Por: Santiago Cahuasquí Cevallos
El solo anuncio de la Consulta Popular ha connotado al menos tres cuestiones de partida: primero, que el gobierno ha tomado el timón de la iniciativa política frente a la dispersión y extravío de una Asamblea Nacional empantanada en la ausencia de una mayoría (oficial o de oposición); segundo, que la consulta es una oportunidad para que el presidente Lasso traduzca su capital político en un triunfo de carácter electoral, favoreciendo así su legitimidad y sus perspectivas de gobernabilidad; y tercero, que la Consulta involucra también una oportunidad para que el Gobierno pueda sintonizar con su base electoral que le dio la victoria en la segunda vuelta y que espera que el presidente ocupe un despoblado centro político, alejándose de las visiones del neoliberalismo tradicional y ortodoxo.
Tomando en cuenta estos elementos, lo que no parece sensato es que, teniendo una consulta a cuestas, el presidente Lasso ponga su capital como escudo para emprender en políticas de ajuste estructural como los recortes en inversión pública presentes en la proforma presupuestaria de 2021 (disminución de la inversión en educación superior de USD 1.298 millones en 2020 a USD 1.286 millones en 2021; reducción de las transferencias a favor de la seguridad social de USD 2.336 millones en 2020 a USD 2.107 millones en 2021) o la anunciada reforma tributaria que grabaría con impuestos indirectos a una ya golpeada clase media. Ambas medidas poco efectivas y muy poco populares, que lejos de preservar su capital político empiezan a consumirlo.
El presidente no parece comprender con suficiente mesura que lo que hizo posible su triunfo electoral no fue la adhesión de la ciudadanía con su plan de gobierno original, sino la estrategia de recorrer su posición ideológica hacia el centro, con la incorporación de otras demandas y reivindicaciones que per-formatearon su propuesta inicial pero que finalmente consiguieron el apoyo de un electorado que le hizo pasar de 19,74%, en primera vuelta, a 52,36% en segunda.
Por eso es que uno de los retos de Guillermo Lasso, en lo que a gobernabilidad corresponde, debería ser cimentar la legitimidad de origen lograda en la segunda vuelta. Esto pasa por incorporar una pedagogía que traduzca a políticas gubernamentales, no solo las propuestas planteadas, sino las sensibilidades mostradas cuando candidato. Si no lo hace vendrá el desafecto de su propia base electoral a la cual deberá volver ineludiblemente para lograr ganar la Consulta. Si este sector empieza a percibir que las posturas y discursos de campaña política no fueron genuinos o auténticos, será difícil que logre mantener los mismos picos de credibilidad y popularidad de los primeros 100 días de gestión, perdiendo la única arma que tiene el ejecutivo para enfrentar este desafío plebiscitario: su credibilidad.
El presidente Lasso debe asumir la paradoja de ser un gobierno altamente popular, en su manifestación apariencial, y al mismo tiempo profundamente débil, en la cruda y evidente correlación de fuerzas políticas. Sin una mayoría en la Asamblea Nacional, sin una organización política consolidada territorialmente, sin el respaldo de un tejido social organizado y sin una opinión pública estable, el gobierno solo depende de sus altos niveles de credibilidad, variable sujeta a la siempre esquiva y voluble percepción ciudadana.
El articulista:
Es abogado por la Universidad Central del Ecuador (UCE), Facultad de Jurisprudencia, Ciencias Políticas y Sociales. Antropólogo por la Universidad Politécnica Salesiana (UPS), Escuela de Antropología Aplicada. Maestrante de Sociología Política en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Ecuador. Curso de posgrado en Derechos Políticos y Electorales en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembro del Consejo Editorial de Ediciones La Tierra y Editor General de la Revista Digital Opción S.