Por: Esteban Ávila
I
Más allá del resultado, la Selección de Ecuador que debutó en la eliminatoria tiene una virtud capital: vende eficazmente el concepto de la renovación como herramienta fundamental del cambio que nuestro fútbol necesita.
Si Zlatan Ibrahimovic y Sebastián Abreu fueran ecuatorianos estarían aún solicitados para la Selección por los hinchas de sus respectivos equipos. Cuesta avanzar sin renunciar a que determinadas ausencias son parte del recorrido. Ahora sonrío cuando recuerdo que no eran pocos, incluso algunos que quieren pasar como muy lúcidos, los que pedían que Agustín Delgado aún sea convocado para la Selección que cerró la eliminatoria 2010.
Con esos antecedentes, me gratifica que hoy exista expectativa y emoción por Moisés Caicedo, Gonzalo Plata, Anghelo Preciado y otros.
Así, será más fácil olvidar la obstinación que existe por contar con Felipe Caicedo. Estábamos a nada de que se solicite el viaje de Lenin Moreno, María Paula Romo y Mauricio Pozo en comisión, para rogarle de rodillas que vuelva a la Selección. Menos mal que nos salvamos de eso. También va quedando atrás la necedad ya chocante por elevar a la altura de salvador y símbolo de la Selección a un jugador nacionalizado de 34 años, de un nivel internacional más que discutible y sin lugar en medio de la floreciente generación actual.
Ecuador está en el camino. Ha dado los primeros pasos con firmeza hacia un objetivo prioritario: volver a competir. No es momento de pensar en clasificaciones, dado que el retroceso de los últimos cinco años recién parece que desacelera. Pero la buena energía que el equipo proyecta, además del espíritu que inyecta Gustavo Alfaro, por hoy, alcanzan para mantener la esperanza.
II
El VAR tiene más virtudes que defectos. Elimina el factor humano, pero es una herramienta útil que minimiza el margen de error y sirve para repartir justicia. Eso, en el caso que se use bien. Tal cosa no sucede en Sudamérica.
El Mundial de Rusia 2018 consagró al VAR con su funcionamiento casi perfecto, imputable de fallas poco trascendentes. Lejos está esa imagen de la que vimos en la segunda fecha de la eliminatoria de Conmebol.
¿Qué sentido tiene parar por más de tres minutos para decidir si hay o no fuera de lugar en una acción de gol? Pasó en La Paz, en la segunda conquista de Argentina. Luego, en Lima, el pito chileno Bascuñán sancionó un penal radicalmente dudoso sin atisbo de duda. ¿Se justifica la presencia del VAR si los jueces no lo usan y deciden mal? Y lo que pasó en Quito confundió demasiado.
En el fútbol, también en el poder judicial, las decisiones de los jueces son tan importantes como la forma en se llegó a las mismas. Por más justa que sea la sanción de un gol, ¿qué tanto ayuda al juego que la misma aparezca sufridamente tras largos minutos de espera e indecisión, donde el juego se cortó?
Esto, sin embargo, no tiene que ver tanto con el espíritu de la herramienta. Es la responsabilidad de sus encargados, misma que se fundamenta en sus conocimientos. Y eso en Sudamérica no está funcionando.