Por: Esteban Ron Castro
Todos hemos hablado de la nueva normalidad como un término con una alta significación, no solo de acuerdo a los parámetros que la bioseguridad en tiempos de pandemia exige de nosotros, el distanciamiento, la virtualidad, el uso de las nuevas tecnologías que se han convertido en el día a día, y todo lo que puede calificarse como algo nuevo que irrumpió en nuestra mal llamada “normalidad”; pues digamos que son adaptaciones sobre las exigencias a las que no estábamos acostumbrados pero sabíamos que estaban ahí. Inclusive hemos ubicado a la nueva normalidad como un estado de aspiración al que queremos llegar, “cuando todo esto acabe”.
De la misma manera se considera que dentro de la nueva normalidad existe una felicidad, nuevamente como una aspiración, en la que renunciamos a la anterior felicidad a la que estábamos habituados por un nuevo esquema. Esto les va a sonar muy raro, pero la felicidad en las nuevas tecnologías no es nueva. Autores como Edgar Cabanas y Eva Illouz la definen como la “Happytecnocracia”, vaya difícil término para ser acuñado; pues la verdad es que tampoco lo termino de entender, pero al menos trataré de generar un concepto para ver si es eso lo que ahora estamos viviendo.
Empecemos con algo sencillo y una pregunta que siempre se la ha tratado desde la psicología: ¿Se puede medir la felicidad?, ¿Existen estándares internacionales o nacionales de felicidad? Creo que todos vamos a coincidir en que, de ninguna manera; inclusive la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) señala que los métodos tratados para medir la felicidad carecen de coherencia para llevarse sobre la base de comparaciones internacionales.
Esto es tan lógico como la existencia propia de seres individuales y diferentes el uno del otro, pues la felicidad o algún sentimiento que se le asemeje no tendrá la mínima coincidencia ni con mi gemelo, mellizo, pareja, madre o padre, pues la felicidad definitivamente es un constructo ilógico del cómo asimilados las cosas desde lo bueno y lo malo pasando por la sensación, en nuestro ser, de dicho constructo.
Lo anterior nos hace caer en algo más complejo aún, fuera de las coincidencias que podemos tener, o la imposibilidad de la medición de la felicidad y más aún al hablar de una metodología aplicable a esto, es que en tremenda indeterminación, se da un uso político que maneja a la felicidad como un criterio. Es decir, los índices de felicidad dentro de los índices nacionales e inclusive internacionales, y que de hecho existe, aunque no lo creamos, este el poco explorado “Índice Mundial de la Felicidad”.
Pero, ¿dónde está el truco de la utilización de este índice? En la utilización del mismo para que una política pública tenga legitimidad y asidero en un país determinado, sino no nos explicaríamos como India, un país con pobreza endémica, con bajísimos estándares en materia de derechos humanos y garantías de los mismos, malnutrición infantil, altas tasas de mortalidad y suicido hayan adoptado este índice.
Existen otros casos como el de los Emiratos Árabes Unidos, donde inclusive la felicidad es una política estatal como tal y tiene un Ministerio nacional como ejecutor de las políticas que buscan infundir positividad en la gente y alejarlo de la influencia directa del desarrollo económico; algo muy difícil de creer por el “estatus” de vida que tienen pocos pero muchos multimillonarios que afincan sus negocios en dichos estados.
Con esto claro, que la felicidad no es medible, pero que se la trata de medir como herramienta de legitimación de políticas públicas por los estados que a pesar de la terrible situación en la que se encuentran en términos de economía, administración, salud y educación, sus ciudadanas y ciudadanos son muy felices.
Esta felicidad a veces no es tan conveniente, ya que el Estado puede descuidar su atención de la necesidad ciudadana a través de políticas públicas con la premisa de contar con ciudadanos felices y más ahora donde las nuevas tecnologías y el internet está a punto de convertirse en un servicio, aunque no básico, sí estrictamente necesario para nuestro día a día. Ahí estamos con nuestro término, la “Happytecnocracia” sería el nivel de felicidad que tenemos a través de las nuevas tecnologías, su acceso y usos.
Por eso digo, no es conveniente ser tan feliz en este contexto.
Por cierto, los ecuatorianos ya hemos sido objeto de este índice de manera internacional en varias ocasiones.