas integrales de gestión del riesgo, que se implemente institucionalidad que trabaje la temática de modo integral, apalancada en la comunicación como eje transversal, instalando capacidades para que todos los sectores, sobre todo los más vulnerables, puedan hacerle frente a los fenómenos desde el conocimiento y las buenas prácticas en conjunto con la autoridad, para tranquilidad de todos quienes habitamos el Distrito Metropolitano de Quito.
La opinión de María Eugenia Molina.