Por: María Eugenia Molina
Desde la arista de las ciencias sociales y de los grandes estudios de la comunicología se puede conceptualizar ampliamente a la comunicación; sin embargo, en estas líneas me quedaré con el origen de la palabra que viene del latín communicare, poner en común, hacer partícipes a otros de ideas, pensamientos o conocimientos (mediados por lo verbal y por lo no verbal), adición propia; y, de esta manera transmitir y recibir información, cabe enfatizar que comunicar e informar no son términos sinónimos, pues, el primero está mediado por la retroalimentación, es decir el acto de la comunicación es bidireccional.
Los procesos comunicacionales, así entendidos, si bien ocupan un lugar destacado en la agenda de los medios, no son en absoluto potestad de aquellos, la comunicación, ante todo, es un derecho que tenemos para expresarnos como seres sociales y ser respetados de modo integral, pero, qué sucede cuando los grandes medios, los líderes o pseudolíderes de opinión posicionan uno o varios mensajes en la opinión pública, los cuales en no pocas ocasiones resultan ser falsos, con tintes de xenofobia, homofobia, infundados o abiertamente preparados para lograr determinado efecto en los públicos.
Hoy, con la irrupción de las nuevas tecnologías de información y comunicación, estamos literalmente a un click de conocer lo que sucede a nuestro alrededor o a cientos de miles de kilómetros de distancia, el poder que han adquirido las redes y los medios emergentes es impresionante, pero también se han convertido en el vehículo más veloz para hacer del acto de comunicar, uno de los instrumentos más utilitarios para dañar la honra, la dignidad, la privacidad y la honorabilidad de las personas, cada vez más, entrar en las redes sociales es ingresar a una “selva” donde las injurias, las palabras altisonantes, las burlas, las amenazas (ante todo a las mujeres, a las disidencias, a quienes tienen la valentía de alzar su voz para protestar o dar su opinión) se han vuelto el “pan de cada día” que debemos soportar quienes, por distintas razones estamos en las redes sociales, desde esa práctica de daño, el verdadero papel de la comunicación como un verdadero acto de humanidad, va perdiendo su valor y su calidad.
La eficacia de la comunicación está en entenderla como un diálogo, no como un monólogo o mucho menos como una imposición de criterios, en el que prime el del “poderoso” sobre los “débiles”, como ya lo dijo hace más de un siglo el filósofo austríaco Martín Buber: el porvenir del hombre (ser humano) depende del renacer del diálogo, y adiciono, el respeto al pensamiento distinto y a la no imposición de una verdad, mucho menos desde la descalificación realizada mediante el anonimato o la “protección” que pueden dar las redes, recordemos que la libertad de expresión no equivale a tener “patente de corso” para el insulto, ni para la injuria.
Hay temas muy sensibles, así: la enfermedad, la muerte, las crisis, los desastres, máxime en momentos como los que estamos viviendo la humanidad, donde es aún más importante contar con el derecho a una comunicación argumentada, contrastada, rigurosa y que nos permita contar con certezas y ampliar nuestras reivindicaciones como sociedad, donde podamos participar en equilibrio y no preferir quedarnos callados para evitar ser ofendidos; la capacidad de asumir la crítica y la autocrítica son requisito fundamental para lograr el respeto a que cada quien pueda comunicarse con voz propia.
El sectarismo, autoritarismo e intransigencia solo van en desmedro del derecho que tenemos a escuchar y ser escuchados y abona a aumentar los niveles de violencia que vivimos a diario en nuestra sociedad.
Finalmente, no puede existir un verdadero ejercicio de comunicación, si quienes hacemos parte de él, escuchamos, mayoritariamente, para responder y dejamos de lado su principal quehacer, que es entender lo que nuestro interlocutor nos quiere expresar, con lo cual perdemos la posibilidad de aprehender la riqueza dialógica de la comunicación.